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Clases y leche a cambio de basura

 

Rescato la canción. Desde que llegué de Managua, las estrofas me martillean y me atrapan en la esperanza. Grita Juan Luis Guerra: «Pa qué to los niños canten en el campo, ojalá que llueva café en el campo».

 

Y recuerdo la experiencia. Veo a los cientos de infantes que deambulan por el vertedero de ‘La Chureca’ de Managua (donde viven 1.200 personas) recogiendo basura, mientras otros reciben clase en la escuela ‘La Esperanza’, levantada como un oasis entre las montañas de residuos.

Es un trueque sencillo: si no peregrinas entre los desperdicios -1.300 toneladas llegan cada día- te ofrecen un reparador vaso de leche y recibes clase. Educación como pócima frente a la miseria y el analfabetismo… Y traigo a mi memoria, ya en Santander, a los casi cuatrocientos niños y jóvenes que viven esperanzados en el Hogar Zacarías Guerra, un orfanato atípico en el que ellos ‘vuelven’ a la vida. Niños con ‘realidad’ de exclusión social, chicas víctimas de abuso sexual y maltratadas, huérfanos… Hasta ayer, rostros y nombres sin esperanza.

Allí, en el departamento de Managua, en Nicaragua, he pasado una semana de mi vida. Una inmersión en otro mundo, cargado de crudeza pero también de guiños a la vida. Un lugar donde descubres que «poco es mucho» y que cualquier aportación, por pequeña que sea, abre nuevos horizontes a los que nada tienen.

Solidaridad cántabra

Hasta allí llegué de la mano del Fondo Cantabria Coopera, una fundación integrada por el Gobierno cántabro, varios ayuntamientos, instituciones y empresas. Una suerte de plataforma solidaria que colabora en la financiación de un proyecto en Nicaragua que busca facilitar la insercción laboral de los jóvenes y educar a los más pequeños. En definitiva, sacarlos de la calle, de la soledad de las calles.

Nuestra misión no era supervisar nada. Pretendía poner rostro a la solidaridad nacida en nuestra tierra y acercarnos a ojos y caras ajenas, a cientos de miradas que desde hace años saben situar a Cantabria en el mapa. Lo han aprendido a golpe de ayudas que traspasan fronteras.

Allí, en el extrarradio de la capital de Nicaragua, nació hace años un proyecto de cooperación en el que Cantabria es proactiva. Y no sólo las instituciones cántabras, también las empresas como Café Dromedario que supo decir sí a una idea social y laboral y hacer que un cafetal, hoy de nombre ‘Las Delicias’, cobrara vida para dar vida.

Una plantación trabajada por jóvenes que ya tienen empleo y que son capaces de producir 30 toneladas al año que llegan hasta a España gracias a Dromedario y a la sensibilidad que en su día demostraron Emilio Baqué (fallecido el año pasado) y Alberto Vidal. Dos personas que están prendidas al corazón de los centros solidarios de Managua…

Por allí se movió mi cuerpo. Por el Hogar Zacarías Guerra, el cafetal Las Delicias y la escuela de La Esperanza. Porque con los dineros obtenidos de la cooperación y de la venta del café, por ejemplo, todos esos proyectos se sustentan, mantienen y crecen. El objetivo es autofinanciarse, una meta compleja en la que es clave el 0,7% presupuestario que aportan varios ayuntamientos de Cantabria (Arnuero, Camargo, Cartes, Castañeda y Laredo).

Pequeñas manos

A miles de kilómetros de distancia y tras una semana en Managua, todo es relativo. Me lo demostraban Jairo, Luis, María… Son algunos de los nombres de los niños que se me amontonaban. Sus ojos me taladraban. Miradas expectantes, ilusionadas, curiosas. Cogían mi cámara fotográfica con sus pequeñas manos, la acariciaban como quien descubre y cuida un preciado tesoro. Y me devolvían sonrisas.

La experiencia marca. Te impregna. Eso fue lo que le ocurrió a un joven sacerdote cántabro, Marcelino Arce, uno de los grandes ‘culpables’ de esa realidad. Marcelino -’padre’, que así, cargados de admiración, familiaridad y respeto, es como le llaman todos en Managua, desde los niños hasta el ministro de Transportes, Pablo Fernando- es un todo terreno de la mano tendida.

Llegó a Nicaragua en 2004, evangelizó y se quedó. Antes hizo sus primeros pinitos sacerdotales en Tetuán, en la parroquia San José Obrero (una institución más de las que se ha entregado a la causa del proyecto en Managua). Pero su inquietud y el futuro de los otros le llevaron hasta Nicaragua. Llegó, vio, se entregó/se entrega y ‘vencieron los niños’.

Desde aquel primer día en el ya lejano 2004, Marcelino ha ido aportando solidaridad y justicia grano a grano para dar un futuro a cientos de niños y jóvenes. Y ha pedido para los demás. Y en sus retornos, escasos, a su Cantabria natal, pedía… Siempre para los otros. Recaudaba dinero transmutado en amor en Nicaragua. Así nacieron el orfanato, el cafetal, la escuela… Un proyecto con nombres propios: el del fallecido José Félix García Calleja que da título a un aula de formación recién estrenada; y el del también desaparecido Emilio Baqué, que da nombre a una máquina que inauguramos en la plantación de café durante nuestra visita.

El compromiso de Marcelino

Desde que he regresado al ir y venir santanderino, a mi rutina de siempre, tengo la imagen de Marcelino revoloteando por mi mente. No hay trampa ni cartón en lo que hace. Es sencillez, compromiso y entrega. Nada a cambio; todo a cambio, gracias al regalo diario de ver cómo unos niños sin futuro ya pueden sonreír.

Marcelino fue durante siete días nuestro guía, cuidador y anfitrión. Sonrisas y entusiasmo. Ahora chateo con él, converso telefónicamente con él. Volverá por Navidad a Cantabria para estar unos días con los suyos a los que hace tiempo que no ve. Pero el retorno será efímero. «¿Vas a seguir aquí?», le pregunté. Marcelino no pudo contestar. Terció, raudo y firme, el ministro de Transportes de Nicaragua: «No, no. El ‘padre’ será español, pero es nica, es nica. Para siempre».

A miles de kilómetros de distancia, ‘charco’ de por medio, la vida es oropel, fácil, sólo quebrada por tus propios miedos. Allí, en Managua, han quedado las miradas de los niños y jóvenes. Los que jugueteaban con mi cámara, los que me rozaron una mano, los que me daban las gracias con los ojos… Desde aquí el reto nuevo es predicar y seguir. ‘Pa qué to los niños canten en el campo. Ojalá que llueva, que llueve, café’. Como aquí, allí también tiene que llover… Educación, ayuda, futuro.

Fuente: eldiariomontañes.es

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