Sobre el patrioterismo y el triunfalismo
* “En América no hay nacionalismos, somos países muy jóvenes medio pegados con babas (…) llevamos como naciones unos 200 años de vida, la gente no sabe de dónde viene. Para que haya nacionalismo, se requiere que haya una historia compartida (…) Pero de qué nos podemos sentir triunfalistas los colombianos, ¿de tener los narcos más importantes del mundo?…”.
UNO. Estamos acostumbrados a celebrar siempre que se pueda. En un país cuyo panorama ha sido la guerra de sesenta años, la más antigua del continente, los colombianos, por fortuna, todavía tenemos la disposición al festejo. Basta con que nuestro equipo nacional de fútbol gane un partido o que nuestra reina se corone como Miss Universo, o que uno de los nuestros —cantante, actor, deportista…— actúe y se destaque en algún escenario internacional, para salir a las calles e inundarlo todo de orgullo, ruido y tricolor nacional.
A veces el excesivo espíritu festivo se defiende con la noción de patria, de ser buen colombiano, salvo que hay una diferencia grande entre ser patriota y ser patriotero. Ambas definiciones están ligadas, pero se desmarca a la segunda porque “hace alarde” de la primera, según el Diccionario de la Real Academia Española. Ser patriotero no es diferente a ser un fanático, una persona que manifiesta desmedida y exageradamente la defensa de una idea, teoría, cultura y un largo etcétera.
A los colombianos se nos juzga de patrioteros y triunfalistas con todo lo que huele a farándula, pero esa defensa de la patria, que se exhibe con las camisetas amarillas, casi nunca se hace para conseguir un Estado competente, facilitador de soluciones y con una postura clara contra la corrupción, garante de las libertades. Pareciera que esos conceptos, por abstractos —aunque necesarios—, fueran menos importantes que la vanidad de un éxito temporal, que en muchas ocasiones ni siquiera es realmente colectivo y que no incide directamente en nuestra vida, más allá de una sobredosis de pasión.
DOS. Juan Vitta Castro, escritor e historiador colombiano, explica que el patrioterismo no alude solo a Colombia, sino que es un fenómeno sociológico internacional, que tiene más que ver con lo que el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa llamó Civilización del Espectáculo, su más reciente ensayo, que alerta sobre la banalización del arte y la literatura, el triunfo del amarillismo en la prensa y la frivolidad de la política.
—El triunfalismo es una cosa muy superficial—dice Vitta, con gracia—. Los grandes hombres de la historia no han tenido esa prepotencia. Además, ¿de qué podemos sentirnos triunfalistas los colombianos? Las guerras nos las han ganado todas. Perdimos con Perú en 1932; contra Brasil, tampoco ganamos ni medio metro; y la última pérdida fue la de doce millas náuticas con Nicaragua.
Para el abogado graduado de la Universidad Nacional, tampoco se esconde detrás del patrioterismo un sentimiento nacionalista. Si acaso, lo que existe en Colombia, apunta, es un regionalismo.
—En América no hay nacionalismos, somos países muy jóvenes medio pegados con babas —dice Juan Vitta, también periodista—, llevamos como naciones unos 200 años de vida, la gente no sabe de dónde viene. Para que haya nacionalismo, se requiere que haya una historia compartida, pero aquí, ¿en qué se parece una persona de la costa Caribe a un pastuso? Pero de qué nos podemos sentir triunfalistas los colombianos, ¿de tener los narcos más importantes del mundo?—se pregunta, dejando salir una carcajada.
Explica que en épocas fundacionales, entre los años 25 y 40 del siglo XIX, “a la sociedad le interesaban ciertas calidades intelectuales. Un ejemplo fue el presidente de Colombia, José Hilario López, quien en 1842 estaba proponiendo ideas marxistas, que hoy serían revolucionarias”.
—La gente en el país lo desconoce, pero él propuso en esos tiempos el matrimonio civil; eso sí sería un motivo de orgullo.
TRES. Lo inocultable son las celebraciones desmedidas que a menudo terminan en pleitos y causando muertes en el país.
Por ejemplo, un día después de la victoria sobre Grecia (14 de junio de 2014), con la que Colombia hizo su debut en el Mundial de Fútbol de Brasil, la fiesta dejó 3 mil riñas, 15 heridos y 9 muertos en Bogotá.
La historia lo confirma, sobrepasando esas cifras. En 1994, cuando el combinado nacional venció 5 a 0 a Argentina en la ruta al mundial de ese año, nadie olvida las 76 muertes y 912 heridos de aquel “apoteósico festejo”.
—Esa es la borrachera, la intolerancia y el alcohol—comenta Juan Vitta—. Un libro que ofrece varias claves de la violencia en el país es Los viajeros de Indias, del psiquiatra Francisco Herrera Luque, en el que muestra cómo los colonizadores eran verdaderamente psicópatas, sanguinarios, y nosotros descendemos de ellos.
CUATRO. El periodista y crítico de televisión Omar Rincón, ha dicho que las marcas de la “colombianidad” son una identidad débil, una baja autoestima, un orgullo vacío y una dignidad vacua.
El también ensayista y profesor de comunicación y periodismo de la Universidad de Los Andes explica que “por eso necesitamos el re-conocimiento de los extranjeros para ser nosotros, y por eso nos arrodillamos ante ellos. Tan baja es nuestra autoestima que a todos los que llegan les preguntamos cómo les parecemos, cómo ven a las mujeres, si les gustan las ciudades, cómo somos”.
Rincón dice que de lo contrario “no preguntaríamos nada: lo sabríamos y punto”.
Esta baja autoestima, dice, nos lleva a enarbolar como orgullo una selección de fútbol, a una reina de belleza, a un ciclista, a una cantante, un chiste.
—Y, como son orgullos débiles, nos desbordamos en una euforia de lo efímero—agrega Rincón, en una de sus reconocidas columnas de opinión—. Y cuando alguien nos toca estos ‘orgullitos’, nos molestamos con una furia infinita y sacamos al verdadero ser nacional: el vengativo, el matón de esquina, el narquito que llevamos adentro.
Para el catedrático, necesitamos el espejo del extranjero. “Y si es gringo o europeo, mucho mejor; todo gringo o europeo que llega a Colombia sube de clase, es un aristócrata por haber nacido en tierras civilizadas”.
CINCO. Tampoco se trata de adoptar una actitud pesimista o cínica frente a nuestro país, mucho menos de desanimarnos, pero sí vale la pena hacer una reflexión personal sobre nuestras prioridades e intereses y lo que juzgamos por identidad individual y nacional.
No tenemos que indignarnos porque nos ofendan en el fútbol, en las reinas, en la música, ni en el humor. Vivir indignados porque afectan nuestras apariencias es una perdida de tiempo. Nuestra identidad no se puede jugar en el fútbol.
La sugerencia que dan los catedráticos es que festejemos responsablemente y saquemos tiempo para el disfrute, pero que también y con la misma pasión nos indignemos por lo importante —la corrupción, los crímenes contra los derechos humanos, el desplazamiento, los falsos positivos— para que nuestra identidad colombiana sea fuerte, crezca y lleguemos por fin a ser la mejor versión de nosotros mismos, siendo patriotas, no patrioteros.