Inundaciones rurales, lo que no se ve ni se aprecia
En el año 1993, en el Congreso Mundial de Medicina Veterinaria organizado por la WVA en Río de Janeiro, la Asociación Mundial de Veterinaria incluyó la “Desastrología”, o la Medicina Veterinaria de Desastres como una de las 78 especialidades de la carrera de Medicina Veterinaria a nivel mundial… mucha agua ha pasado bajo el puente, y no es una metáfora literal, pero es la fecha, y aún no tenemos signos claros de elaboración de protocolos veterinarios o el diseño de especializaciones por parte de la academia.
No obstante, cientos son los veterinarios que a través de diferentes organizaciones, con diferentes protocolos y metodologías, se han introducido de lleno en el mundo tan diverso y lleno de complicaciones de los desastres naturales…
Diría, sin temor a equivocarme, que más allá de los protocolos, las metodologías y las técnicas que se utilicen en cada caso, partiendo de la base que no hay dos eventos iguales, la mayor parte de las complicaciones analizadas no son más que factores inherentes, implícitos e ínclitos en la propia condición humana.
De alguna manera, estas actividades han hecho que nos reuniéramos y juntáramos con vulcanólogos, sismólogos, biólogos, bio economistas, sociólogos, y otras tantas disciplinas, que aferrados aún a las ideas darwiniescas pretenden sistematizar los eventos, intentando poder cuantificarlos, con el afán de comparar, hito esencial de la ciencia misma, tratando de no caer en el empirismo.
Pero, hay cosas y aspectos muy importantes, difíciles o imposibles de cuantificar, que hacen a lo terrible de un evento del tipo de las inundaciones, o de cualquier tipo de evento. Aspectos biológicos, aspectos tecnológicos, o, los que son más importantes, aspectos ligados a la propia esencia misógina característica de todo ser humano.
Un primer aspecto a tener en cuenta, para ir analizando desde aspectos biológicos hacia los espirituales por último, es la alteración del ecosistema, sobre todo, cuando hablamos de comunidades rurales, en su mayoría dedicadas a la ganadería y a la agricultura.
Pero, el fenómeno al que me refiero, no es a la alteración en fauna y flora, sino a la degradación y erosión del suelo, suelo que por años y con las modernas tecnologías naturales disponibles los campesinos iban enriqueciendo y fertilizando, usando técnicas de riego sostenibles, que se deterioran, perdiendo nutrientes y minerales esenciales para el crecimiento de las plantas, echando abajo años de trabajo y mantenimiento, empobreciendo paulatinamente la tierra con la que ellos plantaban procurando su alimento, su seguridad alimentaria, su sostén a través de la venta de alimentos producidos por sus manos y con el sudor de sus frentes.
Mucho se ha estudiado del fenómeno del Valle del Nilo, grandes extensiones de desierto enriquecidas por el limo dejado por el rio sagrado en las arenas tras cada inundación o crecida, y eso ha sido un fenómeno fabuloso, raíz y esencia de la grandeza de Egipto en la época de los faraones… pero, modernamente, el fenómeno se da al revés, crecen los ríos en los valles ya dedicados a la agricultura, sufren las inundaciones, provocando una profunda lixiviación y con las aguas, se van los fertilizantes, los minerales, la propia vida intensa de la tierra, con gran mortandad de lombrices, insectos y bacterias valiosas!!!
Cuando el fenómeno se reitera por circunstancias variadas, la degradación de la tierra es tal, que muchas familias optan por migrar, algunas, pocas, a otros lugares difíciles de encontrar donde haya tierra fértil para seguir trabajando en lo que hacen, saben y conocen, otras, la gran mayoría, migran a las ciudades, profundizando la miseria, los niveles de pobreza, el macroencefalismo citadino, y por qué no, también la violencia y la criminalidad generadas en la desesperación de conseguir dinero para alimentar y vestir a la familia frente a la ausencia de fuentes de trabajo.
Hemos observado también, que en las inundaciones rurales, los hombres hacen ir a sus familias hacia refugios y lugares seguros, permaneciendo ellos en sus casas, en el orgullo y la desesperación de no dejar nada en las posibles manos de merodeadores, que aprovechándose de la desgracia ajena, entren a robar las escasas pertenencias de la familia… claro, que esto lleva a que haya un nivel grande de pérdidas humanas, sobre todo de padres de familia, que luego complicará la recuperación económica de la familia post evento.
El deterioro de las casas, con paredes e instalaciones sanitarias infiltradas de agua, techos arrancados, muebles perdidos, enseres inutilizados, son cosas también muy difíciles de cuantificar.
Lo sentimental, las pérdidas de fotos, recuerdos, documentos, todo lo que hace a la esencia de pertenencia y pertinencia.
¿Y la misoginia, esencia misma del ser humano, la estructuración de la vida por anhelos, cómo cuantificarla? La vaca destinada al cumpleaños de quince de la hija, el cerdo que iba a ser la delicia de la familia a fin de año, el cerdo destinado a la graduación del hijo, la gallina para el cumpleaños de la mujer… ¿cómo cuantificamos esto?
Ni hablar del caballo que ara la tierra, lleva la cosecha, lleva los chavalos a la escuela, lleva al médico a los enfermos, acarrea agua, fertilizantes, granos, no podemos darle un valor comercial o de moneda de cambio.
Y por último, no menos importante, el temor que queda, la sensación de zozobra de la familia que logró sobrevivir con cada lluvia que amanezca, con cada tormenta que se avecine.
Por ello, más allá de nuestra necesidad de cuantificar, de establecer un banco de datos que nos permita comparar, analizar aciertos y errores, cuando trabajamos en desastres, lo fundamental, es no perder nuestra condición de ser humano, y sobre todo, tener la capacidad de comprender, de entender el sufrimiento ajeno mas allá de lo económico y lo verdaderamente cuantificable.
Sigamos trabajando, que lo que hacemos, es por toda la humanidad.
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