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Retórica, consignas y metáforas de aquellos años

Nicaragua 33 aniversario de la Revolución. Este texto, un ejercicio de memoria, es sólo una introducción, un aperitivo.

José Luis Rocha | Revista Envío

La Revolución abundó en retórica. Cada mes había una nueva consigna, una nueva canción con nuevas metáforas. A 33 años de distancia podemos iniciar ya una reflexión sobre los mitos que encerraron, las manipulaciones que escondieron, los sueños que expresaron, el vacío en que se desarrollaron. Este texto, un ejercicio de memoria, es sólo una introducción, un aperitivo.

No hay libro de memorias de la revolución sandinista que registre un golpe de mano dirigido por Tomás Borge en la campaña guerrillera que derrocó a Somoza. Y aunque la Policía Sandinista estuvo nominalmente bajo su férula, ¿alguna de sus áreas se confiesa moldeada por su mano o heredera de su legado? Nadie lo recuerda como arrojado combatiente ni como laborioso estadista. No fue el Robespierre ni -como podríamos esperar de su cargo de Ministro del Interior- el Fouché de la revolución sandinista. Fue su Marat, su publicista, su fabulador radical, el que desde aquel periódico L’Ami du peuple acuñó la expresión “enemigo del pueblo”, aplicada a todos los que no comulgaban con sus ideas. El mismo que en julio de 1790 se pronunció así: “Quinientas o seiscientas cabezas cortadas habrían asegurado tu descanso, Libertad y Felicidad”.

Ni la barricada ni el despacho ministerial fueron el decorado del escenario vital de Borge. Lo fueron la tribuna y el podio. Ahora que su cabeza rodó el 30 de abril por mano de la parca -consumando y confirmando lo que la guillotina del aparato partidario había ejecutado largo tiempo atrás-, que los pintores de la corte no lo retraten empuñando un fusil, sino un micrófono. No se sirve menos a la revolución con la metralla de las palabras que con la tinta indeleble de las balas. Esta verdad suena desde ultratumba como una justificación típica de Borge.

METÁFORAS COMO TIROS DE AMETRALLADORA

Después de conocer personalmente al “hombre duro” de la revolución sandinista, el Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa, en un artículo titulado Tomás Borge y las metáforas, rindió un homenaje ligeramente odioso a las dotes literarias de Borge: “Ocurre que si todos los nicaragüenses tienen una especie de adicción natural a la poesía y las imágenes -el porcentaje de buenos poetas que el país ha producido no tiene parangón en el continente. en Tomás Borge esto se agudiza hasta convertirse en perversión. Las metáforas salen de su boca, cuando conversa o pronuncia discursos, como tiros de ametralladora”.

La exuberante inventiva de Tomás Borge dio con tan felices hallazgos como el de las turbas divinas, designación con la que bendijo el vandalismo de primitivas hordas que a puño limpio o garrote vil sofocaban la disidencia de los “enemigos del pueblo” en los años 80. Quinientos o seiscientos cráneos vapuleados garantizarían tu descanso, libertad y felicidad.

Si sustituimos reyes por oligarquía, Borge coincidía con Robespierre: “Hay que organizar el despotismo de la libertad para aplastar el despotismo de los reyes”. La turba quedó sacralizada por su carácter divino y la divinidad pudo defenderse -y no ser crucificada- gracias a su naturaleza turbulenta. Ese híbrido peregrino -fruto del ayuntamiento de dos opuestos, la turba y la divinidad- recuerda los híbridos retóricos de Robespierre, cuando verbalizó el ayuntamiento de la virtud y el terror, celebrando que el gobierno revolucionario procede de dos principios indisociables: la virtud, sin la cual el terror es funesto, y el terror, sin la cual la virtud es impotente.

TOMÁS BORGE Y SU “VERDE SONRISA”

Centinelas de la alegría del pueblo fue la flamante etiqueta borgiana para los efectivos de la Policía Sandinista. No cabía en su pecho su verbo almibarado cuando decretó que la primera cárcel de mujeres de Nicaragua se llamaría “La Esperanza”.

Propietario de casas, fincas y abultado capital, Tomás Wigberto Borge Martínez también hubo de tener su ONG: fiel a su verbo rutilante, la llamó en 1992 Fundación Civil La Verde Sonrisa -dicen que dicen que por el Libro verde del malogrado Gadafi-, pero en 2009 la rebautizó Fundación Cristiana La Verde Sonrisa, porque desde entonces se convirtió en una organización “apartidista, apolítica de interés social y perseguirá contribuir a la exégesis de la religión cristiana y su inserción histórica en América Latina, incorporando para este fin al pénsum académico general de enseñanzas bíblicas con el fin de analizar temas contemporáneos relacionados con la familia y la sociedad en general, desde una perspectiva cristiana”.

Antes de aceptar a Cristo, se dice que en 2005 la Fundación vendió cinco manzanas de tierras en más de diez millones de córdobas a inversionistas que luego construyeron el mall Multicentro las Américas. Pero ese botín no bastó a sus verdes obras caritativas que necesitan de mayor liquidez: año tras año los nicaragüenses contribuimos con nuestros impuestos a la Fundación con un millón de córdobas.

LA RETÓRICA DE LAS CANCIONES: CAUDALOSOS RÍOS DE IMÁGENES MELÓDICAS

En los tres tomos de Memorias de la lucha sandinista de Mónica Baltodano, Borge describe como se desarrolló la política del FSLN de integrar a intelectuales como Carlos Mejía Godoy, otro eminente adicto a las metáforas.

Las canciones de Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy han sido una mina retórica de la que el aparato partidario extrajo consignas, titulares, lemas, arengas. Por su parte, también los Mejía Godoy musicalizaron poemas de los combatientes, fragmentos de discursos y consignas. La canción Comandante Carlos Fonseca retoma frases enteras del libro que Borge escribió en la cárcel sobre el fundador del FSLN: Poseídas por el dios de la furia y el demonio de la ternura, salen de la cárcel mis palabras. Y sediento de luz te nombro, hermano, en mis horas de aislamiento.

La dinámica de doble vía se trenza al punto que es imposible saber qué fue primero -¿la consigna o la canción?- en hallazgos harto memorables: Convirtiendo la oscurana en claridad para condensar el propósito de la alfabetización, Puño en alto, libro abierto fue la consigna de los alfabetizadores y se cantó a Leonel Rugama, que cometió el atroz delito de agarrar la vida en serio.

Y le sigue un torrente de imágenes melódicas indisociables del proceso revolucionario: Arlen Siu transfigurada en estrella dulce en el cañaveral que enterró en el hueco de su guitarra el lucero limpio de su corazón, el guerrillero que surge en ríos, montes y praderas, las mujeres del Cuá hijas de la montaña, la sonrisa de Venancia que se hace bandera en nuestra lucha, la sangre de Camilo Ortega que va creciendo en las pitahayas y la risa de los niños, el FSLN revelado como chilotito tierno fulgurante bajo el sol donde cada grano fue una bala para conquistar la paz, y Monimbó, corazón de obsidiana, flor de piñuela a la orilla del camino, ataviado por la historia, llama pura del pueblo, atabal guerrillero.

La formación religiosa de Carlos Mejía Godoy lo convirtió en trovador de un Cristo guerrillero nacido en Palacagüina y le llevó a meter caudalosos ríos de leche y miel al mero himno del FSLN, en momentos en que el FSLN se declaraba marxista-leninista. La tradicional retórica come-curas, típica de las más famosas revoluciones -francesa, mexicana y soviética-, se trocó en un prurito de cristianizar la revolución, rociando las armas con agua bendita y ungiendo guerrilleros como quien ordena sacerdotes. La sandinista fue una revolución hecha por cantores y guerrilleros ex-seminaristas, catequistas, cursillistas.

LA DIMENSIÓN GRÁFICA DE LA PROPAGANDA: LOS AFICHES

Las imágenes melódicas fueron acompañadas de arte gráfico, cuyas consignas y leyendas a menudo abrevaron en las canciones de los Mejía Godoy con toda premeditación y alevosía, porque aquí sí que hay responsables del delito: el FSLN creó el Departamento de Agitación y Propaganda y la Secretaría Nacional de Propaganda y Educación Política (SENAPEP), que eventualmente devino Departamento de Propaganda y Educación Política (DEPEP), inicialmente dirigido por Carlos Núñez Téllez.

Al servicio de la agitación y la propaganda estuvieron algunas de las mejores plumas del país. Allí trabajó Gioconda Belli, haciendo un esfuerzo titánico por sacar peras del olmo que siempre ha sido el verbo de Daniel Ortega, bruñendo el opaco cristal hasta obtener una imagen aceptable que hiciera pasar el laconismo por modestia, la falta de mundo por comedimiento y la ausencia de recursos retóricos por sabia concisión y humilde llaneza. El aparato de propaganda tuvo que auxiliar a Ortega, el menos retórico de los comandantes, y así, en el país de poetas, el tartamudo fue rey.

La mejor y más completa colección de afiches de la revolución sandinista que conozco es la publicada por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica bajo el título La revolución es un libro y un hombre libre. Los afiches políticos de Nicaragua Libre 1979-1990 y el Movimiento de Solidaridad Internacional, imprescindible selección de Oscar Bujard y Ulrich Wirper. En sus páginas podemos observar que los afiches retomaron los mismos motivos y fuentes que las canciones. Y las mismas musas. y musos. Uno de los más vistosos afiches reproducía una frase de Tomás Borge: “La unidad, el más grande homenaje a los mártires”.

Los afiches prolongan la veneración al pueblo monimboseño: “Monimbó vive en cada nicaragüense honrado”. Otro muestra un policía sosteniendo a un bebé: “La policía nacional sandinista junto al futuro de la revolución”. Inolvidable fue aquel cuya leyenda decía “Andrés, a 125 años de distancia el enemigo es el mismo,” que elaboró Iván Olivares. Cada ministerio tuvo sus afiches. El de Bienestar Social: “A problemas sociales, soluciones comunales”. El de Reforma Agraria: “Esta tierra es mi tierra. Ningún yanqui me la quitará”. El del Trabajo: “En cada trabajador, Carlos Fonseca Amador”. El de Salud: “Los niños sanos de hoy son el futuro de la revolución”. El de Economía tuvo una arenga utópica: “Una eficiente producción es una victoria más de la revolución contra el imperialismo”. Las Jornadas Populares de Salud: “Limpiemos hoy, hagamos un futuro sano”. Los Comités de Defensa Sandinista: “Los CDS a los 3 años de vigilancia revolucionaria, una muralla antimperialista” y “Defendamos la revolución, controlemos al somocismo”. También el Ejército Popular Sandinista los tuvo, un tanto macabros: “Muerte al analfabetismo” y “En la montaña enterraremos el corazón del enemigo”. Y aunque usando la que ahora es una palabra políticamente incorrecta para autodenominarse, la Organización de Revolucionarios Deshabilitados fue pionera en una propuesta imprescindible: “La ciudad debe ser diseñada también para nosotros”.

No faltó la demagogia: “¡Todas las armas al pueblo!” y “Pueblo, ejército, unidad.garantía de la victoria”. Y hubo algunos que hoy serían impensables: “Estoy enamorado de una chavala de 4 años. La revolución es una chavala con corazón”, ilustrado con una niñita.

“TANTA PATRIA EN UN CORAZÓN”

Difícilmente hubo programa, ministerio u otra entidad capaz de competir con la Cruzada Nacional de Alfabetización: “Convirtiendo la oscurana en claridad”, “En la tierra de Sandino enseñamos a leer al obrero y al campesino”, “Nuestro pueblo pide ayuda para su segunda liberación”, “Vencimos en la insurrección, venceremos en la alfabetización” y el clásico “Puño en alto, libro abierto”, que aún resuena en mis oídos de chavalo alfabetizador junto a “Sandino y Fonseca ya están alfabetizando. ¿Y vos?”

Modelos de manipulación fueron aquellos que asociaron revolución y nacionalismo: “A cualquier costo, cumpliremos con la patria”, “Defendamos nuestra patria defendiendo nuestra revolución”, “La revolución salvó a la patria” “Luchamos por la paz y la soberanía nacional”, “La patria está siendo agredida, los patriotas se levantan para defenderla” y “Construyendo la patria nueva hacemos la mujer nueva”, que no fue una total realidad, sino una simplificación mecanicista. En esta ristra patriótica destacó -por sus innumerables versiones y copias- el de una joven con un fusil al hombro y un lactante prendido de su pecho: “Jamás hubo tanta patria en un corazón”.

El Centro Antonio Valdivieso sumó sus propuestas, teñidas de teología de la liberación y realzadas por el virtuoso pincel del sacerdote claretiano Maximino Cerezo Barredo (Mino): “Los pobres reconstruyen la iglesia de Cristo” y “Herodes busca el niño para matarlo. NO a la intervención en Centroamérica”.

Muchos afiches volaron a otras tierras, pues apelaban a fibras sensibles en la izquierda internacional: “No más Vietnam en Nicaragua”, donde se reproduce la foto del soldado que lleva capturado al mercenario estadounidense Eugene Hasenfus. Un águila con la bandera estadounidense estampada: “Wanted. Se busca. Acusación: enemigo de la humanidad. Recompensa: paz, soberanía y libertad”. Una lámpara Coleman anunciaba, en la feria del libro en Frankfurt: “Libros para una Nicaragua libre”. Y también estaba el que, en sus versiones en español, inglés y francés, duró toda mi adolescencia en una pared de mi cuarto: “Pan con dignidad para Nicaragua”.

LAS CONSIGNAS: NUEVAS Y SECULARES JACULATORIAS

Los afiches contenían consignas, pero no las agotaban. La maquila de consignas trabajaba sin reposo. La más coreada durante la alfabetización fue ¡En cada alfabetizador, Carlos Fonseca Amador! Los miembros de la Juventud Sandinista solían gritar hasta el límite de resistencia de sus a veces impúberes cuerdas vocales: ¡Sólo los cristales se rajan/Los hombres mueren de pie/Y nosotros los sandinistas/seremos como el Che!. Mis favoritas, que entran más en la categoría de publicidad ideológica que de consigna, animaban al ahorro de energía y por eso sus lúcidos llamados siguen siendo de imperecedera actualidad: Aunque usted pueda, Nicaragua no puede. Y la otra: ¡Haga clic por Nicaragua!

La más desafortunada fue la que proclamó a la Costa Atlántica como Un gigante que despierta, estampada en un afiche del Ministerio de Cultura y cantada por Luis Enrique Mejía Godoy. “¿Y cuándo hemos estado dormidos?”, dijo con justa razón un líder costeño. La más humillante y obligatoria en todos los actos masivos fue ¡Dirección Nacional, ordene! Todavía me sorprende que ningún comandante, ministro o cuadro medio se haya sublevado ante semejante emulación del culto a la personalidad y sometimiento incondicional requeridos en los regímenes que más parasitan del sujeto-masificado. Aunque es posible que los actuales dirigentes del FSLN sientan nostalgia de aquellos tiempos y sueñen con escuchar ¡Daniel Ortega, ordene!, deseo que reprimen e invierten -pero sólo retóricamente- al machacar la nueva consigna que afirma: ¡Pueblo presidente!

Toda revolución crea una parafernalia cuasi-religiosa, con su santoral, sus mártires, sus templos y su credo, que puede ser una Constitución -la de los Estados Unidos tiene tal rango- o “creencia”, como la firme fe en la técnica y el progreso sin límites de la revolución industrial que llega hasta nuestros días y cuenta con innumerables adeptos y adictos. Las revoluciones donde la ideología juega un papel determinante -todas, aunque en distinto grado- echan mano de los elementos que durante siglos han apuntalado a las instituciones religiosas. En el caso de la religión cristiana, dos mil años de experiencia avalan unas prácticas donde las jaculatorias, letanías, procesiones, cánticos devotos y sermones son la catequesis de cada día y el mejor aparato propagandístico. La revolución sandinista no fue una excepción. Hizo de las consignas sus seculares jaculatorias, de las manifestaciones abarrotadas sus procesiones, del cántico al FSLN su Credo partidario y de los discursos en la plaza sus sermones. Los comandantes sustituyeron el solideo y la casulla por la gorra y el uniforme verdeolivo, un hábito que hizo al monje, a los monjes seculares.

Sólo encontrando esa latente sacralidad en lo que parecían ser rituales mundanos me explico que el oprobioso ¡Dirección Nacional, ordene! -pese a su burlesca y subversiva parodia como ¡Dirección Nacional, ordeñe!- no haya suscitado una oposición frontal, sino que haya tenido una enorme aceptación: la consigna evocaba la sumisión ante la monarquía celestial y ayudaba a generar un sentimiento de comunión en la masa.

LAS REVOLUCIONES RENOMBRAN EL UNIVERSO

Existe otro elemento poderoso para incentivar la pirotecnia retórica, los petardos de consignas y la avalancha verborreica y logorreica de las revoluciones. Se trata del afán de Robinson Crusoe que tienen los dirigentes revolucionarios y sus adláteres. Un anhelo que, en palabras de Fernando Savater significa que, después del naufragio, nace un mundo nuevo creado por Crusoe: “Renacido en la perdición de su isla, ese limbo bienaventurado del Pacífico, Robinson está en la disposición semiinocente y perfecta para volver a inventarlo todo. Sin duda, sus creaciones posteriores se parecen muchísimo al mundo ordenado por los otros que dejó atrás, aunque esta vez es él mismo y nadie más que él quien pone la primera piedra en cada monumento civilizado de su universo”.

La revolución francesa fue Crusoe innovador, antes y después del sangriento naufragio que significó la época del terror y la reacción termidoriana. Los jacobinos diseñaron e impusieron un nuevo y propio calendario, medida de un tiempo nuevo para hombres nuevos. Era un calendario secular y agrícola, carente de alusiones religiosas y bucólico. A cada estación correspondían tres meses rimados: otoño (Vendémiaire, Brumaire y Frimaire), invierno (Nivôse, Pluviôse y Ventôse), primavera (Germinal, Floréal y Prairial) y verano (Messidor, Thermidor y Fructidor).

El calendario estuvo vigente desde 1792 hasta 1806, año en que Napoleón, autonombrado emperador, lo abolió por considerar que el republicanismo que lo inspiraba no calzaba nadita con la dinastía que él estaba inaugurando. Según el historiador Norman Hampson: “El nuevo calendario simbolizaba varios aspectos del pensamiento revolucionario: la sustitución de la tradición por la ‘razón’, el culto de una Naturaleza idealizada y la ruptura con el cristianismo”. El calendario era un paso muy concreto hacia la eliminación del cristianismo en la vida cotidiana.

La revolución nicaragüense triunfó el primidi de Thermidor del calendario republicano francés. Era el día del Épeautre, trigo. Desde ese día hasta su final, el gobierno revolucionario renombró todo lo que pudo: calles, plazas, barrios, puertos, estadios, escuelas. Y también el tiempo. Cada año recibió su bautismo: 1979: año de la liberación, 1980: año de la alfabetización, 1981: año de la defensa y la producción, 1982: año de la unidad frente a la agresión. Los objetos de uso cotidiano fueron renombrados. Si en la revolución francesa los Rousseau de tréboles y Voltaire de diamantes de la baraja sustituyeron a las antiguas imágenes, en los billetes y monedas de los 80 los retratos de Sandino, Rigoberto López Pérez, Carlos Fonseca y Germán Pomares suplantaron a los de los viejos próceres -Miguel Larreynaga y José Dolores Estrada- y de Somoza.

EL MITO DEL HOMBRE NUEVO

El ciudadano de la revolución francesa y el camarada de la revolución soviética tuvieron su equivalente en el compañero de la revolución sandinista. La obligatoriedad del tuteo -impuesta por decreto en la revolución francesa- llegó a nosotros como obligatoriedad de borrar el señor de nuestro diccionario: “No me digan señor, eso es para los burgueses”, recuerdo que nos dijo un instructor de las Milicias Populares Sandinistas. Y así como los maestros del sistema educativo francés debían tener su certificado de civismo, el certificado de haber participado en los cortes de café era la garantía de que su portador hacía ímprobos esfuerzos por encarnar el hombre nuevo.

El mito del hombre nuevo, ese ser abstracto que -nos explica el historiador húngaro André Reszler- ha salido de la imaginación organizadora del espíritu utópico, ocupa el sitial del buen salvaje, primer crítico de las civilizaciones corrompidas: “El hombre nuevo tiene un doble estatuto espiritual y político. Por una parte, encarna la alternativa del cristiano, que abandona una ‘vieja’ manera de vivir y asume un modo de existencia enteramente nuevo. Por otra parte, le otorga una prolongación ‘humanista’ a los proyectos de sociedad utópicos o revolucionarios, fundada en la creatividad de una pedagogía revolucionaria preparada pacientemente. Integrado en el discurso ideológico moderno, el concepto pretende ser materialista y político. Pero también se beneficia con la esperanza del mensaje de San Pablo, al que laiciza adaptándolo a las exigencias de una Nueva Jerusalén social”.

Para el hombre nuevo, retórica nueva: imágenes, frases, nombres y consignas nuevas, generadoras de esa revolución espiritual que propugnó Lukács. Sin hombre nuevo, no hay sociedad nueva como afirma Eric Hobsbawn. El mito del hombre nuevo es la piedra angular ideológica de las revoluciones porque permite romper con el ancient régime e inventar una nueva tradición a partir de una puntillosa selección de viejos elementos. La revolución sandinista fue rebuscando, en vetustas alforjas, lo rescatable y reciclable: Andrés Castro -el único héroe del pueblo enaltecido en la lucha contra el filibustero William Walker-, el cantautor chinandegano Camilo Zapata -convertido en folklore nacional-, la pintura primitivista de Solentiname -embajadora de la cultura nacional-, etc. La propaganda, las consignas y discursos fueron los creadores de ese nuevo universo.

LA RETÓRICA: HACER REALIDAD CON PIROTECNIA VERBAL

Existe otro elemento que explica la profusión retórica revolucionaria: el poder performativo y realizativo de las frases de quienes ostentan el poder.

Los filósofos del lenguaje descubrieron hace algunas décadas que el común de los mortales entiende que las frases suelen representar estados de cosas, pero que algunas frases realizan las situaciones que enuncian. Tienen un poder performativo. “Te prometo que llegaré.” es al mismo tiempo la frase que enuncia una promesa y la realización de la promesa: formula lo que realiza. Lo mismo ocurre con “Te digo que.”

En un sentido distinto, la autoridad política, precisamente por estar imbuida de poder, realiza lo que ofrece. Diciendo ¡Defendamos la revolución! reproduce el fiat luce del Génesis porque en una frase condensa un llamado de alerta y la advertencia de estar en guardia. Pero también lo realiza porque no existe autoridad probatoria o negatoria por encima de la revolución. Si los dirigentes dicen ¡En cada alfabetizador, Carlos Fonseca Amador!, ¿quién puede demostrar que no es así?

En aquellos años el poder realizativo también les venía del hecho de que eran el único poder que podía conferir un estatus. Sólo el poder supremo revolucionario podía realizar por decreto el Ésta es la tierra del pueblo, lo mismo que ahora establece que El pueblo es Presidente. La materialidad de la frase es materialidad de los hechos. Lo inusitado en la palabra precede, acompaña o sustituye a la osadía en las acciones. Pero sólo en el mundo de la superestructura. La realidad tiene una independencia que escapa al poder retórico.

Pero los políticos siempre han procurado, a martillazos retóricos, moldear la realidad. Y como la granítica realidad no es muy dúctil, los políticos retóricos siempre han tenido buena venta: Demóstenes, Cicerón, Marat, Danton, Saint-Just, Trotsky. El problema es que la retórica sin acciones, con acciones que la contradicen o con acciones que sólo la realizan de manera torpe y desmañada, queda reducida a mero espectáculo y manipulación. Queda en pura retórica, única realidad que reconocen los deconstruccionistas, según Vargas Llosa: “El realismo no existe ni ha existido jamás según los deconstruccionistas, por la sencilla razón de que la realidad tampoco existe para el conocimiento, ella no es más que una maraña de discursos que, en vez de expresarla, la ocultan o disuelven en un tejido escurridizo e inaprensible de contradicciones y versiones que se relativizan y niegan unas a otras. ¿Qué existe, entonces? Los discursos, la única realidad aprehensible para la conciencia humana. Discursos que remiten unos a otros, mediaciones de una vida o una realidad que sólo pueden llegar a nosotros a través de esas metáforas o retóricas”.

HAY RETÓRICAS PLAGADAS DE MITOS Y HAY RETÓRICAS VACÍAS

Si la retórica no es pura pirotecnia verbal, está plagada de mitos, donde hay mucho que escarbar para entender la naturaleza del poder y de las revoluciones. Georges Sorel, deseoso de descubrir las fibras sensibles para movilizar al pueblo, sostuvo que los mitos son los que impulsan la subversión de las situaciones existentes y que “las ideologías no han sido más que traducciones de estos mitos en formas abstractas”.

En las consignas, afiches, leyendas, lemas y metáforas anidan -soterradas en crípticas codificaciones- constelaciones de valores que sostienen o derrocan regímenes políticos. Esas constelaciones están en los recursos retóricos mencionados en este artículo. Y en ellas debemos buscar la explicación de que Gioconda Belli y Mónica Baltodano, de quienes nadie dirá que son hijas o esposas de dominio sometidas a un macho, hayan disculpado las “debilidades” ideológicas, venales y de faldas del compañero Borge -las que todos sabemos y las que ellas saben, que son muchas más- para escribir sendos panegíricos en su memoria: al gran hombre, al arrojado revolucionario, se le perdonan esas minucias, deslices que sólo trituraron vidas y reputaciones que nada son comparadas con la grandeza del proceso revolucionario.

Pero si la retórica está vacía, saturada de iteraciones insufribles y defectuosas, como es el caso de la propaganda carente de ingenio del actual régimen de Daniel Ortega, no tenemos nada para el análisis, sino solamente un FSLN convertido en nido de erratas. Tanto si es buena -y con mayor razón si es mala- la retórica es temible. Ya lo dijo Marco Tulio Cicerón -que sí sabía de lo que hablaba- cuando en De la invención retórica declara: “Muchas veces he dudado si trae mayores males que bienes, a los hombres y a las ciudades, la facilidad de hablar y el estudio excesivo de la elocuencia. Cuando considero el detrimento de nuestra República y traigo a la memoria las antiguas calamidades de otros Estados, no puedo menos de pensar que parte no exigua de estos daños, se debe a los oradores”. En eximio podio, Tomás Borge.

* José Luis Rocha. Investigador del Servicio Jesuita Para Migrantes de Centroamérica (SJM). Miembro del Consejo Editorial de Envío.

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