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La incertidumbre económica del siglo XXI

Avinash Dixit, economista norteamericano de origen hindú.

Avinash Dixit, economista norteamericano de origen hindú.

* Muchas mentes brillantes reconocen lo difícil que resulta hacer predicciones. ¿Entonces por qué hacerlo? Por tres razones: a) La irresistible tentación de imitar a Keynes, b) No estar para cuando la predicciones resulten equivocadas, c) Involucrarse en la especulación es muy divertido. De aquí parte la reflexión del economista estadounidense de origen indio, Avinash Dixit, en su libro El cono de la incertidumbre del huracán económico del siglo XXI.

Rubén Aguilar Valenzuela

El economista estadounidense de origen indio, Avinash Dixit (Bombay, 1944), profesor emérito en la Universidad de Princeton, ha escrito libros de mucho éxito entre ellos El arte de la estrategia: La teoría de juegos, guía del éxito en sus negocios y en la vida diaria en colaboración con Barry J. Nalebaff y Juegos de estrategia junto con Susan Skeath.

Recientemente ha publicado El cono de la incertidumbre del huracán económico del siglo XXI, que aparece en In one hundred years: leading economists predict the future, editado por Ignacio Palacios-Huerta (Massachusetts Institute of Technology, 2013), donde plantea su visión del desarrollo económico y social en los próximos cien años. A continuación se ofrece una amplia síntesis de esa reflexión.[1]

Muchas mentes brillantes reconocen lo difícil que resulta hacer predicciones. ¿Entonces por qué hacerlo? Por tres razones: a) La irresistible tentación de imitar a Keynes, b) No estar para cuando la predicciones resulten equivocadas, c) Involucrarse en la especulación es muy divertido.

Los que se dedican a hacer predicciones toman precauciones y asumen la posibilidad de un gran margen de error que conceptualizan como el “cono de incertidumbre”, que sirve para proyectar la trayectoria de los huracanes. La analogía con el huracán es adecuada en vista de la tempestad que envuelve la economía mundial, impulsada por políticas insensatas, que mantienen temores infundados del futuro. El autor ofrece, pues, su pronóstico en el marco del “cono de incertidumbre”.

Una predicción puede asentarse con certeza, pensemos en ella como el eje central del cono. Durante el curso del próximo siglo vendrán varias crisis económicas y financieras. Cada evento será precedido por un estado de euforia (boom), en el que muchos creerán: “aprendimos a evitar las crisis y encontramos el secreto para mantener la moderación”. Cuando el problema estalle los hacedores de políticas entrarán en shock. Reaccionarán con pánico e improvisación obteniendo paliativos en vez de solucionar de raíz el problema, incluso sembrarán la semilla de nuevos eventos catastróficos.

Otra predicción fiable compete a la coordinación internacional sobre políticas de preservación de bienes públicos, especialmente las precauciones para reducir el riesgo del cambio climático y mitigar sus consecuencias. Alcanzar y mantener acuerdos continuará siendo el problema. Sólo los alemanes y escandinavos harán promesas de buena fe que serán materializadas en hechos. Gran Bretaña intentará imitarlos, pero fallará en su intento. Estados Unidos será honesto consigo mismo y hará pocas o nulas promesas, atrayendo la crítica de otros países como Francia e Italia, quienes firmarán todo y harán nada. China e India manifestarán su buena intención, pero su distracción serán los problemas internos.

Una amplia fracción de la electricidad del mundo seguirá siendo generada por quema de combustibles que emiten gases de invernadero. Energía solar, eólica y mareomotriz contribuirán muy poco. La fisión nuclear atravesará ciclos de auge y revés por el miedo a accidentes en reactores. La energía nuclear siempre ha sido la tecnología del futuro y será el mismo caso a un siglo de distancia.

Si los pronósticos sobre el calentamiento global resultan ciertos, los pasajes del noroeste y noreste en el Ártico quedarán libres de hielo, reduciendo el costo del transporte de Asia y Europa a la costa este de Estados Unidos. Conforme el comercio en el Atlántico aumente, la afectación serán los canales a través del Pacífico con la costa china y países sudamericanos. La mayoría del tráfico en estos nuevos pasajes consistirá en turistas visitando los trayectos de exploradores como Roald Amundsen y Adolf Erik Nordenskiöld.

En el borde derecho del cono están los Estados Unidos y Europa. Políticas disfuncionales y demografía adversa atraparán a éstos, anteriormente gigantes económicos, en la mediocridad relativa. Su situación será una reminiscencia de las infortunadas décadas de 1970 y 1980 que vivieron los países de América Latina. De vez en vez disfrutarán de un crecimiento moderado, pero sus economías se estancarán siendo rebasadas por nuevas dinámicas provenientes de Asia, Sudamérica y África. Europa y Estados Unidos seguirán sumidos en deuda pública y privada por igual, padeciendo inflaciones y crisis monetaria.

Desde sus lujosas nuevas oficinas en Singapur, oficiales del Fondo Monetario Internacional (FMI) enviarán misiones a Washington y Bruselas para discutir los términos y condiciones de renovación de préstamos. Los estadounidenses insistirán en su derecho constitucional de disfrutar los nuevos helicópteros personales y teatros holográficos con sonido envolvente en casa. El valor de la producción doméstica en Estados Unidos será mucho menor a su consumo, por lo que el país mantendrá amplios déficits que requieran deuda para solventarse. Eso no evitará las quejas de los estadounidenses sobre medidas del gobierno para limitar o contener su consumo.

Los europeos sibaritas defenderán su derecho de beber vino, cerveza o cualquier cosa durante todo el día. Los gobiernos cuyo objetivo inmediato es la reelección, no desafiarán votantes y por lo tanto no cumplirán las condiciones del FMI. De cualquier manera y a la larga, el FMI exonerará la deuda porque los morosos sabrán que, si le debes al banco un millón, estás en su poder; si le debes mil millones, el banco es tuyo.

A Estados Unidos las crisis recurrentes le harán perder el liderazgo tecnológico, mientras que los gobiernos son controlados o influenciados por conservadores religiosos quienes se opondrán a la investigación biológica y la innovación. Su sistema educativo será exprimido entre las demandas de grupos fundamentalistas y los sindicatos magisteriales, eso acelera su declive. Siglos atrás cuando China iba a la vanguardia en innovación y desarrollo tecnológico, el capricho imperial de enclaustrarse dentro de sus fronteras los hizo perder seis siglos de desarrollo. Para los Estados Unidos el siglo XXI puede representar un declive similar.

Colateral del declive tecnológico hay una buena noticia, que será su oportunidad de reposicionar las manufacturas. En 2011 la producción de trapeadores y escobas repuntó en su regreso de China a los Estados Unidos. Los chinos querían producir tecnología compleja dejando atrás los plásticos baratos. Al menos este revés en el desarrollo industrial creará empleos para la mano de obra menos calificada.

En el borde izquierdo del cono encontraremos a China e India, cuyo inevitable dominio mundial es predicho con certeza en la actualidad. Inequidades regionales y étnicas estallarán en conflictos civiles en ambos países. Cooptar estas situaciones le implicará al gobierno muchos recursos por lo que existirá un reducido margen de apoyo a proyectos emprendedores e inversión pública. Grandes planes de infraestructura padecerán de negligencia, sabotaje e incluso terrorismo. Eso ahuyentará la inversión extranjera y motivará al mercado doméstico a subcontratar su producción en el extranjero.

Algunos de los escenarios descritos pueden coexistir; otros son mutuamente excluyentes. Pero tan solo la posibilidad de pensar en ellos genera un prospecto atemorizante. Si infundir temor pudiera ser un detonante para la acción que evitara varias o todas las consecuencias previstas, ¿cuál es entonces el escenario ideal?

En el ideal, los hacedores de políticas habrán aprendido que las crisis son inevitables y que las mejores medidas para superarlas surgen de la prevención, durante la bonanza. Citando al ministro de hacienda chileno, Andrés Velasco, cuya previsión amortiguó los efectos para la economía chilena durante la caída del precio del cobre, “ser un keynesiano implica estar en ambos lados del ciclo”. Las buenas prácticas en las políticas tienen mayor potencial durante periodos de estabilidad, sin importar lo lejano y ajeno que el escenario catastrófico se encuentre.

Es un sueño que las escuelas públicas de Estados Unidos recuperen la calidad y propósito que les dio origen. Un bachillerato que les provea una formación con habilidades prácticas para adquirir una educación superior en materias que realmente importan: matemáticas, ciencias naturales, ingenierías y economía. En vez de esas sencillas carreras ejecutivas-administrativas tan populares en la actualidad. En pocas palabras, espero que se reivindique a la educación como una buena inversión y no un bien de consumo.

El mundo del 2113 será de oportunidades para emprendedores e innovadores. Esas serán equitativas a todos y aunque los resultados sean desiguales, la riqueza será compensada por una fuerte red de seguridad social. La propuesta del autor es un impuesto sobre la renta homologado que elimine exenciones y pagos adicionales a los sistemas de salud, desarrollo y seguridad. Lo impopular de la medida será resuelto por un sistema incluyente que ofrecerá lo mismo al banquero que al panadero, protege a los habitantes de millonarias mansiones como a quienes ahogados por la hipoteca sufran la misma devastación por huracanes.

La idea de un sistema de salud pública ideal será el que provea cobertura por igual. Discriminando a quienes han elegido un estilo de vida nada saludable y cuyos padecimientos debemos financiar injustamente a través del gasto público. Póstumos premios Darwin serán entregados a quienes su desafiante noción de selección natural los llevó a retirar sus genes de la sociedad. Reconocimientos similares serán diseñados para los directores de compañías financieras cuya ineptitud las lleve a la ruina. Los paracaídas dorados no deberían abrir cuando intenten huir tras dejar en ruinas su imperio.

Riqueza e ingreso no tendrán permitido el distanciarse de la clase media para contener la amenaza de romper la cohesión social. La ausencia de límites presenta la oportunidad para la revolución en contra de la clase acomodada. Sensatamente limitados, los estamentos de abajo no percibirán como ajenos a los individuos ricos. La empatía entorno a la nacionalidad, la solidaridad, o cualquier otro ideal debe motivar el apoyo por la colectividad, y la aprobación para los proyectos de innovación y progreso de la individualidad. El espíritu del maleado hombre económico desafiará las normas sociales y costumbres del conformismo.

El sueño de mantener lealtades concéntricas hacia nuestras familias, amigos, grupos sociales, naciones y hacia la humanidad nos permitirá mantener a nuestras autoridades con los pies en la tierra. Siempre dispuestos a responder a una oposición responsable, que no se diluya en el antagonismo sino que mantenga un ideal del cual obtener cohesión necesaria.

¿Cómo implementar lo anterior? A través de personas que al despertar den cuenta de su responsabilidad, la que continúe fomentando la cooperación y el espíritu de buena voluntad. En el sueño de cada bien intencionado pueden ocurrir pesadillas, pero ambos polos constituyen una narración coherente tanto del autor como de la historia económica en el siglo por venir.

¿Trabajaremos quince horas a la semana? ¿Seremos ocho veces más ricos que en la actualidad? ¿Colonizaremos la Luna o Marte? Son preguntas que no interesan al autor. Él cree que mejoras institucionales y mejores organizaciones son más importantes que cualquier ocio o incremento sustancial en nuestra riqueza. Con instituciones competentes, un nivel macroeconómico estable, una fuerte red de seguridad social y el acceso a la buena calidad de vida son suficientes. Avances por encima de esto sería bueno, pero no es de su interés ni albergan su mayor esperanza.

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