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El amigo surfista de Daniel Ortega

El presidente Daniel Ortega y Fernando Aguerre.

El presidente Daniel Ortega y Fernando Aguerre.

Andrés Eliceche

Una mañana, Daniel Ortega le concedió 15 minutos en su despacho a Fernando Aguerre. Eso, en los papeles: el presidente de Nicaragua se entusiasmó tanto con las historias de un deporte que desconocía, que la conversación se extendió por una hora y media.

En la despedida, el anfitrión reflexionó: “Al final, lo que ustedes hacen es jugar con las olas”. Aguerre se quedó sin más palabras que decir: “Llevo 45 años metido en el mar, y jamás se me había ocurrido definir así al surf. Me encantó”, remata ahora la anécdota este marplatense que preside la Asociación Internacional de Surfing (ISA, por su sigla en inglés).

La camisa floreada y el sombrero que porta tienen mucho que ver con el estilo de la disciplina que ama y nada con la diplomacia de la alta política de la que forma parte. Y son esas maneras jóvenes y desacartonadas las que están a punto de meterse de lleno en la élite mundial: Aguerre cuenta los días para que el surf se convierta en deporte olímpico.

La noticia (positiva o negativa, aunque todos los indicios son favorables) llegará donde empezó todo: en Río de Janeiro, justo en la ciudad en la que él fue elegido presidente de la ISA en 1994. Será en agosto, en los días previos a los Juegos Olímpicos, cuando el COI (Comité Olímpico Internacional) confirmará si suma al surf al movimiento olímpico a partir de Tokio 2020.

Si ese logro llega, dice, será en parte por los seis años de intenso trabajo que realiza la Asociación, pero él no se sentirá merecedor de ninguna medalla especial: “El precursor fue Duke Kahanamoku, el padre del surf moderno. Él ya le había hecho el pedido al COI en los Juegos de Amberes de 1920. Yo le di continuidad”, se sonríe. Aguerre vive la mayor parte del año en California, pegado al mar, como vivió Kahanamoku.

Es locuaz: “Todas las mañanas, cuando me despierto, lo primero que hago es besar a mi mujer. Y lo segundo, ir a surfear”. Lo dice y se apura en aclarar que puede permitirse esos lujos porque antes tuvo una vida dedicada al trabajo. Repasarla hace pensar en un guion de película.

“Soy una mezcla rara: mis antepasados se dividen entre lo conservador capitalista y lo anarco revolucionario”, se presenta. De su padre, al que recuerda con admiración, heredó la profesión: “Abogado, porque nadie es perfecto”. Su madre le transmitió el amor por el mar: ella recorría nadando las playas de Mar del Plata.

A Fernando y a su hermano Santiago les hizo descubrir el surf sobre unos barrenadores de madera terciada que hoy parecen de la Edad Media. Él, inquieto, también pasó música y militó en el centro de estudiantes de la universidad, además de promover el surf en la ciudad. Eran los 70, “y nos prohibieron todo”.

Detrás de los pasos de su hermano llegó a Estados Unidos, donde en 1985 fundaron Reef, una empresa que cuando decidieron vender, veinte años después, tenía cinco mil empleados y presencia en más de cien países. Ese éxito le quitó a Aguerre la preocupación común de la enorme mayoría de las personas, cómo llegar a fin de mes, “pero no todas las demás”.

Una de ellas, oler un ratito de felicidad, se le hace vívida sobre la tabla. “El surf es universal porque el deseo de flotar lo es. Todos queremos meternos en la naturaleza, todos queremos escapar del asfalto. El surf te conecta con el hedonismo y te hace dar cuenta, en el medio del mar, de lo insignificante que somos”, arma su propia definición, la que no alcanzó a devolverle a Ortega aquella mañana.

Hoy, además de soñar con Tokio, lo emociona el recuerdo reciente del primer mundial de surf adaptado, que se realizó el año pasado, donde barrenaron ciegos y amputados, por ejemplo. “El surf creció mucho, pasamos de 28 a 97 federaciones nacionales en veinte años. Y El COI se dio cuenta de que necesitaba deportes jóvenes. Lo difícil fue convencer a personas que ni sabían que existíamos”, explica. Estima que los surfistas son ya 35 millones, y que el 60 por ciento de ellos son chicos y chicas menores de 20 años.

¿Y en Argentina, qué? “Hay 200.000 surfistas, pero solo compiten doscientos. Ahí hay un problema, tenemos que ensanchar la base”, apunta, en el único momento de la conversación en el que se pone (algo) más serio. Será parte del trabajo por venir: si el surf consigue una plaza olímpica, el presidente de la ISA se sentirá realizado si ve a un argentino jugar con las olas de Tokio. Y si ese argentino es marplatense, entonces habrá bonus track.

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