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Empiezan penurias de migrantes en España

Álvaro José Cáceres, migrante nica en España.

Isabel Landa López |San Sebastián
El País

Álvaro José Cáceres (Ocotal, Nicaragua, 1984) tuvo que vender dos vacas y pedir un préstamo a su familia para reunir el dinero suficiente del pasaje de avión y viajar a España para reencontrarse con su esposa, quien dos años antes había emprendido el mismo camino hasta recalar en San Sebastián en busca de oportunidades de trabajo.

La historia de este inmigrante sin papeles, ganadero de profesión en su país, donde trabajaba en una explotación familiar, es como la de otros miles de inmigrantes en situación irregular que se enfrentan a la disyuntiva de seguir aguantando mes a mes como pueden la crisis, a pesar de perder dinero, o regresar a sus países de origen, donde las oportunidades de prosperar apenas se cuentan con los dedos de las manos.

“Cuando tomé la decisión de dejar mi país lo único que quería era volver a ver a mi mujer, pero ahora las cosas están muy difíciles y si para noviembre no encuentro un trabajo más estable tendré que pensar en volver”, asegura.

Los últimos datos oficiales sobre inmigración apuntan que la población extranjera ha aumentado un 4,1% en Euskadi en el último año hasta situarse en 151.162 ciudadanos, evolución que contrasta con la registrada en el conjunto del territorio nacional, donde se ha reducido en un 0,7% y donde los inmigrantes empiezan a hacer sus maletas. Para muchos ya no resulta rentable quedarse en España.

Casi desde el primer momento en que pisó Gipuzkoa, el 3 de abril de 2011, este joven de 28 años empezó a trabajar en una explotación agrícola en Getaria, donde ha encontrado lo más parecido a un hogar junto a otros compatriotas jornaleros. Trabaja de forma discontinua según las temporadas y la demanda de los productos del caserío, principalmente, lechugas y tomates. Los fines de semana comparte piso en San Sebastián, donde tiene alquilada una habitación para él y su esposa, quien trabaja como interna con una familia donostiarra el resto de la semana. “A pesar de que mi jefe me ha ayudado desde el primer momento, la crisis afecta a todo el mundo y de momento aquí no tengo trabajo permanente”, se lamenta.

No fue fácil dejar el trabajo estable que tenía en el caserío donde trabajaba al norte de Nicaragua, en el que ganaba alrededor de unos 400 dólares (unos 320 euros) al mes. Una vez saldada la deuda del viaje con su familia, lo único que quiere ahora es poder ahorrar lo suficiente para poder iniciar una vida “estable” en el País Vasco —“aquí me siento muy bien y me gusta mucho”— o regresar a su país con dinero para comprarse una casa.

La jornada de trabajo de Álvaro José comienza a las ocho de la mañana y termina a las cinco de la tarde con un receso para comer. Cada día —ocho horas de jornada— gana 35 euros, siempre y cuando la temporada vaya bien y haya trabajo.

Durante la entrevista sale a relucir la vulnerabilidad de quien enferma fuera de su país de origen. El polémico decreto del Gobierno de Rajoy que dejará desde el 1 de septiembre a los sin papeles sin derecho a la sanidad pública, salvo en Urgencias, sale a relucir mientras camina entre las hileras de tomates. Aunque el País Vasco es una de las comunidades que se oponen a aplicar esas medidas, la experiencia de Álvaro José no ha sido buena en este sentido. En julio de 2011 tuvo que ir al ambulatorio de Zarautz afectado por fuertes cólicos. “No estaba empadronado y, al no tener la tarjeta sanitaria, me cobraron 39 euros. Yo pensaba que no era así, pero me sorprendió a pesar de llegar por Urgencias”, comenta.

Ahora está empadronado y tiene tarjeta sanitaria. Según la ley, a los tres años podría solicitar la residencia y así tener derecho a un contrato, pero el tiempo corre en su contra. Pero por si acaso, ya está pensando en que pronto tendrá que volver a hacer la maleta, esta vez de vuelta a casa con lo puesto.

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