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“No sabés quién soy yo”

nobleza* Algo que alguna vez vivimos en Nicaragua en tiempos del somocismo y que de vez en cuando aflora como nostalgia del pasado entre miembros de familias oligárquicas o de pobres confundidos, afecta profundamente a Colombia. BBC Mundo plantea: “¿Una ‘nobleza’ criolla? Cuán profundo es el elitismo en Colombia y qué implica para el país”.

Natalio Cosoy | BBC Mundo

Casi recién aterrizado en Colombia, en marzo de 2015, escribí una pieza que se titulaba “El país al que llegué: la Colombia de #UstedNoSabeQuienSoyYo”, a propósito del caso de Nicolás Gaviria, un hombre que, borracho, le enrostra esa frase a un policía en un video que se volvió viral.

Desde entonces, el tema de la inequidad y las élites en Colombia ha salido una y otra vez a mi encuentro.

En aquel texto decía que no me imaginaba que algo parecido pudiera ocurrir en mi país, Argentina, donde una escena similar habría posiblemente terminado mal para el protagonista.

Lo percibió, de hecho, Daniel Pardo, corresponsal de BBC Mundo en Argentina y colombiano (de Bogotá), quien recientemente escribió, citando al politólogo argentino Guillermo O’Donnell, que si alguien lanzaba esa frase en Argentina, la respuesta seguramente sería: “Y a mí, ¿qué mierda me importa?”.

Pero en Colombia importa.
Delfines

El economista caleño Édgar Revéiz en su libro “La transgresión moral de las élites y el sometimiento de los estados”, publicado en 2016, habla de la apropiación del poder y su traspaso generacional. Se refiere a lo que en Colombia llaman los “delfines” (como los herederos del trono de Francia, cuando había uno).

“Los delfines, como la nobleza, no solo son importantes como decoración, sino como apoyo y fortificación del cuerpo alegórico y simbólico del Estado”, explica Revéiz.

Y sigue: “El delfín hereda del padre la clientela (política), la cuota del manejo del presupuesto y los ‘derechos de propiedad’ sobre las instituciones. Estos derechos confieren poder efectivo a sus poseedores, los delfines”.

Y no solo a nivel nacional: “Los delfines se han propagado como fractales en el orden nacional, departamental y municipal (hijos y nietos de los expresidentes Holguín, López, Lleras, Gómez, Turbay, Pastrana, Santos, Rojas, Ospina, Barco, Valencia, Gaviria…) y de los caciques locales (Name, Vives, Iragorri, Díaz Granados, Guerra Tulena, Trujillo, Cotes, Pinedo, Yepes Alzate, Araújo, Aguilar…) heredan una maquinaria política (los votos) y un capital simbólico o sea un crédito o derecho de giro”.

Da un ejemplo algo distante, pero pertinente: “En las elecciones de 1974, los tres candidatos presidenciales eran hijos de expresidentes: Alfonso López Michelsen, Álvaro Gómez y María Eugenia Rojas”.

Luego recuerda que Andrés Pastrana Arango fue presidente entre 1998 y 2002, después de que su padre Misael Pastrana lo fuera (1970-1974) y que el actual presidente Juan Manuel Santos es sobrino-nieto del expresidente Eduardo Santos.

Además, señala Revéiz: “Varios hijos de expresidentes han sido precandidatos presidenciales en los últimos 20 años. Germán Vargas Lleras (nieto del expresidente Carlos Lleras Restrepo), fue precandidato en las elecciones de 2010 y Simón Gaviria, hijo del presidente César Gaviria ha sido presidente de la Cámara de Representantes y se perfila como precandidato presidencial”.

Vargas Lleras ahora es uno de los más fuertes candidatos para las presidenciales de 2018, aunque posiblemente Gaviria no tenga lugar en la contienda.

¿Cómo estas relaciones familiares afectan la estructura social y democrática? Dice Revéiz: “Tales vínculos fueron y son fuente de conflictos (…) por la falta de democracia que mantiene la cooptación de las grandes familias en el poder, pero también por los vínculos de algunos de ellos con los grandes negocios”.
¿Monolítica?

Para el escritor, periodista y agudo observador de la realidad colombiana Antonio Caballero, no es algo tan extendido.

“Tal vez dentro de la élite política, de la política profesional, sí hay una cosa bastante curiosa que es la persistencia de las mismas familias en el poder político, lo cual no es cierto en el poder económico, por ejemplo”, me dijo conversando entre libros en su apartamento bogotano.

“Poder político y poder económico obviamente que estructuralmente van juntos, claro está, pero no son las mismas personas desde la Independencia para acá”.
En 2014 celebraban la reelección de Juan Manuel Santos (centro, sobrino nieto de expresidente) él y Germán Vargas Lleras (izq., nieto de expresidente) y César Gaviria ( ex presidente y padre de un parlamentario).
En 2014 celebraban la reelección de Juan Manuel Santos (centro, sobrino nieto de expresidente) él y Germán Vargas Lleras (izq., nieto de expresidente) y César Gaviria ( ex presidente y padre de un parlamentario). EITAN ABRAMOVICH/ AFP

De hecho, Caballero no está convencido de que los presidentes y candidatos hayan venido de una élite monolítica en las décadas recientes.

“Han sido todos de familias de clase media de provincia, con excepción de Santos: Álvaro Uribe; Andrés Pastrana, que es hijo de presidente pero su padre era de clase media de provincia; el general Rojas Pinilla; Julio César Turbay; César Gaviria”.

¿Son entonces externos a las élites? No, aclara: “Han sido cooptados por ellas”.
Vocería oficial y vocería crítica

Es un punto interesante respecto a esta élite que parece tener un control casi hegemónico del discurso político en el país.

Caballero dice que, como por lo general ese grupo controla los medios de comunicación, “tienen la vocería de la crítica y la vocería oficial, las dos vocerías simultáneamente”.

“Se repite de provincia en provincia., (Colombia) es un país de regiones. Las familias de Cali o Medellín ocupan el mismo sitio allí que aquí las bogotanas”.

¿Cómo influyen estas élites en los destinos y la historia del país? “En que no hay renovación pero a la vez sí hay renovación, diluida y despaciosa, por ese lado de la cooptación. Eso tiene su origen en buena parte en que Colombia es un país tremendamente conservador, enemigo de lo nuevo, aferrado a lo ya conocido”.

“Como ese grupo que decide los destinos del país siempre ha estado partido en dos (al menos hasta hace pocas décadas entre partido Conservador y partido Liberal), las distintas posibilidades siempre vienen desde arriba, de ese grupo”.

Le pregunto a Caballero qué tipo de élite es la colombiana. Responde: “No es una oligarquía, porque no controla todos los poderes; sería más bien una especie de nobleza”.
Palabras papales

El historiador David Bushnell en su clásico libro “Colombia: una nación a pesar de sí misma” relativiza la idea de una oligarquía que controla el país. “La imagen de Colombia como país controlado desde sus inicios por una reducida ‘oligarquía’ o ‘élite’ es bastante exagerada, aun cuando se acepta corrientemente, incluso en el medio colombiano”.

Pero reconoce: “Sin embargo, en lo esencial su posición nunca ha sido amenazada y por esta razón las conquistas de las clases asalariadas rurales o urbanas han sido necesariamente limitadas. A la vez el gobierno constitucional en Colombia se ha mantenido a través del tiempo, por lo menos en parte, porque les ha convenido a los ricos y poderosos”.
Frente a las élites de Colombia, el papa Francisco dijo recientemente que la sociedad “no se hace solo con algunos de ‘pura sangre’, sino con todos”
Frente a las élites de Colombia, el papa Francisco dijo recientemente que la sociedad “no se hace solo con algunos de ‘pura sangre’, sino con todos” ALBERTO PIZZOLI/ AFP

Alguien me sugirió que en Colombia, a diferencia de otros países, como la Argentina de la época de Juan Manuel de Rosas, el México de la revolución, hasta la Cuba revolucionaria (en una versión, si se quiere, más extrema), las élites nunca tuvieron que negociar realmente la idea de nación con lo popular.

El papa Francisco en su visita a Colombia, en la Casa de Nariño, sede de la Presidencia, frente a miembros de la élite del país, dijo: “Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace solo con algunos de ‘pura sangre’, sino con todos”.

Parecía hablarle a los protagonistas de aquella reunión.

Y en Cartagena, uno de los lugares de Colombia donde más visible es la inequidad, la distancia entre pocos con mucho y muchos con poco, insistió: “No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo”.
El “enchufe” sigue allí

Algo que sigue presente, entonces, aunque haya mejorado levemente, es la distancia entre los que más y menos tienen.

El ministro de Salud, de nombre Alejandro, economista, sesudo intelectual y portador de apellido, Gaviria en su caso (es hijo de un exministro, Felipe Gaviria; hermano de columnista y periodista Pascual), escribió en su libro “Alguien tiene que llevar la contraria” lo siguiente: “La movilidad social en Colombia (real y percibida) parece ser menor que la de otros países de la región”.

Agrega que, en teoría, la Constitución de 1991 iba a resolver esa y otras problemáticas.

Sin embargo, concluye: “Veinticinco años después (y a pesar de innegables logros sociales), la construcción de una sociedad con oportunidades iguales para todos, en la cual los privilegios no dependan del accidente del nacimiento, sigue siendo un desafío pendiente. Con todo, en Colombia el éxito socioeconómico es con frecuencia un privilegio de quienes ‘han llegado allí por enchufe’”.

“La élite colombiana es un círculo tan estrecho que a pesar de las inmensas diferencias de tamaño con Nicaragua a veces se siente como que fuera hasta más pequeña que la nicaragüense”, solía decir mi antecesor en la corresponsalía de BBC Mundo en Bogotá, Arturo Wallace, nacional de ese país centroamericano, cuya población es ocho veces más pequeña que la de Colombia.

De hecho, mientras estaba en Bogotá, Wallace puso el dedo sobre algo que huele a sistema de castas: la división social en estratos (de cero a seis).

Los estratos tienen como fin dar subsidios cruzados dependiendo del ingreso (que se determina por la zona de una ciudad en la que vive una familia). Pero terminan también reproduciendo esa sensación de que el país tiene claras fronteras de clase.

¿Los mismos miles?

La reflexión sobre las élites planteada en estas líneas es algo que se ha discutido dentro de Colombia. Es más: desde las propias élites y sus márgenes surgen críticas y comentarios acerca de este fenómeno y su impacto en la historia y desarrollo del país.

Un muchacho que había ido a uno de los mejores colegios de Bogotá me dijo que, a su entender, uno de los problemas de esa institución es que a los alumnos les hacían creer que realmente eran mejor que los demás, que estaban por encima de ellos.

Parece ser que la lógica de la pertenencia no se puede romper, aunque se quiera.

En “Sin Remedio”, la única novela de Antonio Caballero, hay un momento en que el protagonista, Ignacio Escobar (Ignacio es el segundo nombre del autor), repasa mentalmente una foto familiar (de una familia que desprecia por su elitismo decadente): “Su padre con el dedo meñique estirado apoyado en la punta de una mesa, de frac, cuando era joven, cuando estaba vivo, cuando era plenipotenciario en Asunción”.

Caballero, quien se reconoce como fruto de esa élite (al menos la bogotana), me regala una idea antes de dejar su apartamento.

“Siempre hay élites que manejan (el poder), lo que pasa es que las élites pueden cambiar o pueden seguir siendo las mismas”, me dice. Y da este ejemplo de la revolución rusa y su élite en comparación a la de la nobleza zarista: “Alguna vez leí que la cifra era exactamente la misma; la nobleza zarista era de 220.000 personas y el apparatchik soviético era exactamente el mismo número”.

¿Y en Colombia? ¿Seguirán siendo los mismos miles? Y si cambiaran, ¿sería mejor o peor?

Es una de las preguntas con las que me iré de este país.

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