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Temor y temblor

Laura Gil.

Laura Gil

* “Tan razonable se mostró el mandatario nicaragüense que llegó a plantear el establecimiento de una administración conjunta de Seaflower, con acompañamiento de la ONU. ¿Cómo rechazar tanta sensatez?”

El Presidente debe liderar no solo la negociación de los límites definitivos con Nicaragua, sino de un gran pacto de convivencia en el Caribe.

El problema del Gobierno no está en la soledad, sino en el miedo del Presidente. Es el momento de dejar los temores atrás, hablar con la verdad y actuar con decisión.

El Presidente no puede continuar permitiendo que esos 75.000 kilómetros cuadrados de mar Caribe se le conviertan en una camisa de fuerza que coarte su acción política en todos los campos.

Mucho menos pueden serlo ahora que Daniel Ortega tendió una mano. Propuso negociar un tratado para la reserva, la pesca y el patrullaje y así cooperar con la puesta en práctica del fallo de La Haya.

Tan razonable se mostró el mandatario nicaragüense que llegó a plantear el establecimiento de una administración conjunta de Seaflower, con acompañamiento de la ONU.

¿Cómo rechazar tanta sensatez? Si en Colombia escapáramos al miedo, la Casa de Nariño se apresuraría a aceptar esta oferta a cambio del cierre definitivo de la controversia limítrofe. Pero no nos hagamos ilusiones. Tiembla el Gobierno cuando habla el uribismo y, más aún, en esta época de reelección.

A manera de advertencia, que pareció, más bien, amenaza, el expresidente Uribe aseveró que San Andrés buscará la independencia si se acata la decisión de la Corte Internacional de Justicia.

Con la moción de censura contra la Canciller, también los conservadores pretenden cerrar el espacio político a la vía del respeto de la sentencia, la única responsable.

La oposición muestra los dientes, el Gobierno se acobarda y la Cancillería agrava una de por sí compleja situación. La construcción de un sentimiento antinicaragüense complicará más una negociación que, por más que se postergue, resulta inevitable.

Uno a uno, en privado y empaquetado en el discurso del expansionismo, la canciller Holguín les anunció a los principales medios de comunicación la inminente presentación de la segunda demanda de Nicaragua en búsqueda de la plataforma continental extendida.

De demanda todavía nada se sabe. El tictac del reloj continúa sonando y, a fines de noviembre, entrará en vigencia la denuncia del Pacto de Bogotá. Colombia quedará, entonces, a salvo de un proceso legal nuevo, pero no de un recurso jurídico.

En Colombia mucho se habla de utilizar la revisión, y seis grupos de expertos estuvieron a la cacería de un hecho nuevo que lo justificara. No descartemos que este se presente del lado nicaragüense.

La Corte Internacional de Justicia se abstuvo de contemplar el fondo del reclamo sobre la plataforma continental extendida porque la Comisión de Límites de la Convención del Derecho del Mar no los había definido.

Nicaragua inició el procedimiento para subsanar el vacío y la decisión de la Comisión podría erigirse en un hecho nuevo que permitiría al tribunal volcarse a estudiar el asunto en el marco del primer caso presentado, uno en el cual la competencia permanecerá vigente para Colombia. Son tan pocos los casos de revisión aceptados que resulta difícil prever el razonamiento de la Corte.

El dictamen de la Comisión de Límites puede demorar años. Costa Rica le notificó su intención de intervenir y es probable que Panamá también lo haga. Pero Nicaragua no necesita apresurarse. Una revisión puede ser solicitada hasta diez años después del fallo.

Nicaragua se equivocó: con sus pretensiones marítimas, antagonizó con Costa Rica y Panamá. Aun así, las palabras de Ortega para Colombia vuelven la estrategia del “todos contra Nicaragua” poco sostenible.

Un líder no se somete a la opinión pública: la moldea. El Presidente debe temblar, mirar al monstruo en sus entrañas y luego darle la espalda y liderar no solo la negociación de los límites definitivos con Nicaragua, sino de un gran pacto de convivencia en el Caribe.

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