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El volcán Masaya visto desde atrás

El volcán Masaya visto desde San Juan de La Concepción, en la finca "El Milagro".

El volcán Masaya visto desde San Juan de La Concepción, en la finca «El Milagro».

* La “puerta del infierno” se parece más a un inmenso fogón que, sin embargo, no deja de atemorizar a los pobladores de San Juan de La Concepción, sobre todo cuando algún sismo sacude sus tierras

El Cronista Digital | Redacción

Una vista poco conocida del volcán Masaya, captada desde una altura de la finca “El Milagro”, en San Juan de La Concepción. El humo de la sempiterna caldera luce como un inmenso fogón en la distancia, sin el acompañamiento de la infraestructura turística situada en el lado norte del cráter Santiago.

Desde este ángulo el volcán Masaya, considerado por grupos esotéricos como una de las seis “puertas del infierno” existentes en la Tierra, no se ve tan temible. De hecho, para el observador despistado podría parecer en la lejanía como el humo de un incendio forestal.

Pero no hay que caer en la trampa de la aparente serenidad. Los pobladores de San Juan y La Concha también le temen y cuando la tierra se estremece por la acción de algún sismo, los rostros nerviosos se vuelven inevitablemente hacia donde yace el abismo ardiente.

Precisamente los indígenas chorotegas que habitaban los llanos de Masaya y Nindirí le llamaban Popogatepe, que en su idioma significa “Montaña que arde”. El coloso también llamó la atención de los invasores españoles -sobre todo de sus sacerdotes-, que no vieron en el magma ardiente y sulfuroso al demonio, sino ríos de oro líquido.

Con la fija idea de convertirse en inmensamente ricos, hicieron a un lado las supersticiones de los indígenas, como aquella que señalaba que desde las entrañas calcinantes surgía una vieja desnuda que predecía cómo sería la cosecha de maíz y quién ganaría las guerras.

La "puerta del infierno" en ocasiones no deja ver su fondo debido al humo sulfuroso.

La «puerta del infierno» en ocasiones no deja ver su fondo debido al humo sulfuroso.

Intrigas, traiciones y hasta crímenes ocurrieron entre los hombres barbudos y de a caballo que hace cinco siglos volvieron a adorar al becerro de oro. Todos querían quedarse con el tesoro dorado que burbujeaba ante sus codiciosos ojos.

En 1538 fray Blas del Castillo bajó al cráter del Masaya auxiliado por poleas, con la firme convicción de que estaba yendo hacia un inagotable yacimiento de oro derretido. No lo detuvo ni siquiera el hecho de que unos diez años antes, fray Francisco Bobadilla había concluido que aquélla era la “puerta del averno”, por lo que colocó una inmensa cruz a fin de alejar del lugar a Lucifer.

No hubo oro para Castillo ni sus acompañantes, y la vieja en cueros que salía de entre la escoria abrasante jamás volvería a hacerlo, según las leyendas pos coloniales.

Demonios, brujas y ambiciones aparte, lo que nos queda actualmente es el bello y a la vez aterrador espectáculo de un planeta vivo y crepitante, que nos entrega en el volcán Masaya apenas una muestra de lo que se encuentra debajo de la superficie.

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