Los niños invisibles de España
* El drama de una familia nicaragüense en una “Madre Patria” que no es ni madre ni patria para casi tres millones de chavalos y chavalas, la mayoría españoles autóctonos
RODRIGO TERRASA | El Mundo
Valencia
En casa de Cecilia (la llamaremos Cecilia) sólo se come fuet (longaniza) los días de fiesta, como el que come langosta en Nochebuena. «A mi hija le mata, pero entiende que todos los días no puede haber fuet en casa. De lo que no es necesario no hay y si no hay fuet todos los días es porque no se puede», explica.
Cecilia, que es de un pueblo pequeñito del norte de Nicaragua, cumplió 50 años el sábado pasado. Conoció a su marido en España pero pronto emigraron a su país, donde nacieron sus dos niñas. Cuando las cosas se complicaron en Nicaragua dejaron su granja y su trabajo para buscar un mundo mejor en Valencia. Ella empezó limpiando casas y trabaja ahora como monitora en un comedor escolar, cuidando niños y colaborando con una ONG. Él empezó trabajando como chófer de un taxi sin licencia y ha ido cambiando de empleo hasta que lo cambió por ninguno. Hace años que no trabaja y la familia sobrevive en Valencia con menos de 1.000 euros a repartir entre cuatro personas y un piso que se lleva 350 euros en alquiler.
Sus dos hijas tienen ahora 17 y 14 años y son dos de las 2.826.549 razones que ha esgrimido esta semana la ONG Save the Children para exigir la protección de los derechos de la infancia. Uno de cada tres menores en España está en riesgo de pobreza o exclusión social. Dos viven en casa de Cecilia, aunque mucho se lo tendrá que currar la crisis para atrapar a sus hijas.
La familia aterrizó en Valencia dos meses antes de la Navidad de 2003 y las pequeñas descubrieron aquí que las tiendas de juguetes hacían catálogos de regalos y que los escaparates eran como Disneylandia. «Aquello me marcó como madre», recuerda ahora Cecilia. Y los ojos se le empapan como si fuera ayer. «Las dos cogían los catálogos y marcaban todo lo que querían, les deslumbraban las tiendas. Me senté con ellas y les expliqué que Papa Noel tenía que repartir entre muchos niños, que no podían elegir juguetes tan caros. Luego le escribí yo una carta a los Reyes y les pedí al menos uno para cada una».
«Aún te sientes fatal cuando piden algo. Les digo que no se puede y me dicen: vaaaaaaaaale mamá». Con todas las aes de la resignación. «Ellas asumen ahora que no hay más alternativas que la realidad. Lo peor es no poder cumplir sus sueños, pero quiero que sepan que no todo es rosita a su alrededor, que no todo es material. No quiero que mis hijas vivan en un mundo irreal. Quiero que sepan que las cosas cuestan, que valoren que lo poco que tienen ha costado mucho, que no viene por ciencia infusa. Van a desear tenerlo todo, pero lo importante es tener salud, tener para comer, para vivir e ir a la escuela. Y eso aún podemos dárselo».
La familia de Cecilia vivía en una casa enorme en Nicaragua. Cuando llegaron a España se apretaron en el piso de sus suegros. Un día la hija pequeña le dijo a Cecilia que no quería vivir en una casa tan «chiquita». «Dime la verdad, ¿quién de ustedes dos decidió venir aquí?», preguntó. «Fue la situación la que nos empujó», respondió la madre.
‘Sé que herencia material no les voy a dejar, pero ese no es mi sueño. No quiero que mis hijas vivan una vida de princesas. Hubiésemos fallado como padres si lo más importante para ellas fuese lo material’
Ahora se plantea de verdad volver a Nicaragua, pero prefiere esperar a que sus hijas crezcan. «Aguantaremos todo lo que se pueda. Nosotros no contamos, cuentan ellas», dice. Y maldice esa «situación» que les empujó primero allí y les estrangula ahora aquí. «Me da asco la actitud de los políticos y me desespera la poca participación de la sociedad española. No tendríamos que estar con estos males, pero los responsables no se enteran porque la necesidad no les llega a ellos. Dicen que lo que no se vive no se siente y lo que no se siente no se entiende».
Admite que pedir ayuda «cuesta» pero lo hará siempre que sus hijas lo necesiten. «Duele tener que pedir cuando que mi marido tenga trabajo es un derecho, no una cuestión de caridad. Me da rabia», grita.
«Sé que herencia material no les voy a dejar, pero ese no es mi sueño. Mis hijas no serán monigotes, quiero que aprendan a defender sus derechos. Que no vivan una vida de princesas como muchas de sus compañeras. Hubiésemos fallados como padres si lo más importante para ellas fuese lo material. Quiero que sepan que hay situaciones muchísimo peores que las nuestras. Otra cosa no les vamos a dejar».
‘Aprender a ser padres sin comprar cosas’
Yolanda Carmona es trabajadora social. El caso de Cecilia, «una supermujer», es el ejemplo casi perfecto de cómo gestionar el tsunami de la crisis, pero no es la norma. «Antes se suplía todo con dinero, pero ahora hay que enseñar a ser padres sin tener que comprar cosas. La pobreza infantil no es sólo dinero. Que los padres o madres no tengan estabilidad emocional, afecta a los hijos. No les da seguridad, sufren la falta de atención de unos padres que suficiente tienen con intentar solucionar los problemas o que simplemente no saben cómo hacerlo», radiografía.
El último informe de Save the Children alerta sobre el aumento de nuevos pobres. 267.600 niños más en el último año. «La situación no ha cambiado para los que ya estaban fuera del sistema. Pero los que vienen de una situación normalizada quedan ahora bloqueados, caen como moscas y quedan atrapados en esta nueva situación sin saber cómo reaccionar. Los niños siguen pidiendo tablets y hay padres que no son capaces de defraudarles», explica Yolanda.
En Valencia, la ONG ha puesto en marcha un programa para evitar la exclusión social de niños en riesgo de pobreza. Trabajan en diez centros con casi 600 niños de hasta 13 años. Hace siete años el 80% eran inmigrantes. Hoy el 70% son españoles.
«O actuamos ahora o perdemos una generación entera de niños», avisa Rodrigo Hernández, delegado de Save the Children
«O actuamos ahora o perdemos una generación entera de niños», avisa Rodrigo Hernández, delegado de Save the Children en la Comunidad Valenciana. «Es muy importante visibilizar estos casos porque nos puede pasar a todos y es muy importante trabajar desde la asistencia y no desde la pena. Hay que garantizar los derechos de los niños y garantizar que eso sea sostenible».
Rodrigo reconoce que ha visto en España casos que serían impensables en países en vías de desarrollo. «En España funciona lo evidente, pero está fallando lo menos evidente, lo que no vemos». Y habla de padres que tienen que elegir si compran el libro de Matemáticas o el de Lengua porque no hay dinero para los dos. De niños que van a gimnasia calzando un 45 y de todos los que repiten la sopa del comedor por si hoy no toca cena. «La fruta se ha convertido en un producto de lujo. Hay familias que están comiendo dos potitos para cuatro y niños que sólo comen arroz y espaguetis, que se duermen en clase, que no pueden rendir en el cole». El 42% de los niños en riesgo de exclusión no se pueden permitir celebrar su cumpleaños, el 24% no come ni fruta ni verduras, el 20% jamás ha estrenado una prenda de vestir.
Vicent es el director de un colegio en la zona sur de Valencia. En su escuela ya hay cuatro o cinco alumnos por clase que no se pueden pagar todo el material escolar. «Nos hemos convertido casi en un centro de servicios sociales», reconoce. Han puesto en marcha una campaña para promover que los alumnos completen los libros de texto a lápiz para que se puedan reutilizar, han cambiado las excursiones por visitas a pie por el barrio y ya no hay viajes de fin de curso porque sólo se apunta el 20% de los estudiantes.
Si los padres tienen cualquier deuda con Hacienda, no tienen derecho a beca. Si los padres no tienen papeles, tampoco tienen derecho a beca. «Al final los que más lo necesitan, son los que menos ayudas tienen», denuncia Rodrigo Hernández. «Y es el hijo el que paga una culpa que no tiene».
Una fortuna de 10 euros
En un pueblo a menos de 9 kilómetros de Valencia vive Luis. Tiene una hija de 13 años y un hijo de 9. El otro día le tuvo que escribir a la profesora de su hija en la agenda del cole que lo sentía mucho, pero su hija no podía llevar el libro de inglés que le habían pedido porque valía 10 euros. Y 10 euros son ahora una fortuna para él.
‘No me avergüenzo de mi situación, de tener que pedir ayuda. No es mi vergüenza, es la vergüenza del país’
Luis tiene 45 años, es (o era) transportista y no trabaja desde 2010. Cobra 400 euros de prestación que se agotan este semestre. Se ha separado de su mujer pero como mucho se va al sofá porque el dinero no da para separarse más. «Cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana», es todo lo que explica él. Ella cobra otros 400 euros. Juntos pagan coche e hipoteca y van tirando vendiendo libros de segunda mano, limpiando alguna casa, dando «zarpazos».
«Intento no hablar con mis hijos del tema, que no se den cuenta. Son mis fantasmas y yo cargo con ellos. Ellos saben que si no trabajo no es porque no quiera y de momento comemos, así que… Sé que no depende de mí y si tengo que acudir a un comedor social, lo haré. No me avergüenzo de mi situación, de tener que pedir ayuda. No es mi vergüenza, es la vergüenza del país. Hay bancos haciéndose ricos y yo muriéndome de asco», protesta.
Luis es un tipo grande, con unas manos enormes y apariencia de tipo duro. «No me voy a poner a llorar. Si yo me derrumbo, se derrumba todo», advierte.
‘Dicen que las penas con pan son menos, pero qué pasa si ya no hay ni para pan’
Laura Herrera es psicóloga de Save the Children. «La crisis que atraviesa el país hace que los niños sufran consecuencias a nivel psicológico», alerta. «Los niños ven como sus padres pierden el trabajo, no llegan a fin de mes. Oyen hablar de facturas impagadas, de embargos, de desahucios… El ambiente familiar se degrada y los niños lo perciben. En la medida que se pueda, es importante que se cuente con ellos para explicarles la situación», recomienda.
Luis se consuela pensando que el paro le ha permitido pasar más tiempo con sus hijos. Y se repite que sus niños aún desayunan cada día. Lo demás es todo indignación. «Dicen que las penas con pan son menos, pero qué pasa si ya no hay ni para pan. Es todo una gran mentira. Oigo hablar de recuperación y se me llevan los demonios. No hay salida. ¿Es que Rajoy no ve que hay gente buscando comida en los contenedores? Es el último estrato, es el comportamiento de los animales salvajes».
La España de Luis es la Gotham de Batman, la de la corrupción y el comadreo. «Y yo que pensaba que esto era sólo de los comics», bromea. «Me hablas de PP o de PSOE y me dan ganas de ahorcarme. Los políticos son un germen putrefacto que pudre todo lo que tocan. Sé que mis hijos no van a tener oportunidades y eso es lo que más me duele. Los quiero como cualquier padre pero sí me arrepiento de eso. Yo no he traído a mis hijos a este mundo para que hagan de ellos unos esclavos, ni para que sean invisibles».