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El dolor de monseñor Romero

Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

Rubén Aguilar Valenzuela

Lo que más dolía al arzobispo Oscar Arnulfo Romero “no eran los ataques que enfrentó por parte del Gobierno, la trampa que le tendió la Corte Suprema de Justicia, las amenazas que recibió por parte de los escuadrones de la muerte, ni los desaires que le hizo la oligarquía salvadoreña, sino el aislamiento, la oposición y la abierta crítica que ejercieron en su contra la mayoría de los Obispos de la Conferencia Episcopal de El Salvador.

La semana pasada publiqué en este mismo espacio las declaraciones del padre jesuita Rafael Moreno Villa, que trabajó de manera directa con monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez (15 de agosto de 1917, Ciudad Barrios – 24 de marzo de 1980, San Salvador). En ese texto expone la manera que el arzobispo mártir, asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba misa y beatificado el 23 de marzo pasado, ejercía su ministerio. Ahora nos revela cuál fue su momento más difícil.

El jesuita asegura que lo que más dolía al arzobispo “no eran los ataques que enfrentó por parte del Gobierno, la trampa que le tendió la Corte Suprema de Justicia, las amenazas que recibió por parte de los escuadrones de la muerte, ni los desaires que le hizo la oligarquía salvadoreña, sino el aislamiento, la oposición y la abierta crítica que ejercieron en su contra la mayoría de los Obispos de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES)”.

Y añade que “tanto impactó a monseñor Romero esta división de la CEDES y la sospecha del Vaticano, que junto con la reacción cada vez más agresiva en su contra por parte de los sectores más poderosos de El Salvador, hizo que en algunas ocasiones monseñor llegara en serio a preguntarse si estaba en el camino correcto o debía cambiar de actitud y asemejarla a la forma de ser de sus opositores.

Lo que lo mantuvo fiel y firme a su compromiso fue su fe en Jesús: su deseo de seguirlo, su compromiso con los pobres derivado de dicha fe y su convicción que varias veces le escuché: “Si Jesús siendo Dios, no pudo evitar ser signo de contradicción en su época, cómo voy a pretender yo lograrlo teniendo tantas limitaciones. Sólo podría hacerlo traicionando la misión que el mismo Jesús y su Iglesia me encomendó, por lo que más bien diariamente le pido al Señor que me ayude a no caer en esta tentación, a pesar del enorme temor que siento de que me vayan a torturar y asesinar como me han amenazado”.

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