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¿Qué ha pasado con los niños tras tormenta del Covid?

aaVarios estudios tratan el impacto de la pandemia en los niños. El confinamiento ha creado involución educativa y social, pero las sensaciones han sido más positivas que negativas, sobre todo en familias con más nivel sociocultural. Los más pequeños han sufrido menos y la falta de actividad física empeorará la salud en el futuro.

Ahora que parece que lo peor de la pandemia ha pasado, llega la hora de evaluar daños. Esta vez vamos a analizar las repercusiones que ha tenido el COVID en los más pequeños de la casa. Sometidos hace un año a un bombardeo de incesante actualidad apocalíptica, seguida de un confinamiento duro y de una vuelta a la normalidad que pendula y se sigue resistiendo, es hora de saber el verdadero impacto en niños y niñas.

Tras un año conviviendo con el COVID, los padres están ojo avizor a la evolución de sus hijos. Las conversaciones a la puerta del cole, los chats de clase lo confirman, «mi hijo se ha vuelto muy introvertido», «la niña está fatal, muy irritable» o «el mío se sube por las paredes todos los días», son solo algunas frases que se repiten. La preocupación de los progenitores está justificada, pero según los expertos, el COVID no pasará factura en las generaciones futuras, por muy duro que resulte el presente.

Un estudio de las universidades públicas andaluzas confirma que los hábitos se han quebrado, que los niños se han enganchado más a la tele y que la educación online y virtual, no ha sido precisamente un éxito, entre otras revelaciones. Pero también confirma que han experimentado más emociones positivas que negativas y que ha prevalecido la alegría y, en menor medida, la tranquilidad.

«Hay que tener en cuenta que el confinamiento llegó de golpe y porrazo, sin un proceso de adaptación».

El análisis coordinado por el equipo de Rosario Mérida ha contado con la participación de 5.180 familias andaluzas a través de otras ocho universidades públicas. Las percepciones que tienen las familias sobre el impacto social y educativo del confinamiento en niños de tres a 12 años constatan que el juego en familia y el acompañamiento de los padres ha sido la tabla de salvación para unos niños mucho más sensibles a la tristeza y el desánimo de lo que cabría esperar.

«El impacto en los niños y niñas de tres a seis años es inferior que en los de primaria, que tienen más conciencia de las pérdidas de seres queridos o de las restricciones socioeconómicas que estamos pasando», nos explica Mérida. Para los más pequeños, según el estudio, el contexto familiar amable, el apoyo de padres y los juegos en casa han sido esenciales, «pero para los niños de primaria, la falta de socialización en el colegio con sus iguales ha sido un lastre».

El estudio alerta de consecuencias temporales, pero no duraderas, «no serán un lastre para siempre». «Estamos ante una generación que ha retrocedido mucho, eso afecta a rutinas y pautas y reglas que se han perdido», lo que se traduce en diversos hogares en pequeños que han vuelto a engancharse a la teta de la madre, otros que han tenido que volver a usar el pañal o en la pérdida de una buena socialización.

Sobre los efectos en los más pequeños, Rosa Iglesias, coordinadora pedagógica de la Asociación Mundial de Educadores Infantiles (AMEI) destaca «que claramente los niños padecen una sobrecarga emocional que en muchos casos es contagiada por los padres. En niños de tres a seis años hemos notado incluso miedo a jugar y a contactar con otros compañeros».

Eso sí, en el aspecto positivo destaca la capacidad de adaptación de los más pequeños, «que ya la quisieran muchos adultos, solo hay que ver cómo han normalizado el lavado de manos, por ejemplo».

Iglesias tranquiliza, incluso en los casos de los niños más afectados, lo que depende de cómo se haya vivido la pandemia en su hogar y entorno social, «la normalidad plena y la socialización se recuperará en un mes, siempre que el entorno social sea el adecuado».

Cuando papá es un lastre

Volviendo la mirada a los meses de confinamiento duro, el Cuestionario sobre el impacto Educativo en la Infancia (CIEN) de las universidades andaluzas revela de nuevo que el machismo lastra también la educación. La falta de corresponsabilidad de los padres y su poca implicación en las tareas domésticas y de cuidados, han hecho que la mujer padezca más el confinamiento.

Los padres solo se han implicado en la compra, pero son deudores respecto a la limpieza, el cuidado de los niños y el apoyo escolar, «esto se traduce para las mujeres en una gran dificultad para conciliar y una sobrecarga que las ha llevado al borde de la hiperactividad y la esquizofrenia», denuncia Mérida. Y esos parámetros emocionales, poco recomendables, son trasladados a los niños de la casa, «copartícipes del contexto emocional de la casa, ellos sufren aunque parezca que no, esas situaciones de tensión».

Más sedentarios

Otra implicación del COVID y de los niños encerrados en sus hogares y privados de juego con sus iguales es el sedentarismo. El CIEN revela que lo que más ha aumentado es el consumo de televisión en el ocio, también destaca el tiempo de juego (tanto analógico y en familia como virtual y online) y también el tiempo de lectura, en menor medida.

«Pero lo grave es que el deporte ha desaparecido», alerta Mérida.

Un estudio llevado a cabo por Qustodio —plataforma de seguridad y bienestar digital para familias— sobre centennials confirma la pérdida de salud de los más jóvenes: el 67% de los menores practican menos actividad física que antes de la pandemia. Durante este período, casi el 30% de los menores no llegaba a pasar una hora al día al aire libre, que es el mínimo recomendado por la OMS.

Cuestión de educación, no de dinero

La desigualdad social, como sabemos, es otro agravante de los efectos del COVID dentro de los hogares, pero no solo por el poder adquisitivo, sino por el nivel sociocultural. «Lo que constatamos es que las familias con mayor nivel cultural o educativo han propiciado un mejor respaldo en el acompañamiento de los hijos», explica Rosario Mérida. A menor nivel de estudios, las sensaciones negativas para los pequeños han sido mayores.

Las universidades andaluzas confirman que, además de tener garantías materiales como contar con teléfonos u ordenadores en casa para respaldar la docencia online, «la implicación y la exigencia de los padres aumenta con su nivel de estudios y eso se traduce en un confinamiento más feliz». Lo cierto, aclara el equipo de investigación, es que las realidades sociales más frágiles siguen, sin embargo, sin aparecer bien reflejadas en la foto de los análisis científicos.

Las familias que verdaderamente están en situación de vulnerabilidad no tienen tiempo “ni la posibilidad de participar en este tipo de investigaciones y cuando lo hacen, muchas veces tienden a ocultar su situación por miedo», comparte Mérida.

De hecho, según Save the Children y la Fundación porCausa, en España hay 147.000 menores que crecen sin papeles y sin acceso a garantías ni cobertura social durante esta pandemia. Para ellos, acceder incluso a la educación online es una quimera, para ellos, la socialización plena y normalizada tardará mucho más tiempo en volver a la normalidad.

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