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Arrepentimientos de los presidentes de EE.UU.

Ronald Reagan se autonombró el "Sheriff" del mundo y por su culpa murieron miles de nicaragüenses.

Ronald Reagan se autonombró el “Sheriff” del mundo y por su culpa murieron miles de nicaragüenses.

Ronald Reagan reconoció públicamente errores en el manejo del caso conocido como Irán-Contras, pero no asumió la responsabilidad ni señaló a ningún culpable.

Al ser pillado en la venta de armas a Irán en secreto a pesar de un embargo, a fin de conseguir fondos para sus “paladines de la libertad” (ex Contras nicaragüenses), el escándalo golpeó en mitad de las narices al ultraconservador mandatario, quien no encontró ninguna excusa plausible, sencillamente porque no existía.

Según una publicación de BBC Mundo, todavía no se sabe cuánto sabía Reagan de la operación, quien cuando se vio obligado a enfrentar el tema en 1987 utilizó una fórmula que no disipó las dudas.

“Mi corazón y mis mejores intenciones todavía me dicen que eso es verdad, pero los hechos y la evidencia me dicen que no”, agregó en un juego de palabras que al parecer buscaba dejarlo impune.

Este es el trabajo de BBC Mundo:

Thom Poole

Los mandatarios no acostumbran admitir públicamente sus errores muy a menudo, pero el fin de semana el presidente de EE.UU., Barack Obama, hizo justamente eso.

A la pregunta de cuál había sido su peor error desde que llegó a la Casa Blanca, Obama respondió que “no haber planeado el día después” del derrocamiento de Muamar Gadafi en Libia, una de las principales causas de la inestabilidad que actualmente afecta Medio Oriente.

Aunque el mandatario estadounidense inmediatamente apostilló su confesión, remarcando que todavía consideraba la invasión como “la decisión correcta”.
Image caption Obama defendió la invasión de Libia, pero lamentó no haber planeado más efectivamente “el día después”.

Lo que parece confirmar que, ya sea por orgullo, para evitar mostrarse débiles o para no darles municiones a sus oponentes, confesar errores es algo que los presidentes no se les da naturalmente.

De hecho, estas admisiones de culpa a menudo son producto de la necesidad política o se dan cuándo los mandatarios se acercan al final de su mandato o, mejor aún, cuando ya no están en la presidencia.

George W. Bush: “Las armas de destrucción masiva”

George W. Bush identificó como su mayor arrepentimiento los “errores de inteligencia” sobre las armas iraquíes que sirvieron para justificar el derrocamiento de Saddam Hussein.

La administración Bush justificó la invasión de Irak de 2003 alegando que Hussein todavía tenía armas de destrucción masiva, lo que eventualmente se reveló como falso.

Pero en la entrevista de 2008 en la que admitió el error, Bush no quiso decir si habría dejado de invadir a Irak de haber sabido la verdad.

“Voy a dejar la presidencia con la cabeza en alto”, dijo el predecesor de Barack Obama en la Casa Blanca.

Bill Clinton: “Esa mujer”

Desde que dejó la Casa Blanca, Bill Clinton ha dicho sentirse parcialmente responsable por el genocidio en Ruanda, que se produjo durante su primer período como presidente de EE.UU.

Y también se ha mostrado crítico de la llamada “ley de los tres strikes” de 1994, la que trataba de reducir la criminalidad endureciendo las sentencias.

“Solamente empeoró las cosas”, dijo Clinton de dicha ley, que muchos consideran responsable por el número desproporcionado de blancos e hispanos tras las rejas.

Su admisión más conocida, sin embargo, se produjo en 1998, cuando su affaire con la becaria de la Casa Blanca Monica Lewinsky casi le cuesta el puesto de presidente de EE.UU.

“Engañé a mucha gente, incluyendo a mi esposa. Y me arrepiento profundamente”, dijo Clinton.

George H. Bush: “Lean mis labios”

El gran arrepentimiento del primero de los Bush, por su parte, son unas palabras pronunciadas antes de llegar a la presidencia.

“Lean mis labios: no nuevos impuestos”, aseguró el entonces candidato, en 1988.

Pero George H. Bush no pudo cumplir tan atrevida promesa.

“Lo hice (subir impuestos), y me arrepiento y me arrepiento”, reconoció durante su campaña por la reelección, en 1992.

El daño, sin embargo, ya estaba hecho. Y la promesa que le ayudó a llegar a la Casa Blanca cuatro años antes ayudó a cerrarle la puerta en su segundo intento.

Ronald Reagan: “Mi corazón y los hechos”

Ronald Reagan reconoció públicamente errores en el manejo del caso conocido como Irán-Contras, pero ¿asumió realmente la responsabilidad o quiso desmarcarse de ella?

El escándalo estalló cuando se supo que EE.UU. le había estado vendiendo armas a Irán en secreto y a pesar de un embargo, para tratar de lograr la liberación de unos rehenes y conseguir fondos con los que financiar a los contrarrevolucionarios nicaragüenses.

Y todavía no se sabe cuánto sabía Reagan de la operación, quien cuando se vio obligado a enfrentar el tema en 1987 utilizó una fórmula que no disipó las dudas.

“Hace algunos meses le dije al público estadounidense que no había cambiado rehenes por armas”, empezó el mandatario.

“Mi corazón y mis mejores intenciones todavía me dicen que eso es verdad, pero los hechos y la evidencia me dicen que no”, agregó.

Reagan luego agregó que asumía “completa responsabilidad” por sus acciones, pero también dijo estar enojado por “actividades llevadas a cabo sin mi conocimiento”.

John F. Kennedy: “La victoria tiene 100 padres”

En 1961 John F. Kennedy ofreció una conferencia de prensa pocos días después de la debacle de Bahía de Cochinos, un fallido intento de invadir Cuba que contaba con el apoyo por la CIA.

Y a pesar que había advertido que no tenía nada que agregar a su declaración inicial sobre el tema, Kennedy eventualmente le respondió a un reportero que preguntó sobre la información contradictoria que rodeaba “cierta situación de política internacional”.

“Según un viejo dicho la victoria tiene 100 padres mientras que la derrota es huérfana”, empezó el mandatario estadounidense.

Y luego agregó que el hecho de ni él ni su gobierno tuvieran más que decir sobre el tema no era un intento por eludir responsabilidad, porque “Yo soy el funcionario responsable por lo que hace el gobierno”.

Una cuestión de palabras

No son solamente los presidentes de la era moderna los que se muestran especialmente cuidadosos a la hora de admitir sus errores.

Y es que como explica el politólogo Daniel W. Drezner en un artículo publicado en el Washington Post el año pasado, admitir errores tiene muy pocos beneficios políticos, pues difícilmente va a hacer cambiar de opinión a los críticos y puede afectar la confianza de los simpatizantes.

Tal vez por eso, la admisión de Ulysses S. Grant en un reporte de 1876 sobre su presidencia –marcada por escándalos políticos y financieros– fue: “Se han cometido errores, como todos pueden ver y yo admito”.

Lo que bien podría traducirse como: “Se han cometido errores. Pero no necesariamente he sido yo”.

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