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Darío tendrá una estampilla para recordar sus días en el Correo de Argentina

ruben1- A 100 años de la muerte del poeta nicaragüense, se presentaró el jueves en Argentina un sello especial para conmemorar su pasión por las letras y su trabajo en esa oficina

Curiosa carta de presentación la de un hombre con una imperiosa necesidad de mejorar su situación económica, pero poco interesado en el puesto, lúcido conocedor de su talento para otro oficio. Honesto, en la entrevista con quien sería su futuro jefe, no prometió erudición en la materia ni preocupación por el futuro de la empresa. Sí destacó una virtud, digna de la reflexión de todo experto en recursos humanos.

“Tengo el don negativo del silencio”, confesó con este oxímoron, un creador al que le brotaban las palabras, el día que conoció a ese hombre poderoso. La prudencia le ganó a la experiencia. Faltaban pocos días para el inicio de 1896 y Rubén Darío, instalado en Buenos Aires, ingresaba, recomendado por varios amigos, a Correo y Telégrafos.

Durante algunos meses se desempeñaría en una tarea kafkiana, como secretario privado del director de este establecimiento, pero con la alegría de tener como compañero de oficina a otro inmenso poeta, Leopoldo Lugones, con quien trabaría una gran amistad.

Lo anterior fue recordado el jueves durante la clausura de la jornada “La poética de Rubén Darío” que organizó la Biblioteca Nacional de Argentina, donde expusieron sus investigaciones tres especialistas en el poeta nicaragüense, el Correo Argentino hizo la presentación oficial de un sello postal (con una tirada de 30.000 unidades) en homenaje a quien fue su tan ilustre empleado.

Se trata de una obra de Julio Martínez Castillo, perteneciente al Banco Central de Nicaragua, con diseño de María de los Ángeles Nores, que va acompañado de un verso del poema “El libro”, del nicaragüense, con un fondo de color azul, en claro homenaje al célebre poemario de Darío. A su vez, la muestra que realiza la institución, “Rubén Darío. El modernismo en Buenos Aires”, impulsada por el bisnieto del poeta, Martín Katz Darío, culmina el viernes.

En el capítulo XLV de su Autobiografía, Rubén Darío cuenta que, instalado en Buenos Aires, no podía subsistir económicamente solamente con sus artículos periodísticos, así que, preocupados por su situación, sus amigos le consiguieron una entrevista con Carlos Carlés, el director de Correos y Telégrafos, quien lo designó de inmediato para un puesto de extrema confianza.

“Yo cumplía cronométricamente con mis obligaciones, las cuales eran contestar una cantidad innumerable de cartas de recomendación que llegaban de todas partes de la República, y luego recibir a un ejército de solicitantes de empleos, que llevaban en personas (sic) sus cartas favorables. En las primeras no me faltaba el «con el mayor gusto…» y «en la primera oportunidad…» o «en cuanto haya alguna vacante…». Y a los que llegaban, siempre les daba esperanzas: «Vuelva usted otro día… Hablaré con el director… Lo tendré muy presente… Creo que usted conseguirá su puesto…». Y así la gente se iba contenta”, cuenta. A Carlés lo visitaban en su despacho hombres poderosos de la Argentina, como Roque Sáenz Peña, quien luego sería presidente de la Nación.

Así, entre las tertulias bohemias que se extendían hasta la madrugada y en la vida diurna de un burócrata repartía Darío su estancia porteña. Pero esta tarea tan extravagante para un poeta cobra además mayor magia dado que Darío compartía sus días de oficina con otro compañero, también dotado para los versos: el mismísimo Leopoldo Lugones (quien realizaría tareas como auxiliar, luego como jefe de archivo general de Correos y, finalmente, como jefe de Control de Inspección).

Junto a los dos bardos también se desempeñaba el neuquino ilustre Patricio Piñeiro Sorondo, gran conocedor de asuntos teosóficos. Darío llama a este grupo “un interesante trío” y se refiere al compañerismo y solidaridad que existía en aquella oficina. “Cuando no contestaba yo cartas, escribía versos o artículos. En las quemantes horas del verano nos regocijaba en la secretaría la presencia de un alegre y moreno portero que nos llevaba refrigerantes y ricas horchatas”, recuerda Darío muchos años después aquella tarea en su Autobiografía.

Darío escribió en el diario LA NACION, fechado el 9 de abril de 1903, un pícaro artículo donde se refiere a las damas lectoras y admiradoras que le escribían pidiéndole un autógrafo, hecho que sirve como musa inspiradora para que recuerde su experiencia en Correos y Telégrafos. “Cuando vais en viaje, por un lejano país, muchas veces no os es fácil el escribir una carta a tales ó cuales personas de vuestra afección; y una ó dos palabras puestas en una tarjeta postal ilustrada que echáis en el próximo buzón llevan vuestro recuerdo con la imagen del país ó del lugar en que escribís.”

Darío se pregunta sobre el origen de las tarjetas postales -en su momento, a principio de siglo XX, muy a la moda- a las que llama “cartoncitos rectangulares con gratos y pintorescos mensajeros”, toda una innovación porque acompañaba el escrito con una foto o ilustración del lugar desde el cual se dirigía el remitente. También se refiere a los coleccionistas de estampillas y a otras faunas de este universo manuscrito de la comunicación. En todas las épocas el contacto epistolar se ha visto seducido por la brevedad y, por eso, Darío se lamenta de que las cartas hayan quedado en un segundo plano frente a la moda de las tarjetas postales.

Darío, explorador, viajero y errante pluma, quien escribió innumerables cartas que cruzaron el Atlántico y recorrieron América Latina, no podría haber ejercido su labor sin las bondades del sistema postal. Por eso como antiguo empleado y también como usuario ilustre, el hoy llamado Correo Argentino le rinde este homenaje.

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