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Nicaragua: la aventura de mi vida, un viaje a la conciencia

Aurora Redondo García en Nicaragua.

Aurora Redondo García en Nicaragua.

Aurora Redondo García*

Estamos hechos de átomos, partículas diminutas que crean materia a partir de puro movimiento. Somos seres de sangre caliente y cuando el calor inunda nuestro pecho y remueve nuestro estómago sentimos que es hora de darle salsa al cuerpo. Buscamos emociones fuertes con que drogarnos de vida y nos empapamos en experiencias para crecer y evolucionar.

Yo un día sentí que deseaba viajar a Nicaragua. No hubo un motivo, no había explicación; yo quería ir a lo desconocido. Quizás por eso no leí guías de viajes, no busqué demasiada información. Pensé que lo importante lo aprendería en el camino.

Encontré el nombre de aquel país de una manera bastante fortuita. Cuando hace años viajé a Nueva Zelanda estuve trabajando como voluntaria en granjas orgánicas (haciendo “wwoofing“) y a raíz de aquella buena experiencia busqué centros en Sudamérica donde hicieran el mismo tipo de prácticas basadas en la agricultura sostenible.

En mitad de ningún sitio, en una isla volcánica en medio de un lago en un pequeño país de Centroamérica había un centro en que tenían proyectos con muy buena pinta. Ahí me picó el bichito, que se coló adentro y se me quedó durante meses susurrando el nombre de Ometepe, la isla del lago.

Tardé un año, por lo menos, en decidirme a marchar. Creo que las ideas hay que dejarlas espesar, como las lentejas, que después de un par de días saben mejor. Durante ese año acabé la carrera y la liga, y trabajé en proyectos de otra gente sin decidirme a lanzarme al mío propio.

Mientras tanto, miraba precios y veía qué combinaciones podían ser mejores para cruzar el Atlántico. Siempre un poco de lejos. Hasta que un día simplemente sucedió. Supe que era el momento. Me estaba embarcando en demasiados planes que no eran mi plan, mi Gran Plan, mi viaje a Sudamérica. No tenía prisa, pero sin querer los meses pasaban y casi se me escapaba el año.

Mandé emails a mucha gente ofreciéndome para trabajar en actividades muy variadas, como recepcionista en hostales o jardinera en fincas. La mayoría de mensajes no obtenían respuesta, pero un día contestó un chico diciendo que le vendría muy bien alguien como yo. Es decir, con experiencia como recepcionista, que no tuviera miedo a vivir en medio de la jungla y que además fuera bilingüe en español e inglés. Ese mismo día compré el billete.

Al final las cosas no salieron como había planeado, pero por otra casualidad: en una visita al pueblo en que vivían unos conocidos de mi familia, me ofrecieron trabajo en un hostal con un turno en recepción y con posibilidad de dar clases de inglés a los otros empleados. Todo encajaba en un plan que se iba haciendo a él mismo.

A lo largo de tres meses viví en un universo paralelo. Viví en un lugar donde el agua y la electricidad vienen y van como la marea; y conocí a gente que hacía malabares por un sueldo del tamaño de una canica. Estuve donde el consumismo está llegando, donde tener vehículo es un privilegio con el que muchos sueñan, aún sin saber que cuanto más tienes, mayores son tus deudas, tus cadenas y tus obligaciones.

En la tierra de los volcanes la gente vive sin prisas, los que menos tienen más comparten y fue allí donde no una, sino muchas veces me invitaron a compartir comida e historias. Dicen que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita.

Si tengo que escoger alguna de estas historias pienso en Ángela, la mamá de mi amiga Paola. Pao trabajaba conmigo en el hostal: era camarera del restaurante. Aunque al principio me daba un poco de miedo la fiereza con la que miraba, me fui haciendo poco a poco su amiga y llegamos a tener una amistad de esas que te llevas contigo y cuidan de ti desde lejos. El fin de semana antes de que siguiera mi viaje a Costa Rica me invitó a pasar unos días en casa de su familia, en un pequeño pueblo cerca de donde vivíamos. Allí conocí a sus padres, sus dos hermanitas y otro montón de familiares y amigos que vivían alrededor. Me llevaron a las playas, unas preciosas playas en medio de la naturaleza, con rocas impresionantes y árboles a los que subirte a ver el océano. En el mar, un montón de barcos esperaban el amanecer para que los pescadores salieran a la faena.

Ángela estaba atenta a las mareas. Cuando hay mareas vivas, la marea alta sube mucho y la baja deja al descubierto los tesoros de la costa. Aquellos días bajaba más de lo habitual. Una mañana salimos al amanecer caminando a una playa cercana. Recorrimos parte de la carretera y cruzamos una loma a la que, según me dijo, nunca llegó a perder el miedo porque nunca sabes quién puede aparecer ni con qué intenciones. Cuando llegamos, la marea no había bajado del todo, así que nos sentamos a esperar. ¡Nos sentamos a esperar! Imaginaos ir a trabajar y darte cuenta de que falta una hora, quizás dos, para que puedas empezar tu tarea. Este tipo de detalles son los que hacen nuestras vidas tan diferentes.

Mientras esperábamos me enseñó los agujeros donde las tortugas acuden a desovar. Me explicó la forma que tenía ella de ver aquel asunto. Aparentemente, unos ecologistas holandeses habían venido al pueblo para marcar unos patrones de actuación de forma que los pescadores y los locales pudieran coger huevos, pero a la vez respetaran unas zonas de cría adecuadas para que la natalidad de las tortugas no cayera en picado. Es un tema complicado, me contó, porque cada uno tiene su opinión. Algunos saben mucho, pero no viven en el lugar; otros tienen muy buenas intenciones, pero no actúan de la mejor forma posible. Al final los huevos se pierden, las tortugas mueren, así que ni las cuidamos ni las dejamos cuidar.

Nos sentamos en la arena y me contó su historia. Nicaragua es un país donde el hombre es por derecho de nacimiento el fuerte, el poderoso, el que tiene el control. Se lamentó de que cambiar las ideas de un país entero, de todas las generaciones y a todos los niveles es algo que va muy despacio. Es así que me encontré con esta historia de violencia, fuerza y superación. Cuando Ángela era una niña su madre la abandonó y la dejó a cargo de una mujer con veinte hijos más de los que cuidar. Esta mujer era muy seria y estricta, los educó muy bien, pero me contaba que siempre había echado de menos el cariño de una madre. Por otra parte, tenía un tío que a veces la llamaba a su casa con el pretexto de hacerle recados. Al principio era muy cariñoso con ella, pero este cariño empezó a transformarse de una forma peligrosa. Entre los abusos de su tío y la severidad de su madre, su única vía de escape era su primo, su mejor amigo y compañero de aventuras. Años después me contaba que seguía soñando con él, que lo recordaba como su primer amor, aunque en aquel momento nunca lo entendió de aquella forma. Su familia, viendo la amistad tan fuerte que tenían, evitaron la relación mandando al chico lejos.

La marea bajó y Ángela me enseñó a recoger ostión, una especie de ostra que crece pegada a la parte inferior de las rocas en la playa, y con cuya venta ella se gana la vida. Mientras tanto, seguimos hablando. Me contó que se casó joven con un hombre al que ella eligió y tuvo tres hijas a las que crió con todo su cariño y amor. A mí me cuidó también los pocos días que estuve en su casa.Aurora en Rivas

Allí, en la tierra del macho alfa dominante, me dijeron que la mujer teme al hombre y debe subyugarse a su voluntad, y que el pobre teme al rico y debe obedecerlo. En muchas ocasiones hablé sobre este asunto con hombres y mujeres centroamericanos. Una y otra vez me encontraba con caras de escepticismo que no entendían del todo lo que yo decía. Para mí, ser hombre o mujer no es más que una cuestión biológica; das a luz o fecundas. También por biología la fuerza que puede desarrollar un hombre es mayor que la de una mujer, pero eso no significa que las mujeres no puedan ser fuertes, incluso más que algunos hombres, que es la idea que sorprende en estos lugares.

Cada día que salía a correr a la playa escuchaba comentarios, silbidos y notaba miradas ante la sorpresa de que una chica hiciera deporte. Cada día me preguntaban asombrados, como también me sucede en España, si viajo sola. Pese a lo que todo el mundo puede pensar, resulta mucho más sencillo y, si eres cauto y cuidas por dónde vas y a qué horas, más seguro; es más fácil cuidar de uno mismo que estar pendiente de más gente. Estuve con un chico que creyó que podía imponer sus deseos a mi voluntad. Vivir esta situación fue uno de los choques más grandes y me hizo darme cuenta de la situación que viven todas las mujeres a las que simplemente no se les ha ocurrido que su opinión sí cuenta.

Pero yo no fui a enseñar, fui a aprender y quise entender dónde nace la fuerza de unas ideas que alimentan el miedo a nuestros semejantes. Quizás ellos sean nuestro reflejo y un día comprendamos que nosotros hacemos lo mismo con aquellos que nos temen, con esos a los que tememos.

***

Viajé al sur hasta Costa Rica y visité la tierra donde nace el café y el banano. Viví rodeada de vida para dejarme contagiar por la abundancia de la naturaleza. En los árboles se esconden las mejores historias, aquellas que se me ocurren a mí misma cuando me paro a observar lo que me rodea. Son historias que solo se escuchan al anochecer, al son de un coro de ranas toro que aúllan a la luna.

Allí subí a una montaña y un chico me enseñó a sentir la fortuna de ser persona. A veces la vida me regala momentos demasiado hermosos.

Fue una noche en que decidí hacer algo un poco estúpido con el fin de experimentar. Son esas pruebas personales que me pongo de vez en cuando, que parece que no me van a llevar a nada, pero que me acaban enseñando algo que no sabía antes. En esa ocasión subí 9 km. de una montaña durante la noche, para que a las dos de la mañana me congelara de frío y me empezara a doler una rodilla. Decidí bajar a una caseta que había visto un par de kilómetros antes. Allí me hice un ovillo en el suelo y me eché a dormir.

Me desperté una hora después con la luz de los trabajadores que subían al hotel que hay en la cima, que se levantaron a desayunar. Cuando se marcharon, el chico que vivía en la caseta del kilómetro 7 me invitó adentro a dormir, donde había un colchón de sobra y un montón de mantas para no tener frío. Estuvimos hablando hasta que nos quedamos dormidos, pero antes me contó otra de esas historias increíbles de superación. Tras relatarme la historia de su familia y los problemas de alcoholemia que había tenido, me habló sobre cómo se centró, dejó de beber, volvió a jugar al fútbol y a apreciar las cosas bellas de la vida: la naturaleza, la amabilidad de las personas, el cariño de la familia. Me dijo que cada día se sentía humilde por todo lo que tenía y feliz sabiendo lo que le quedaba por vivir y aprender.

También allí conocí el amor y a los 22 años sentí que volvía a tener 15. De nuevo seguí la voz de la intuición que me pidió ir a visitar a un chico que había conocido durante las fiestas de Semana Santa en el pueblo en que yo vivía. En dos ocasiones fui a su casa y durante aquellos días me vi de pronto sumergida en la vida de aquel chico nicaragüense y toda su familia. Un día fuimos a una fiesta que me recordó a lo que debían haber sido las antiguas verbenas en las que los chicos sacaban a las chicas a bailar. La segunda vez que fui la gente me hablaba de “mi marido” y todos me preguntaban cuándo me iba a llevar al chico a España a que trabajase. Me mezclé en la esencia de aquella forma de vida en que las chicas empiezan a tener bebés a los 15 años. Pero me detuve a pensar lo que de verdad quería, volví a ser mayor, adulta, y continué mi camino.

***

Cuando salí de España emprendí un viaje al exterior como forma de encontrarme a mí misma. Viviendo las situaciones más diferentes me puse a prueba, entrené mis emociones y saqué mis destrezas. Explorando mis pasiones llegué al camino a mi corazón.

Recorriendo Centroamérica atravesé Honduras, El Salvador, Guatemala y Belice para llegar a México, la última parada del viaje. A lo largo de tres meses me metí en una máquina del tiempo y viví lo que parecieron tres años. En los países del eterno verano el tiempo corre distinto y la gente vive de otra forma. A veces la marea no ha bajado y hay que sentarse a esperar en la orilla del mar para poder empezar a trabajar. Y se vive en plural: lo más importante no es lo que tú quieres hacer, sino lo que es mejor para tu familia. Cuando no tienes unos ingresos constantes y seguros no sabes lo que es el miedo a la incertidumbre, porque vives en ella.

Allí encontré también el reflejo de nuestro consumismo y sus incongruencias. Todos desean un móvil con redes sociales, pero si no tienen lavadora en casa, salen al pilón y aprenden a lavar a mano. Todos quieren un vehículo, pero si están en casa de alguien que no tiene vitrocerámica, aprenden a encender el fuego en la cocina de leña. Muchos se fueron a Estados Unidos a trabajar, pero en casa puedes sentarte horas en la calle viendo la vida pasar.

Conociendo y compartiendo descubrí las claves para desenterrarme de entre mis tripas. El viaje a mis entrañas, allá donde a veces lo oscuro resulta ser luminoso y lo que a veces parece claro y cristalino muestra bajo la superficie un fango que atrapa entre sus lodos. El reflejo mismo de esta vida de oposiciones, de nuestra naturaleza de subidas y bajadas.

Del Big Bang al Big Crunch, de la luz a la sombra, desde España a Nicaragua, un día tuve que salir al mundo a encontrar la voz que llevo dentro. ¡Y esto es solo el principio! El mundo me dijo que siguiera mi intuición. Juega, escribe, ¡sonríe! Y así voy, aprendiendo a respirar.

* Aurora Redondo García (Pontevedra, 1992) estudió Filología Hispánica. Tiene tantas aficiones que parece coleccionarlas. En estos momentos reparte su tiempo entre jugar al rugby, escribir, contar y escuchar historias; y trabajar en los negocios familiares. Actualmente trabaja en Iarnalfinn, la historia de la isla con forma de pez. Podéis encontrarla en Facebook y en la web Alza El Hocico Al Cielo.

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