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Mis amigos de la EEBI

Michael Echanis deja que un jeep le pase por encima del cuerpo.

Michael Echanis deja que un jeep le pase por encima del cuerpo.

* Recuerdos de años azarosos y sangrientos en la historia de Nicaragua que cambiaron para siempre la vida de la mayoría de ciudadanos, sin importar el bando al que pertenecieran.

Oscar Merlo

Fueron tres mis amigos o vecinos del barrio La Fuente que a finales de los años 70 del siglo XX, pasaron a integrar las filas de la temida Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), fundada en esa década por Anastasio Somoza Portocarrero, alias “El Chigüín”, hijo mayor del dictador Anastasio Somoza Debayle.

Al menos dos de ellos no habían tenido nunca vínculos con el régimen somocista y su decisión de formar parte de la EEBI tuvo que ver con la pobreza y la profusa propaganda que se realizaba en los medios del gobierno, ponderando las bondades de pertenecer a la fuerza militar que en 1978 ya se conocía como un cuerpo privilegiado.

Esos mensajes tocaron a las puertas de la desesperación económica en que vivían junto a sus familias. Mi mayor sorpresa fue la “Daniela” (pseudónimo porque sigue viva), una espigada muchacha que llevaba el apellido del Héroe de Las Segovias. Tres años después de terminar la secundaria se alistó en la EEBI como paramédico.

Tras la Daniela siguió Toño, joven de unos 24 años que embarazó a la novia y encontró en la EEBI la solución a sus problemas. Toño sufrió una metamorfosis casi inmediata y al mes de estar bajo las órdenes de los hombres de “El Chigüín”, empezó a ver como enemigos a quienes tenía que matar, a los pocos estudiantes universitarios que existían en el barrio, incluyendo a sus vecinos más próximos y a los que hasta hacía poco saludaba al encontrarlos.

Toño no tuvo mucha suerte y murió durante un enfrentamiento con guerrilleros sandinistas en el sur del país. Tenía apenas unos tres meses de haberse enlistado en la EEBI y hay que decir que debido al ansia de sangre que había desarrollado, varios de sus vecinos siguen vivos gracias a su infortunio en el combate.

Pese a todo, el caso más interesante de entre mis tres amigos de la EEBI fue Enrique, a quien por sus ojos entrecerrados apodaban “El Roleado”. Era un adolescente de 17 años cuyo padre, con grado de sargento, pertenecía a la Acción Cívica de la Guardia Nacional, donde según se decía era carpintero.

Enrique era el primero en aparecer por el callejón donde los fines de semana jugábamos “handball” o “jambol” y después de mi hermano menor ya fallecido, era mi preferido para hacer dupleta debido a sus facultades para aquel deporte de barrio que no se practicaba por simple diversión.

Un día cualquiera, “El Roleado” apareció con mucho dinero en su raída calzoneta y pronto nos dimos cuenta, por la miseria en su hogar, que de ahí no provenía esa plata. Así pasó al menos un mes en el que era quien más apostaba en aquellas agotadoras jornadas de “jambol” que muchas veces discurrían entre las siete y media de la mañana hasta las cuatro o cinco de la tarde, con apenas pequeñas treguas para ingerir algo líquido.

Algo supieron en su casa porque de repente se perdió y reapareció varios meses después completamente transfigurado. Estaba más alto, fuerte y musculoso y en su forma de actuar quedaba poco del adolescente que conocíamos.

Yo llevaba también varias semanas haciendo ejercicio debido a que esa era la orientación de quien me había reclutado como correo para el FSLN un año atrás. Pese a que mi condición estaba lejos de ser la más óptima, mi amigo EEBI se percató de lo que yo consideraba leves cambios en mi anatomía. EEBI en entrenamiento

- Creo que vos sos guerrillero, ¿te estás entrenando? Te veo más recio, señaló la primera vez que lo vi después de su forzada ausencia por estar en los campos de entrenamiento de la EEBI.

Se quedó atento a mi reacción y al ver que sus palabras no me provocaron ninguna reacción, admitió que le cambiara la plática con un: – Dejate de v… sos vos el que parece guerrillero o Tarzán.

Se lanzó una larga carcajada y fue cuando me contó que era miembro destacado de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería y que por eso le habían dado varios días de pase después de unos combates que habían tenido en Estelí.

La situación en Nicaragua estaba caliente debido a que la presión de la guerrilla armada sobre el somocismo había crecido y se habían escenificado cruentos combates en diversas partes del país.

Enrique estaba maravillado por su nueva condición de soldado élite y al menos tres cosas habían irrumpido violentamente en su vida: el odio hacia los sandinistas, el amor por su fusil israelí Galil y su profunda admiración por el mercenario norteamericano y miembro de la CIA, Michael Echanis, quien acababa de morir en un accidente aéreo supuestamente provocado por Anastasio Somoza Portocarrero, su jefe inmediato.

No hablaba de otra cosa. Contó sobre la extraordinaria cadencia de fuego del Galil, de cómo había aprendido a manejarlo y la forma en que lo había utilizado contra los indefensos ciudadanos de Estelí durante una “operación limpieza”.

- Me quiero beber la sangre de un sandinista, decía, y lograba ponerme nervioso.

Definitivamente aquél era otro “Roleado”. Me sentía incómodo al escuchar sus hazañas militares.

–En Estelí le puse el Galil en ráfaga a una casa de tablas y casi la parto en dos, me dijo. No me atreví a preguntarle si había personas adentro, pero no hizo falta, él mismo se ufanó enseguida de haber matado a todos los de aquella vivienda.

- Te veo preocupado, ¿de veras que no sos sandinista? Es que los instructores nos dicen que todos los universitarios son comunistas y vos estás en la universidad…

- Vos estás loco, le dije, y ensayé una sonrisa forzada que tuvo que salirme muy mal, porque se le ensombreció el rostro a mi amigo de la EEBI. Me quedó viendo otra vez fijamente y al rato volvió a hablar:

- Tengo a un hijo de p… estudiante de la UNAN amarrado en Mokorón, lo agarramos ayer y lo amarré contra el tronco de un árbol con un mecate que le tiene levantada la quijada hacia atrás, dijo, apoyando sus palabras con gestos de la cabeza y las manos.

-Mañana voy a ir a verlo… ¿no querés que vayamos?, me dijo. Me quedé sin palabras pensando si sería cierto lo que escuchaba. Menos mal que la tensión fue rota por otro amigo que se acercó, saludando alegre al ver de regreso al chavalo que se había perdido del barrio.

El “Roleado” pareció relajarse con las bromas que hizo el recién llegado y por un momento sentí que se olvidaba de las balas de su Galil, de los muertos que gustoso decía cargar a cuestas y del presunto estudiante que agonizaba atado a un árbol en el cerro de Mokorón, ubicado en la parte oeste de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, donde entonces yo estudiaba.

Anastasio Somoza Portorcarrero inspecciona entrenamiento de soldados de la EEBI. (Foto: Susan Meiselas).

Anastasio Somoza Portocarrero inspecciona entrenamiento de soldados de la EEBI. (Foto: Susan Meiselas).

Enrique se dedicó en adelante a hablar con profundo respeto y admiración de un sujeto cuyo nombre hacía poco habíamos escuchado en las noticias: Michael Echanis, muerto en un accidente aéreo.

- Era un chele salvaje, nos enseñaba lucha cuerpo a cuerpo y era cinta negra en karate, aseguró.

Echanis, nos dijo, dejaba que un camión le pasara por encima del cuerpo y él solo se ponía una tabla para protegerse, también se colgaba un balde con bloques en una varilla que se atravesaba en la garganta. – Ni Bruce Lee le llega, decía entusiasmado.

Pasó buen rato hablando de Echanis. La forma en que desarmaba a un soldado que lo atacaba con una bayoneta, los saltos increíbles que daba al atacar con los pies y los castigos corporales, rayanos en la brutalidad, que imponía a quienes se “rajaban” durante los ejercicios o el entrenamiento.

Fue la última vez que vimos a Enrique Sequeira. El pueblo de Nicaragua se insurreccionó pocos meses después en 1979 hasta derrotar a la EEBI, a la Guardia Nacional y al propio Somoza Debayle, que tuvo que huir del país al no tener quien lo defendiera.

En los años 80 me atreví a preguntarle a un pariente de “El Roleado” qué había pasado con el soldado de la EEBI, mi ex amigo.

Con amargura me contó que estuvo combatiendo hasta el último momento contra los sandinistas y luego huyó por mar junto a otros soldados hacia El Salvador, de donde pasaron a Honduras.

- ¿Está en la Contra?, indagué. –No, murió en 1980 durante el asalto a un banco en Tegucigalpa. Iba con otros compañeros de la EEBI, pero solo a él le dieron… es que estaba sin trabajo y todavía no les daban ayuda, justificó.

Ignoro si me dijo la verdad o era una invención para que me olvidara de una vez y para siempre de “El Roleado”. Revisando los archivos de mi memoria, me percato de que jamás volví a jugar “jambol”.

  • Antonio Garcia

    Una cosa que nunca ningun EEBI menciona es que el mercenario Echanis como ceremonia de graduacion nos violaba a todos los que terminabamos el basico de infanteria, el nos decia que ese era el “diploma”, varios pasaban hasta una semana sin caminar y muchos terminaron en el hospital, con ruptura rectal,porque era un sicopata total.

    En su ausencia era el Mayor Somoza el que daba “el diploma” quien era mas moderado y tenia un miembro de mucho menor tamaño.

    Yo he encontrado a Cristo y ahora me arrepiento de todas las salvajadas que cometimos defendiendo a Somoza, sobre todo las masacres de los inocentes con el solo objetivo de aterrorizar al enemigo.

  • ana

    son tristes recuerdos de nuestra historia reciente, como la miseria del pueblo y la ambición absoluta de una familia nos llevó a matarnos, pero gracias a Dios, ahora estamos en paz y tranquilidad, fortalecidos y en victorias.

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