Temor al vacío de poder en Argentina
* Muchos piensan que enfermedad de Cristina Fernández podría ser el “cisne negro” que podría torcer el rumbo político
Fernando Gutiérrez
iProfesional
La noticia ya se convirtió en el «cisne negro» del panorama político argentino (este concepto hace referencia a un evento inesperado que, al irrumpir, genera un impacto tan alto que es capaz de torcer el rumbo político, económico o financiero).
La sorpresiva licencia médica que deberá asumir Cristina Kirchner, como consecuencia de su hematoma cerebral, no sólo causó el natural cimbronazo en la opinión pública -que ocurre cada vez que un jefe de Estado tiene un inconveniente de salud- sino que también cambió por completo la agenda nacional.
A esta altura, casi podría decirse que las elecciones legislativas del 27 de octubre pasarán a un segundo plano. Ya venían con un clima frío y con dificultades para concitar el entusiasmo popular, luego de que las PASO restaran el suspenso por el resultado. Y ahora puede suponerse que la salud presidencial supondrá, además, una virtual paralización de las campañas.
En las horas siguientes al parte médico de la Presidenta, ya hubo señales en el sentido de una «tregua» que bajará el tono de las chicanas. Ya sea por convicción genuina o por cálculo político -todos comprenden que no se puede hacer blanco de las críticas a alguien que acaba de sufrir un quebranto de salud- lo que queda en claro es que ahora todo el arco político reescribirá de apuro su libreto electoral.
Por lo pronto, los opositores como Sergio Massa, Mauricio Macri, Francisco de Narváez o Ricardo Alfonsín enviaron frases de aliento desde sus cuentas de twitter, deseando una pronta recuperación para la Presidenta. Se notó entrelíneas un mensaje en el sentido de que, a pesar de las diferencias, todos quieren aparecer como respetuosos de la investidura presidencial.
Y, sobre todo, que nadie cree que su alejamiento temporario de la presidencia sea una buena noticia para el país.
De parte del oficialismo, hubo una ambigua declaración del gobernador Daniel Scioli, en el sentido de que hay que preservar a Cristina para que no exponga su salud «a ningún riesgo mayor al que tiene la exigencia de este trabajo».
Es algo que puede interpretarse en el sentido de un pedido de tregua a todo el arco político y empresarial, en la misma línea de cuando había pedido «ayudar a que este Gobierno termine de la mejor manera posible».
Pero, además dejó entrever su preocupación por las insospechadas derivaciones de esta situación.
Tal vez nadie haya definido de manera más elocuente estas sensaciones que Jorge Asis, el corrosivo e influyente analista de la interna peronista, quien escribió: «Deseo racional. Recuperación necesaria de la Presidente. La autoestima colectiva dificulta que Argentina sea conducida por Boudou».
Otra enfermedad, otro Boudou
Ahí está la clave de la etapa que se abre ahora: la enfermedad de Cristina sólo puede agregar incertidumbre a un país donde ya había demasiadas dudas.
Al nerviosismo característico de todo período electoral, cuando la población asume conductas defensivas a la espera de eventuales medidas severas que pueda tomarse «el día después», ahora se agrega una cuota adicional de temor.
Porque además de los problemas económicos y sociales se agrega la angustia de no saber quién tomará finalmente las decisiones. Es por eso que los funcionarios y partidarios de Cristina no podrán ilusionarse con el hecho de beneficiarse por el shock de simpatía que genera inicialmente este tipo de situaciones.
Las noticias son demasiado preocupantes, y la previsible «tregua» en las denuncias de la factoría periodística de Jorge Lanata ya empezó a ser sustituida por la interpelación médica de Nelson Castro, erigido en nuevo «líder de opinión».
Desde su prédica para popularizar el «síndrome de Hubris», y con el inestimable apoyo de la propia Presidenta -que lo mencionó en su entrevista televisada con Jorge Rial- el médico y comunicador Castro se transformó en un referente que desliza sus dudas respecto de si la Presidenta se halla en condiciones físicas, mentales y anímicas como para continuar.
Hace pocas horas, cobraron amplia repercusión sus dichos respecto de que la jefa de Estado debería haber quedado en observación en vez de irse a Olivos. Hay motivos como para que esta curiosidad esté justificada.
Para empezar, el extraño incidente del traumatismo de cráneo de la Presidenta, ocurrido el día posterior a la derrota oficialista en las PASO.
Para continuar, los antecedentes de mal manejo de la salud presidencial, tanto la de Cristina como la de Néstor Kirchner, a lo largo de esta década. Aún está fresco el recuerdo del «falso positivo» que llevó a que se le haya extirpado innecesariamente la glándula tiroides a la Presidenta.
Pero hay más: ya en aquella oportunidad, la mandataria había dejado entrever que sus quebrantos de salud se debían a las presiones del cargo y al estrés al que se siente sometida cotidianamente. Claro, había grandes diferencias entre diciembre de 2011 y el momento actual.
Si Cristina se sentía agotada y presionada después de haber recibido un espaldarazo electoral con el 54% de los votos, es inevitable la pregunta de cómo se sentirá ahora, cuando enfrenta una etapa de decadencia política y turbulencia económica.
Y, claro, no es igual la situación del reemplazo. Hace unos años, Amado Boudou simbolizaba la «continuidad del modelo» y una total simbiosis con la Presidenta.
No sólo contaba con las dosis de lealtad y conocimiento técnico, sino que hasta caía bien a los empresarios, que confiaban en un economista acompañando en las decisiones importantes.
El momento que simbolizó a la perfección esa sintonía fue cuando Cristina anunció tiempo atrás que sería sometida a una intervención quirúrgica para extirparle la tiroides. Ante la perspectiva de una obligada licencia médica de tres semanas, se mostraba tranquila porque el timón del país estaría en manos de Boudou.
Destacó lo importante que era contar con un vicepresidente confiable y que pensara igual que el Presidente, y (aludiendo a Julio Cobos) se preguntó qué habría ocurrido si esa misma situación se hubiese dado con otro vice.
Hoy día, aquella escena parece lejanísima. Y aquellas palabras de Cristina regresan hoy como un boomerang irónico: hoy no podría permitirse un comentario de ese tipo, luego del escándalo Ciccone.
Boudou ya no es más el simpático e informal economista que toca la guitarra junto al grupo «La Mancha de Rolando». De inofensivo ladero de la Presidenta pasó a convertirse en la peor pesadilla del kirchnerismo, al punto que el aparato peronista no disimula la escasa simpatía que despierta su figura.
Cristina, víctima de un esquema sin recambio
Es en este marco cuando queda al desnudo una de las mayores debilidades del Gobierno: el propio estilo kirchnerista hace que ante la ausencia de la Presidenta se genere un inquietante vacío de poder.
Ahora cobra más importancia una advertencia que ya habían hecho los politólogos durante la operación de tiroides, en enero de 2012: queda en evidencia que la hiperconcentración de poder en la figura presidencial es un arma de doble filo: puede rendir resultados en cuanto a ejecutividad y coherencia de las políticas de gestión, pero también puede constituirse en una debilidad.
Con su estilo de mando -descripto por analistas como Sergio Berensztein de la consultora Poliarquía como «radial» (porque todo converge a ella)- Cristina ha impuesto un modo de gobierno en el cual se contacta personalmente con cada ministro o secretario.
En ese esquema, los funcionarios de distintas áreas raramente tienen relación entre sí, y toda la toma de decisiones pasa por la jefa de Estado y un reducidísimo entorno de colaboradores, algunos de los cuales ni siquiera son funcionarios, como ocurre en el caso de su hijo Máximo.
En aquella ocasión los analistas creían que esta debilidad de gestión se veía compensada por el hecho de que era un momento tranquilo del país. Ahora, nadie podría decir lo mismo.
Para botón de muestra, en estos días hay que terminar de resolver -entre tantas otras cuestiones- cómo se tratará el ingreso de divisas por parte de empresas privadas, a través de los bonos Baade, con los cuales el Gobierno pretende apuntalar la inversión y oxigenar la exhausta caja del Banco Central.
Pero hay un problema: mientras Guillermo Moreno parece dispuesto a que los empresarios puedan vender ese título en el mercado secundario y así, de hecho, acceder a un tipo de cambio más cercano al blue que al dólar oficial, hay otros funcionarios -como Ricardo Echegaray y Mercedes Marcó del Pont- que se oponen a esa postura.
Con Cristina al mando, esta sería una típica situación que se resuelve de una manera expeditiva: escucha, evalúa, arbitra y tiene la palabra final y comunica una decisión inapelable.
Con la Presidenta en reposo médico, aparecen los interrogantes. ¿Cómo se resolverán ahora esos diferendos internos? ¿Se le reconocerá a Boudou la autoridad para meterse en ese tema?
¿O, más bien, se congelarán estas decisiones importantes hasta que Cristina vuelva? ¿Y qué pasará si el mes de descanso previsto llegara a extenderse?
Lo cierto es que el esquema de poder kirchnerista no prevé una fórmula para resolver estos conflictos, ni aparece ninguna figura con la estatura suficiente como para imponer respeto y autoridad.
Cristina, al igual que Néstor, siempre mostró aversión a la presencia de «superministros» -al estilo de Domingo Cavallo en los ’90- que pudieran eclipsar la imagen presidencial. Es así que el último titular del Palacio de Hacienda con peso propio fue Roberto Lavagna, una «incómoda herencia» que Kirchner había recibido de Eduardo Duhalde.
Tampoco el jefe de gabinete, Juan Manuel Abal Medina, parece ser esa persona que pueda asumir el liderazgo. Tanto, que en los últimos días su nombre sonó como uno de los candidatos a ser reemplazado luego de las elecciones de octubre.
Que la Presidenta se enferme justo cuando hay rumores de cambios de funcionarios en áreas claves del Gobierno, y cuando es evidente que la economía exige medidas impostergables, sólo puede agregar nerviosismo.
Y eso, en la Argentina, implica que las conductas defensivas de los ahorristas y consumidores se exacerben.
Por cierto, el aparato peronista comprende esta situación. Como ya vienen avizorando analistas, hay incipientes movimientos en el sentido de reamar la «liga de los gobernadores».
«La famosa frase de Scioli sobre ayudar a Cristina a terminar bien, en realidad no estaba dirigida ni a la oposición política ni a los empresarios, sino más bien a la interna», argumenta Julio Burdman, de Analytica.
Pero claro, una cosa es compartir el poder con una Presidenta que, aun con problemas a cuestas, mantiene su autoridad, y otra muy diferente es coordinar acciones con un kirchnerismo desorientado y con divisiones internas.
Como un «cisne negro» que irrumpe inesperadamente, la noticia de la enfermedad de Cristina cambió todo: la cuestión ya no es saber quién gana las legislativas, ni siquiera qué medidas económicas se tomarán, sino si el país se enfrenta a un vacío de poder, una de las situaciones más temidas por la clase política.