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Centenario de Darío: un poeta para poetas

Rubén Darío6Sara Rosalía
Siempre.com.mx

Muy antiguo y muy moderno

Mientras los poetas románticos, en busca de la libertad, trasgredían las normas literarias; los modernistas, con Darío a la cabeza, exploraban, o recuperaban formas olvidadas o de otras latitudes, metros, como el alejandrino (verso de 14 sílabas), rimas, como el monorrimo, ritmos poco frecuentes como en “La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?” El soneto, no en endecasílabos, sino en alejandrinos, se considera una innovación de Darío tomada no de Berceo, su maestro, sino de los parnasianos franceses, sus otros modelos. Poesía culta, de un poeta para poetas.

Para Darío, el arte existe. Escribe sobre muchos otros poetas, famosos son los versos en que se define a sí mismo en el inicio de Cantos de vida y esperanza:

y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinitas.

En el poema dedicado a Gonzalo de Berceo, poeta del siglo XIII explica:

Así procuro que en la luz resalte
tu antiguo verso, cuyas alas doro
y hago brillar con mi moderno esmalte

La belleza absoluta

Evoca a escritores, como Góngora o Valle-Inclán, pero también a pintores afines como Corot, Botticelli, Fra Angelico, el simbolista Puvis de Chavannes, el prerrafalita Burne-Jones y sobre todo, Watteau. Los raros, cuyo original acaba de entregar Chile a Nicaragua, exalta otras filias poéticas, varios simbolistas franceses y, entre otros, a José Martí. Lautréamot, caro a los surrealistas, también merece la atención de Darío, pero creo que debe tomarse en cuenta que Poe, que daba tanta importancia a la musicalidad, forma parte de Los raros.

Esta aparición del arte en el arte relaciona a Darío con un movimiento más amplio, con Wilde, con Proust, con Ruskin, con Beardsley e incluso con los Ballets Rusos de Diaguilev y la prosa de Turguenev. Es un momento en que la historia del arte alcanza la belleza absoluta, la perfección, una especie de non plus ultra. Después de ellos, estoy pesando en Turguenev, al arte sólo le queda desmelenarse, tomar el camino de la pasión, quebrar las aguas tranquilas del lago y hacer que las olas se estrellen en el acantilado. ¿Por qué ocurre esto? Precisamente porque los modernistas trabajan con materiales dóciles, bellos de por sí. Darío prodiga los cisnes, las ninfas, las piedras preciosas y las semipreciosas, los muebles y telas suntuosos, la champaña y el vino.

El París galante

Manuel Gutiérrez Nájera, precursor del Modernismo, se sueña en París, pero multiplica los seudónimos para cobrar unos pesos por sus colaboraciones periodísticas.

En su famoso prólogo a Azul, Valera acusa a Darío de “galicismo mental”. Amado Nervo y Rubén Darío, las dos cumbres del Modernismo, viven allá. (Nervo es testigo de la inauguración de la Torre Eiffel y la describe de modo insuperable). El viaje a Italia de Darío en busca de pequeñas iglesias guiado por la revaluación de esos lugares de Ruskin influye de modo profundo en su visión del mundo, que debe mucho a los primitivos italianos, como Giotto o Fra Angelico y en general a los frescos, que, por cierto, también sirven de base al muralismo mexicano.

Wilde expresa el arte como modelo del arte de manera perfecta, cuando plantea la supremacía del crítico sobre el artista, porque considera que el artista se enfrenta a la vida, como decía Alfonso Reyes: hace de tripas, (la vida) corazón (el arte), mientras el crítico contempla el arte, por lo que está en un estadio superior. Hay en estas expresiones artísticas, un audaz formalismo, que el gran bailarín Nijinski resiente al quejarse con Diaguilev: “la próxima vez llama a ensayar al vestuario”. Es el arte barroco, sin religión, vuelto doméstico, el rococó.

Era carne viva

En el poema que citamos al principio, el primero de Cantos de vida y esperanza, Darío se refiere a sus dos poemarios Azul y Prosas profanas y traza en unas líneas su mundo, que equivale a decir el del modernismo:

Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.

El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos,
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos.

Ese hermoso e idílico mundo poético casi nunca es habitable. Darío acaba por vivir con Francisca Sánchez del Pozo, que unos hacen empleada doméstica del poeta Villaespesa y otros, los más, hija del jardinero real de Alfonso XIII. Todos coinciden que era analfabeta, y que Darío y Nervo le enseñaron a leer. Nervo la llamaba Princesa Paca. Se conocieron en 1899, vivieron 17 años juntos y tuvieron cuatro hijos. Pero todo esto importa realmente poco.

Unas estrofas después de las citas arriba, Darío se sincera:

En mi jardín se vio una estatua bella,
Se juzgó mármol y era carne viva,
Un alma joven habitaba en ella,
Sentimental, sensible, sensitiva.

La sinceridad no impide que el poeta use otra de las astucias del modernismo: las aliteraciones, que aparecen en el último verso. Aunque para aliteraciones ésta que equipara la risa de la “Marquesa Eulalia” con un pájaro:

¡Amoroso pájaro que trinos exhala
bajo el ala a veces ocultando el pico,
que desdenes rudos lanza bajo el ala
bajo el ala aleve del leve abanico!

Y no resisto citar la siguiente estrofa en donde aparece en comparación insuperable uno de los cisnes de Darío:

Y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque
como blanca góndola imprima su estela.

Darío, escritor comprometido

Hay sobre el modernismo americano dos posiciones predominantes, la de Max Henríquez Ureña en su no tan Breve historia del modernismo y la de Juan Ramón Jiménez en sus conferencias sobre el tema en Puerto Rico. El primero plantea que el lujo, con las importaciones, y el despegue económico de las clases altas de América Latina y el Caribe, colocaron ante los ojos de los poetas las sedas, los brocados e incluso las chinerías y japonerías. Según el dominicano Max Henríquez Ureña, no imaginan, copian del natural. La idea de Juan Ramón Jiménez es opuesta: supone que horrorizados de la miseria reinante, los poetas prefieren mirar hacia otro lado, imaginar un mundo idílico.

El propio Juan Ramón Jiménez, que se acepta como discípulo de Darío, saca poesía de un burro: “Platero es pequeño, peludo y suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros”

Pero regreso a Darío. Cuando el sandinismo estalló en Nicaragua y comenzó a publicar antologías de poesía revolucionaria, resulta que cada colección se iniciaba con un poema de Darío. No se forzaba su poesía, ahí estaba su crítica a la política expansionista de los Estados Unidos que se acaba de apoderar de Panamá al separarla de Colombia:

Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

Y esta otra estrofa:

Crees que la vida es incendio.
que el progreso es erupción,
que en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.

Amante de los versos largos, Darío aquí termina con un monosílabo “no” e igual hace en las versos finales dl poema: “Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!” Al publicar este poema Juan Ramón Jiménez, Darío le insiste en que la palabra “no” quede solitaria en una sola línea y de su puño y letra aclara que es cuestión de “estética política”.

Aquí Darío retoma la actitud de José Enrique Rodó en Ariel al atribuir lo material a los estadounidenses y la espiritualidad a Nuestra América, sobre el pasado indígena escribe en la introducción a Prosas profanas: “Si hay poesía en nuestra América, ella está en las cosas viejas … en el indio legendario, y en el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es tuyo, demócrata Walt Whitman”.

Centenario luctuoso

Se cumplieron este 6 de febrero los cien años de la muerte del poeta nicaragüense. Rubén Darío es su seudónimo, su nombre era Félix Rubén García Sarmiento. Es sabido que lo casaron a punta de pistola con Rosario Murillo, que estaba embarazada, pero a pesar de que existe la Ley Darío con ese propósito, nunca pudo divorciarse de esta segunda esposa, por eso no pudo contraer matrimonio con la Princesa Paca. Su primera esposa fue Rafaela Contreras de quien quedó viudo. A Francisca Sánchez la quiso y lo quiso. El secreto de ella es la clave de todos los amantes: amé al hombre, no al nombre. Ella lo alejaba temporalmente del alcohol, que habría de matarlo, pues Darío murió de cirrosis, no en España, donde estaban su mujer y sus hijos, sino en su natal Nicaragua, adonde viajó para morir. Darío bebía principalmente ginebra, que como se sabe no es bebida natural, sino química, aunque no tan peligrosa como el ajenjo.

Entre sus enemigos, José Santos Chocano y Miguel de Unamuno. Sus amigos ya están mencionados arriba: Amado Nervo, Valle-Inclán, Francisco Villaespesa, Juan Ramón Jiménez. Hay estatuas en honor de Darío en Palma de Mallorca, en Argentina y en Madrid. Se calculan unas 15, sobre todo en León. En Managua, un hermoso teatro lleva su nombre.

Su muerte ocurrió el 6 de febrero de 1915 a las 10.15. Tenía 49 años. Alejandro Torralba que estaba presente, rompió la cuerda del reloj para conservar la hora. Todas las campanas de León repicaron y se escucharon los 21 cañonazos. Se le rindieron honores a su cadáver embalsamado varios días y fue enterrado el domingo 13 de febrero. Las naciones centroamericanas y la Argentina le rindieron honores en sus funerales. Se dice que Francisca Sánchez escuchó en Madrid que había muerto un príncipe y sólo al comunicárselo los amigos supo que era Darío, el príncipe de las letras.

Ella volvió a casarse en 1921 con José Villacastín, hombre de dinero que gastó una fortuna en fundar una editorial para editar las obras de Darío. El matrimonio viajó a Nicaragua a visitar la tumba del poeta- Aconsejada por la escritora Carmen Conde, la Princesa Paca donó a España recortes, cartas, documentos y objetos personales del poeta que atesoraba en un baúl azul, comprado cuando la pareja vivió en París. Francisca Sánchez del Pozo murió en 1963. Uno de los hijos de ambos, Rubén Darío Sánchez, “Güicho”, único que sobrevivió a su padre, se dice que murió en México.

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