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Historia de un triángulo secreto: ETA, Cesid y FSLN

Una imagen del juicio contra asesino de Miguel Ángel Blanco.

Los sandinistas fueron requeridos como mediadores entre la banda terrorista y el Gobierno de España en momentos de enorme tensión como el secuestro de Miguel Ángel Blanco.

LUIS R. AIZPEOLEA
El País, España

El Cesid (hoy CNI) pidió a ETA en Nicaragua, a través de los servicios de inteligencia del país centroamericano, que influyera para evitar el asesinato de Miguel Ángel Blanco, edil del PP del Ayuntamiento de Ermua, por parte de un comando de la banda terrorista que, finalmente, lo consumó dos días después de secuestrarlo.

Era julio de 1997 y gobernaba en España José María Aznar. También, por la misma vía, había tratado de que los etarras que estaban en Nicaragua contribuyeran a “engrasar” en un sentido favorable las conversaciones entre el Gobierno de Felipe González y ETA, celebradas en Argel en la primavera de 1989.

Estas revelaciones proceden del que fue jefe de la inteligencia nicaragüense y secretario de organización del Frente Sandinista, Lenin Cerna, y las recoge un documental producido por Ángel Amigo, titulado El otro lado del espejo, la guerra secreta en Nicaragua, y que próximamente emitirá ETB (Euskal Telebista/Televisión Vasca). Es la primera vez que Cerna se pronuncia sobre las relaciones de la inteligencia nicaragüense, el Cesid y ETA.

Según Cerna, siendo Felipe González jefe del Gobierno y Emilio Manglano director del Cesid, este invitó al espionaje nicaragüense a reunirse en España y establecer relaciones con su homólogo español. Los sandinistas habían derrocado al dictador Anastasio Somoza en 1979.

La mediación la realizaron los servicios de inteligencia cubanos, cuyo representante en Nicaragua era Fabián Escalante, con los que el Cesid mantenía viejas relaciones. Por parte del espionaje español participó también Juan Alberto Perote Pellón, – expulsado en los años noventa del Cesid por haber filtrado información reservada- . Tras establecer los contactos, el servicio español estableció un oficial en Nicaragua.

La importante presencia de militantes de ETA en Nicaragua -varios centenares- desde el triunfo de los sandinistas se presentaba a priori como un problema para las relaciones entre los orgános de espionaje españoles y nicaragüenses.

Nicaragua, tras la victoria sandinista, se convirtió en un lugar de acogida de la izquierda revolucionaria latinoamericana (MIR chileno, Montoneros y ERP argentinos, tupamaros uruguayos…) tras la fuerte represión de las dictaduras del Cono Sur. De tal modo que la inteligencia argentina dedicó parte de sus efectivos a perseguir revolucionarios argentinos instalados en Nicaragua, siendo Galtieri quien inició las actividades de la Contra.

También fue Nicaragua lugar de acogida de ETA. Cerna lo admite y aclara que Nicaragua nunca ocultó la presencia de etarras en el país centroamericano. Pero también precisa que nunca aceptaron los sandinistas que ETA se dedicara a realizar actividades contrarias a los intereses de España desde territorio nicaragüense. Al frente de ETA en Nicaragua estaba Javier Larreategui, Atxulo, veterano militante de la banda que participó en el atentado contra el almirante Carrero Blanco en 1973.

Antes de establecer relaciones con los servicios españoles, la inteligencia nicaragüense ya las había establecido con la francesa. Cerna asegura que el presidente de la República Francesa, François Mitterrand, era “muy amigo” del Frente Sandinista y cómo se habían producido numerosos encuentros entre la Dirección de Seguridad francesa y la nicaragüense. A través de esa colaboración, los sandinistas consiguieron helicópteros y lanchas, muy útiles para enfrentarse a la Contra.

En el “engrase” de esa relación jugó un papel Regis Debray, asesor de Mitterrand y compañero del Che Guevara durante la aventura boliviana del revolucionario argentino-cubano.

Si bien España mantuvo relaciones con Nicaragua a cambio de que este país asegurara que ETA no utilizaría su suelo para actuar contra España, esas reglas no impidieron que ETA trabajara a favor de los sandinistas en otros países. Así, fueron militantes de ETA -José Ángel Otxoantesana, Gregorio Jiménez y Miguel María Galarraga- quienes organizaron un atentado en Costa Rica contra Edén Pastora, entonces disidente del FSLN. Y militantes de ETA Político-militar financiaron la ofensiva de Morazán con dinero del secuestro del industrial español Suñer en Alzira (Valencia) en 1980 y trataron de atentar sin éxito contra el ministro de Defensa de El Salvador. Otros militantes de ETA se enfrentaron a la Contra nicaragüense o al Frente Farabundo Martí, de El Salvador. Uno de los activistas vascos que operaron durante años por Costa Rica y Honduras se movía con documentación falsa a nombre de Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique.

Pero también la inteligencia nicaragüense, a petición de la española, actuó como “facilitadora” en asuntos como las conversaciones de Argel o el secuestro de Miguel Ángel Blanco, según revela Lenin Cerna. Durante las conversaciones de Argel, celebradas en el primer trimestre de 1989, estaba Atxulo al frente de ETA en Nicaragua. Junto a él figuraban otros militantes de la banda como Eusebio Arzalluz, Ramón Etxeberria y Miguel Ángel Apalategui. Todos estaban protegidos por el ministro sandinista del Interior, Tomás Borge, entre 1979 y 1990.

Cerna admite que sus relaciones simultáneas con el Gobierno de España, a través del Cesid, y ETA eran de “cooperación, de facilitador para lograr que las cosas avanzaran por un camino positivo que para nosotros era lograr la paz”. Cerna aclara también que “si los duros del Cesid hubieran querido imponer una agenda de trabajo, no lo hubiéramos permitido”.

La representación de ETA en Nicaragua nada pudo hacer por evitar la ruptura de las conversaciones de Argel, protagonizadas por Eugenio Etxebeste, Antxon, en nombre de ETA, y el socialista Juan Manuel Eguiagaray y Rafael Vera, director general de Seguridad, por parte del Gobierno español.

También revela Cerna que el Cesid pidió a ETA, a través de la inteligencia nicaragüense, que influyera para evitar el asesinato del edil del PP de Ermua Miguel Ángel Blanco en julio de 1997. Entonces, las circunstancias eran más difíciles para ETA porque los sandinistas perdieron el poder en 1990 frente a Violeta Chamorro. Pero el Cesid pidió a Cerna, de viaje en España, que se comunicara con el ex presidente Daniel Ortega para que tratara de influir sobre ETA.

Antes de abandonar el poder, el presidente nicaragüense Daniel Ortega concedió la nacionalidad a una veintena de etarras para blindar su presencia en el país centroamericano. La situación se les complicó a los etarras cuando en mayo de 1993 estalló un arsenal -que contenía misiles tierra-aire y granadas de mortero- que ETA tenía en Managua, lo que provocó la expulsión del país de Atxulo, Francisco Javier Aspiazu y Sebastián Etxániz. Atxulo fue sustituido por José María Zaldua. El arsenal lo reivindicó el Frente Farabundo Martí de El Salvador.

La gestión del Cesid y la inteligencia nicaragüense nada pudo hacer para impedir el asesinato de Miguel Ángel Blanco, teniendo en cuenta que había un plazo de solo 48 horas para responder a unas exigencias que suponían el acercamiento de los cuatro centenares de presos de ETA a las cárceles vascas. ETA sabía que era una exigencia imposible de cumplir y asesinó a Blanco, tras mantenerlo dos días secuestrado. Para esos momentos, Nicaragua ya había entrado en decadencia como arca de Noé de la izquierda revolucionaria latinoamericana. La decadencia se aceleró con la caída de la URSS, a comienzos de los noventa.

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