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Qué triste se oye la lluvia

  

 

 

(Tomada de Internet).

No quiero rasgarme vestiduras, ni aparecer como el solidario o el cristiano ejemplar, pero acepto haber retomado con más ahínco una herencia maternal: no puedo evitar que al escuchar y ver los aguaceros, que siempre lo hago bajo buen resguardo, lejos de pensar el placer que evoca el clima, o las nostalgias del olor a “tierra mojada”, pienso en la gente que podría estar con el corazón en la boca ante la posibilidad que una corriente los arrastre o acabe con sus viviendas. 

Tras ese primer pensamiento, viene después la sarta de improperios contra el sistema, los politiqueros, la gente misma y por último me culpo por no salir de mi comodidad y hacer más para buscar soluciones, pero de inmediato me digo que no vale la pena, porque no tengo complejo de Quijote, soy uno más de los que profesa la nueva costumbre social: la indolencia.

Quizás con este escrito busco como expiar un poco mi culpa, pero sobre todo definir que esta situación lamentable y caótica deviene de un solo tronco que ha echado raíces profundas y frondosas ramas, se llama FALTA DE EDUCACIÓN.

Si no, subámonos un momento a ese árbol, y empecemos a tratar de entender: ¿por qué en la educación pre-escolar y primaria no hay énfasis en protección al Medio Ambiente y la urbanidad, que conlleva a inculcar buenos modales y al final garantizar la sanidad y limpieza en nuestro entorno?, primer punto.

¿Qué tiene que ver esto con la lluvia?, pues un día asomémonos en la cuneta de nuestra casa o la alcantarilla de la esquina, o en cualquier bulevar de la ciudad o cualquier cauce ¡y la respuesta es evidente!

Luego, en otras ramas observamos que por “herencia” generacional decidimos vivir a orillas de fuentes de agua. Los gobiernos lo saben porque hasta ahí llegan las campañas electorales. Más de una vez somos evacuados, nos reubican y a la menor posibilidad regresamos al caos, dizque por “amor a lo nuestro”, pero en todo ese proceso, nunca fuimos a la escuela, porque no tuvimos recursos o porque si tuvimos suerte, un programa social de algún ONG nos apoyó pero, ¿para qué seguir yendo a la escuela cuando solo hay un tiempo de comida?.

Otra rama del árbol enseña una historia similar, vivimos a la orilla de los cauces, porque nos venimos del campo, donde la pobreza nos sacó corriendo, ya no sembramos, porque no hay con qué, o porque preferí irme a “buscar vida” al extranjero, y es “más mejor” eso que producir la tierra, entonces jalo a mi familia a la ciudad y les mando “la remesita”, a vivir en casa de plástico, pero por supuesto con TV a colores y si es posible con cable o con TV satelital.

Sin embargo, hay centenares de casos diferentes y la pobreza del campo, donde pasan días sin encender el fogón por falta de alimentos, porque no hay con qué sembrar, obliga a la gente a venir a ofrecer servicios de domésticas, jardineros, guardas de seguridad, o lo más triste, a volverse habitantes de basureros o delincuentes en potencia. Y todo eso porque en el campo, después de 1980 y otro intento similar pero de menor escala en 1986, no se ha proyectado una estrategia masiva y constante de educación para las zonas rurales.

A la par de esto, está la rama seca y llena de alimañas, ya sin hojas y a punto de caer, y en ese lugar no volverá a haber rama alguna, a causa del daño que nosotros mismos provocamos, por el descuido con la naturaleza, por la ambición del confort, por el placer del dinero y otra vez, por no estar educados en el cuido de nuestros recursos, desconociendo que con ello estamos acelerando la destrucción del planeta, acrecentando la escasez de agua y de alimentos.

Saltemos a la otra rama y veamos el peor de los casos, LA MALA COSTUMBRE, que en castellano sencillo se traduce en MALA EDUCACIÓN.

Eso sucede a cada segundo y en cada rincón de mi lindo país. Comemos frutas y el desperdicio al suelo, no importa si algún anciano se quiebra los dientes o la cadera con esa cáscara, o que esa bolsa junto a las miles que están botando otros en ese instante, “taqueen” las alcantarillas y vengan las inundaciones o desborde de los cauces.

Pero lo más triste es que si recomendamos no hacerlo o buscamos un recipiente para basura, quedamos ante nuestros observadores como los “raros o anormales” o lo que es peor, como los “fresas o plásticos”. Y peor aún, podría estar una “chureca” en potencia en nuestras puertas, pero no la limpiamos, porque “mejor que lo haga la empleada” o “no soy marica para barrer yo, que lo haga mi hermana”, y si no “dejá esa babosada que al ratito va a estar igual”, y el peor de todo lo dicho por alguien que vive en la misma casa: “qué basural y qué tufalera, busquen como limpiar ahí, no sé cómo pueden vivir en la chanchada”, ¡pero no lo hacemos nosotros mismos!

Y antes de bajarnos del árbol, vamos a la rama, que a pesar de estar podrida, por alguna razón nunca se cae, y será hasta que derribemos el árbol, que nos desharemos de ella. Es donde están los politiqueros, administradores del erario, que a pesar de que muchos fueron hasta la Universidad, son una muestra real de analfabetismo moral, pues esos recursos que administran los malgastan dejando en zozobra a la población, a expensas de las oraciones y ruegos, a sus llantos por la amenaza de las aguas, incluso al luto y no invierten en los paliativos o mejoras para evitar los desastres inherentes a las lluvias.

Cómo añoro esos días en que el primer pensamiento a la hora de un aguacero era pensar en comodidad, cobijo, descanso, y al crecer, pues pensar quizás en unos buenos tragos y hasta en algo libidinoso. Atrás quedó eso. Ahora yo propondría a Los Guaraguao que editen la letra de la emblemática canción Las Casas de Cartón, por tanto que hemos ayudado a que las cosas vayan a peor.

La economía no sólo se afecta por asuntos políticos, por variables mal diseñadas, o por no administrar bien los recursos públicos, también se daña desde el momento que incidís negativamente contra tu propio bienestar y todo eso porque somos producto de la FALTA DE EDUCACIÓN, recordalo. Y si se te olvida, seguro harás memoria cuando estés en el medio del caos a la hora de un aguacero.

Si en 2010 está sucediendo esto, ¿qué podemos esperar en el futuro si no tratamos de cambiar?

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