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El cisne y lo azul: lecturas de Gullón para entender a Rubén Darío

Rubén Darío complutenseGabriel Alonso-Carro | libertaddigital.com

Se cumple el centenario de la muerte de Rubén Darío, que falleció en León -nombre tan evocador y querido que nuestros antepasados llevaron por el mundo- y, en este caso, a la homónima ciudad nicaragüense. Los aniversarios no deberían servir únicamente para recordar un hecho o personaje como mero dato o anécdota histórica, sino para rememorar, trayéndolo a nuestro tiempo, toda su significación y sentido. De ahí el profundizar el pasado año 2016 en figuras tan relevantes de nuestra cultura española como Cervantes o Raimon Llull, por ejemplo, con exposiciones, publicaciones, conferencias, conciertos, etc.

En el caso del poeta Rubén Darío -nicaragüense de nacimiento pero ciudadano cosmopolita por adopción- contamos con un magnífico introductor y comentarista que nos ofrece llevarnos de la mano a adentrarnos en su universo lírico: es la enorme figura del crítico literario astorgano, y Premio Príncipe de Asturias (1991), Ricardo Gullón.

Invito al aficionado y letraherido, y a los simplemente curiosos -los especialistas ya lo conocen sobradamente- a recuperar y recordar la memoria de la poesía y la prosa dariana con las Páginas escogidas seleccionadas y editadas por Gullón hace treinta y siete años, reeditadas quince veces (la última en el 2009) y aún fácilmente encontrables. Y para profundizar en el sentido y significado de su obra qué mejor herramienta que alguno de sus trabajos críticos sobre el poeta, su tiempo y su relevante papel en la literatura y cultura de su época. La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, accesible en la red y magnífica iniciativa de difusión de la cultura española en la era digital, ofrece abundantes recursos en este sentido y también para el conjunto de sus ensayos. A ello se añade la rica introducción previa que brinda el volumen de las Páginas escogidas.

Confieso que particularmente esta efeméride no ha caído en balde. Ha sido un placer y un gusto, no dedicándome a la literatura, releer y recordar y, por qué no, hasta redescubrir la poesía de Rubén Darío. Muchos poemas me resuenan de la etapa escolar y, por ello, están cargados de melancolía, ese sentimiento tan querido de nuestro poeta: “fragancia de melancolía” dirá en una de sus figuras retóricas, o al preguntar a un amigo inquiere: “¿no oyes caer las gotas de mi melancolía?”…Qué belleza condensada en unas pocas palabras. Aunque referido a uno de sus símbolos preferidos, bien se puede decir de él: “Rimador de ideal florilegio/ es de armiño su lírico manto,/ y es el mágico pájaro regio/ que al morir rima el alma en un canto”.

Sin embargo, es ahora, en la madurez, cuando puedo apreciar en toda su riqueza y hondura los versos darianos:

Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda acritud el Arte.

O aquellos tan espirituales de inquieto buscador:

(Jesús) Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no más de mi culpa nefanda;
que al morir hallaré la luz de un nuevo día
y que entonces oiré mi <¡Levánte y anda>.

Sabiduría exquisita, óptima brújula vital.

Otros versos me evocan ambientes como pudieran ser la ciudad de Astorga o cualquiera de los pueblos de su comarca:

La dulzura del ángelus matinal y divino
que diluyen ingenuas campanas provinciales,
en un aire inocente a fuerza de rosales,
de plegaria, de ensueño de virgen y de trino.

Y no faltan muchas hermosas rimas que, en clave mitológica, exaltan la belleza en la Naturaleza:

El cisne en la sombra parece de nieve;
su pico es de ámbar, del alba al trasluz;
el suave crepúsculo que pasa tan breve
las cándidas alas sonoras de luz.

En fin, basten estos bellos ejemplos, hermosos, para rememorar la excelencia poética de su escritura y de su quehacer literario, reflejo espléndido de aquel decir de G. Santayana: “un verdadero poeta es el que coge el encanto de cualquier cosa, cualquier algo, y deja caer la cosa misma”.

Respecto al sentido y significado de Rubén Darío hay un lucidísimo y certero escrito, muy descriptivo y conceptual, de Ricardo Gullón que sitúa al escritor -como un mapa exacto o un acta notarial- en su contexto literario. Merece la pena leerlo: “Esteticismo y Modernismo”. En él diserta sobre la injusta acusación que se le hace, junto a otros, de haber buscado la belleza como un fin en sí mismo (alienándose de toda otra preocupación humana y compromiso ético) y del posible inmoralismo que de ello se deriva. Para Gullón la aparente huida no es tal, sino una confusión de lo que la belleza significa. Como dirían los filósofos clásicos, traduzco yo, la clave interpretativa sería que no se pueden disociar los trascendentales del ser: verdad, bondad, belleza (y unidad).

Valga esta refexión para, de la mano de Rubén Darío y de R. Gullón, reivindicar el papel de la poesía en nuestra sociedad, donde cada vez es más minoritaria. En el ensayo citado, se argumenta también sobre la doble función del papel del poeta entre los modernistas, válida también hoy: su misión específica y su aristocratismo. No quiero extenderme ni repetir a Gullón, invito a leerlo, solo interpretar su tesis en sencillas palabras: el mundo necesita, ante la injusticia y el desorden, la armonía y la belleza: en otras palabras, a los poetas. Finalmente, para acabar,hacer notar que la sensibilidad y la finura intelectual que la poesía requiere no es un aristocratismo o un caparazón para encerrarse en una torre de marfil:

¡Torres de Dios! ¡Poetas!
¡Pararrayos celestes
que resistís las duras tempestades,
como crestas escuetas,
como picos agrestes,
rompeolas de las eternidades!

En términos orteguianos, el sentido peyorativo del elitismo en sentido político que crea desigualdades en una democracia, donde un hombre no puede ser sino un voto, no se debe trasladar a la aristocracia del espíritu y la cultura: fruto de la exigencia, el esfuerzo y la excelencia. Estos comentarios, que son todos ellos intemporales, válidos para “los trabajos y los días” de nuestro tiempo, y lecciones útiles de las que aprender en un oportuno aniversario. Por lo demás, el título de estas líneas queda como invitación, provocación, a la lectura de ambos autores y guiño a los entusiastas de Rubén Darío y de Ricardo Gullón.

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