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Una visita a Malacatoya… cuando el agua deja de ser nuestra amiga

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una vaca atascada en Malacatoya. (Foto: Enrique Riambaud).

Vamos dejando los kilómetros atrás rápidamente. Viajamos en una Toyota Cruiser FJ a prueba de todo y de todos, pero, el pavimento se vuelve piedra, la piedra se vuelve tierra, y el hilo de carretera viaja cercado entre un Cocibolca amenazante y creciente y un Xolotlán que fuera de su cauce, viajó arriba de los ríos Tipitapa y Malacatoya para lamer Granada, solo queda el hilo de ruta que amenaza con caer hora tras hora. 

La ruta se va transformando en una larga hilera de pozos descomunales, llenos de barro. Pareciera que quiere atraparnos y dejarnos a merced de los grandes lagos, pero la camioneta es brava y poderosa, saliendo airosa de cada desafío planteado.

A nuestro alrededor, las casa inundadas hasta la mitad nos dan una impresión de soledad obligada. El hombre debe doblegarse ante la naturaleza, cada vez y cuando, y no al revés como queremos hacer en cada instante.

Llegamos al primer refugio, gente del poblado de Osagay y conversamos con ellos. Los niños con los pies descalzos, heridos, el cansancio y la angustia pintados en los rostros. No hay juguetes, pero tampoco hay colchones o muebles. Treinta y cuatro mujeres, diez adolescentes y doce niños durmiendo sobre el piso helado y húmedo, sin cocina ni qué cocinar, pescan diariamente mojarritas en la ribera para llenar el estómago… no vemos víveres ni medicinas.

Solamente las mujeres y los niños se han refugiado. Los hombres han quedado en las casas inundadas, cuidando el cinc, las pocas pertenencias que tienen, para no ser víctimas también de la mezquindad del hombre, solo del agua.

Seguimos hasta Osagay y Los Cocos, más allá es imposible. Solo hay agua y muerte, cadáveres flotando de caballos y vacas, zopilotes recogiendo los restos, compartiendo su lúgubre alimento con los perros hambrientos.

Dimos vuelta, saliendo hasta Masaya y tomando luego para Tipitapa, allí, tomamos desde la carretera norte el desvío hacia Malacatoya, llegando hasta la finca «La Trinidad» de nuestro amigo Pastor.

Desde allí, luego de un descanso, recorrimos Malacatoya y El Tepalón. El mismo panorama, destrucción y muerte, cosechas perdidas, animales y hombres esperando alimento que nunca llega.

Don Cirilo se va del lugar con sus vacas. Él arrendaba tierra que pagaba con leche para mantener el vacuno, pero se le murieron los siete terneros con las aguas, y por ende, se les secaron las siete vacas que ordeñaba, ¿qué hacer?, ya no tiene con qué pagar, y vuelve a su hogar derrotado.

Don Ramón, sentado en el piso, la mirada al vacío, piensa derrotado que será de su vida y de su familia. Ya no podrá vender tomates y chiltomas en Managua, ya no más pipián ni melón. Toda la cosecha se la ha llevado el río.

¿Qué hacer? ¿Cómo quedarnos cruzados de brazos ante tanta miseria y destrucción? ¡No lo haremos! Desde nuestra humilde acción, iremos por lo menos por los animales, reforzaremos su estado sanitario, atenderemos patas inflamadas y pulmones neumónicos, y desparasitaremos y vitaminaremos lo que queda: vacas, caballos, cerdos, gallinas, perros, etc.

¡Porque los animales nos importan!

¿Y la gente qué? La gente, trataremos de hacer alguna alianza con la Cruz Roja u otro organismo que vaya con nosotros, llevando un poco de esperanza a todos.

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*Médico Veterinario Reg. Colvet º 256

Presidente Fundación Amarte

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