El “big stick” y el canal de Panamá
* A fin de realizar la obra en la parte menos ancha del istmo centroamericano, Estados Unidos pisoteó la dignidad de Colombia a como le dio la gana y después la del país que creó a expensas de entregarles San Andrés y Providencia a los colombianos
César Vidal
Las razones del nacimiento de una nación son diversas. En ocasiones, se debe a un proceso de reunificación de distintas entidades; en otros, a la disgregación de una mayor. Sólo Panamá debe su existencia a la insoportable necesidad sentida por Estados Unidos de contar con un canal interoceánico. A decir verdad, posiblemente, Panamá no existiría de haber cuajado el proyecto estadounidense de crear ese canal a través de Nicaragua. Sin embargo, una aventura como la de William Walker y sus filibusteros fracasó en 1860; Nicaragua no se vio controlada por Estados Unidos y Panamá, con su istmo, se convirtió en meta indispensable. Originalmente parte de Colombia, en fecha tan temprana como 1823 Estados Unidos ya había establecido una delegación consular en Panamá.
Con todo, su conversión en objetivo relevante de la política norteamericana debería esperar hasta la guerra de 1898 y a la acción de unos de sus principales protagonistas: Theodore Roosevelt. Nombrado en 1897 secretario adjunto de la Armada, Roosevelt acusó a España de la voladura del «Maine» y se apoyó en el magnate de la prensa William Randolph Hearst, para poner en estado de alerta a la marina de guerra sin permiso presidencial y preparar un conflicto que permitiera el desembarco de fuerzas norteamericanas en Cuba.
Al estallar la ansiada guerra contra España, Roosevelt se alistó al frente de los Rough Riders, un regimiento de caballería que combatiría contras las tropas españolas en la loma de San Juan. Provisto de una fama, un tanto injusta, de héroe de guerra –hasta el año 2001 no se le concedió a título póstumo la medalla al honor después de serle denegada en varias ocasiones– en 1901, Roosevelt se convirtió en el presidente más joven de la historia de los Estados Unidos. El 20 de mayo de 1902, las tropas norteamericanas se retiraron de Cuba tras haber conseguido que la isla aceptara la «Enmienda Platt», que la convertía en protectorado de facto de los Estados Unidos y, el 28 de junio, el Congreso votó una ley para financiar la construcción de un canal en Panamá. Lo que iba a suceder en esa zona del mundo era ya un secreto a voces. El 2 de septiembre, Roosevelt pronunció un discurso emblemático en política exterior donde enunciaría la denominada doctrina del «Big Stick»: «Hay que hablar con suavidad a la vez que se sujeta un gran garrote («Big Stick»)». No se trataba sólo de palabras.
Bajo control de EE UU
El 3 de noviembre de 1903, Roosevelt declaró su firme propósito de que Colombia aceptara la firma de un tratado que no sólo implicaría la construcción de un canal en su territorio de Panamá, sino que además lo colocaría en manos norteamericanas. El congreso de Colombia se resistió a ratificar un tratado en esos términos y la respuesta norteamericana fue alentar un movimiento de secesión que culminó en la proclamación de la república de Panamá. Aunque formalmente fue Perú el primero en reconocer a la nueva nación, Estados Unidos también hizo lo mismo de manera inmediata, logrando la firma del tratado «Hay-Bunau-Varilla». El acuerdo dejaba el control de la zona del canal a perpetuidad en manos de Estados Unidos a cambio de un pago inicial de diez millones de dólares y de un alquiler anual de un cuarto de millón. La importancia del episodio puede fácilmente comprenderse si se tiene en cuenta que el 9 de noviembre de 1906 tuvo lugar la primera visita oficial de un presidente de Estados Unidos al extranjero. La hizo Theodore Roosevelt a Panamá con la intención de comprobar de manera directa la evolución de las obras del canal. Finalmente, el 7 de enero de 1914, la grúa flotante «Alexander La Valle» realizó el primer tránsito completo por el canal. El 15 de agosto del mismo año, el vapor «Ancón» inauguró oficialmente su puesta en funcionamiento. Durante décadas, las relaciones entre ambos países discurrieron de manera relativamente armoniosa. Estados Unidos tenía su canal y Panamá se beneficiaba, siquiera indirectamente, de ese tráfico que afectó, de manera histórica, al comercio internacional.
La situación comenzó a cambiar tras la Segunda Guerra Mundial y acabó estallando de manera simbólica el 9 de enero de 1964 en el denominado «Día de los mártires». En el curso de la citada jornada, se produjo un tumulto cuya causa inmediata fue la insistencia en izar la bandera de Panamá en una escuela americana cercana al canal, pero cuyas motivaciones mediatas eran el deseo de recuperar la soberanía sobre aquel pedazo de territorio panameño. La situación no cambió hasta el año 1977 gracias a la confluencia de dos personalidades complejas, la del panameño Torrijos y la del presidente Jimmy Carter.
En diciembre de 1999, de acuerdo con lo estipulado, el canal debía regresar a soberanía panameña, manteniendo, eso sí, una clara neutralidad militar que protegiera los intereses estratégicos de Estados Unidos en la zona. El proceso de transición se vio comprometido de manera directa por otra personalidad tan notable como la de Manuel Antonio Noriega. Las razones dadas por Bush padre para defender la invasión fueron variadas. Se trataba no sólo de salvaguardar la vida y los bienes de los treinta y cinco mil ciudadanos norteamericanos que vivían en Panamá, sino también de imponer el respeto por los Derechos Humanos, de asestar un golpe al tráfico de drogas en el que estaba implicado Noriega –aunque durante los años setenta Estados Unidos hubiera preferido mirar para otro lado– y asegurar el cumplimiento del tratado Carter-Torrijos. A decir verdad, todas las razones se correspondían con la realidad, pero el paso resultaba dudosamente legal a pesar de que hubiera recibido el respaldo mayoritario del Congreso. La ONU consideró que quinientos civiles panameños murieron en el curso de la invasión –la cifra oficial del Pentágono fue de 516–, aunque un informe interno del Ejército aumentó la cifra hasta un millar. El Ejército norteamericanos sufrió 23 bajas mortales y y 325 heridos frente a 205 soldados panameños que perdieron la vida. No faltaron los muertos extranjeros como el fotógrafo español José Manuel Rodríguez. Pero Bush padre, como en Irak, no quiso alterar el statu quo creando un vacío de poder.
Detenido Noriega, Guillermo Endara, vencedor de las elecciones, se convirtió en presidente. Durante las décadas siguientes, las relaciones entre Estados Unidos y Panamá –que son tema de una asignatura de enseñanza obligatoria en la república centro-americana– han discurrido en relativa armonía. En 1999 se cumplió lo estipulado en el tratado Carter-Torrijos, siendo el presidente Carter el representante de su nación en el evento.
A una hora de Miami
En 2007, las dos naciones crearon de manera conjunta un centro de salud que proporciona formación médica a los países de la zona. En paralelo, ambas naciones han cooperado en la lucha contra el narcotráfico en episodios como la detención del colombiano Pablo Rayo Montano, en mayo de 2006, o la incautación del mayor alijo de drogas del Pacífico oriental –cerca de veinte toneladas– en marzo de 2007. Tan sólo dos años antes, Panamá había enviado observadores a las elecciones de Irak como parte de la misión internacional encargada del tema. Con todo, la relación más importante entre Panamá y Estados Unidos es, en la actualidad, la económica. En el año 2001, entró en vigor un acuerdo de inversión bilateral entre ambos que ha dado considerables frutos.
A día de hoy, no son pocas las empresas norteamericanas que se ubican en Panamá –poco más de una hora de vuelo desde Miami– para eludir la presión fiscal. También son numerosos los ciudadanos norteamericanos –cerca de treinta mil– que residen en Panamá, siendo abundantes los casos de doble nacionalidad. La república centroamericana continúa siendo muy dependiente de Estados Unidos, pero el coloso del norte puede hablar con suavidad sin una necesidad perentoria de llevar siempre encima un gran garrote.
El misterioso final de los caudillos
Omar Torrijos había creado una dictadura benevolente –que adoptó como modelo de manera expresa el socialista español Felipe González– en la que el nacionalismo tenía un papel relevante. Por su parte, Carter deseaba mantener buenas relaciones con los vecinos situados al sur del río Grande, en parte por convicción y, en parte, porque no deseaba que la buena nueva del sandinismo socialista se extendiera por el patio de atrás de la política norteamericana. Despreciado en la actualidad, en su época no pocos vieron en Noriega a un nuevo Castro que desafiaba gallardamente al coloso del norte. De hecho, desde 1982 a 1989, Noriega gobernó como un dictador militar el pequeño país centroamericano obligando, por ejemplo, a las emisoras de radio a emitir capítulos del panfleto izquierdista de Eduardo Galeano titulado «Las venas abiertas de América Latina». Al término de las emisiones, solía escucharse una voz que decía: «Y las venas de América Latina continúan abiertas». Lo que Noriega iba a abrir en 1989 fue las cabezas de no pocos opositores. En mayo del mismo año, las elecciones presidenciales fueron ganadas por el candidato opositor Guillermo Endara. La respuesta de Noriega fue oponerse a los resultados –validados por observadores internacionales– y lanzar a los denominados «batallones de la dignidad» a acosar a las fuerzas de oposición en actos muy similares a lo que algunos denominarían ahora escraches.
La situación, verdaderamente vergonzosa, se prolongó hasta el 20 de diciembre de 1989, cuando los marines desembarcaron en Panamá con la pretensión de detener a Noriega.