Maíz nativo le ganó a “El Niño”
Darwin Granda
Red Sicta
Es agosto y Guatemala sufre por la sequía que, con cierta frecuencia, trae por estas tierras ese fenómeno natural que alguien bautizó como «El Niño» y que seguramente es el único niño que nadie quiere cerca. Su presencia aleja las lluvias y trae hambre a la población rural de ese país y de toda la región centroamericana.
En la parcela de Lucio Siquinajay, un indígena Maya que se acerca a los 80 años de vida, miles de plantas de maíz de cuatro metros de altura, ni se enteraron de la presencia de ese fatídico fenómeno natural. Las mazorcas, igual de enormes, saludables, altísimas y a punto de la cosecha, no muestran señales de haber sufrido la falta de agua.
«Gracias a Dios que aquí no me afectó» dice escuetamente don Lucio cuando alguien le comenta que la sequía acabó con las siembras de maíz en casi la mitad de Guatemala. «Sabe, son mis semillas y la forma en que yo siembro lo que me ayuda», dice en un castellano clarísimo. El quiché es su lengua natal.
Lo que luego nos cuenta es, todavía, más sorprendente. Don Lucio Siquinajay siembra sus semillas nativas en los últimos días de enero y los primeros días de febrero. Por esas fechas comienza una temporada de cuatro meses intensos de verano y calor en San Andrés Iztapa, un municipio agrícola del departamento de Chimaltenango y en toda Guatemala. Y don Lucio no tiene ningún sistema de riego. Después nos enteramos que esta práctica es una tradición Maya en algunos municipios de Quetzaltenango, San Marcos, Totonicapán y Huehuetenango, aunque algunos se esperan para sembrar en marzo y abril.
Entonces, si no hay riego ¿cómo las plántulas de maíz pueden resistir esos cuatro meses de verano y crecer sin mayores problemas hasta que llegue el invierno? Esa pregunta se la respondieron hace muchísimos años los indígenas Mayas. Don Lucio no hace nada más que seguir la tradición. Él selecciona un terreno plano donde hay acumulada mucha humedad residual del invierno recién pasado, corta los rastrojos y las malezas con las cuales recubre el suelo y lo aísla de los rayos solares. Luego siembra como le enseñó su padre y que ahora se conoce como labranza cero o labranza mínima.
«Con esa humedad la milpa crece bien y cuando llega el invierno (mayo-junio) ya la planta está cerca de florecer», dice don Lucio Siquinajay. Además dice que «nunca quemamos y siempre le seguimos ayudando a la milpa con sus poquitos de abono orgánico. Luego esperamos a que llegue agosto para sembrar el frijol al pie de la mata».
El 13 de agosto, declarado en Guatemala como Día Nacional del Maíz, don Lucio comienza a doblar por la mitad las plantas, para dejar que entre el sol al frijol que se enreda y viene trepando por los gruesos tallos del maíz. La doblada garantiza también que las lluvias de los meses del invierno que faltan por caer, se escurran por las hojas de la mazorca y no dañen los granos de maíz. Así hasta cuando llega el tiempo de la cosecha, en enero del siguiente año.
Mientras dura la espera, doña Oswalda Siquinajay hace frecuentes visitas a la milpa de su padre para recolectar hierbas silvestres que crecen entre los surcos y los tallos del maíz. Recolecta Quilete (hierba mora), lechuguilla, verdolaga y güicoyes. Para otro agricultor estas hierbas pueden ser, simplemente, malezas, para doña Oswalda es comida y medicina.
En los primeros días de enero termina el trabajo y la espera de todo un año de labores agrícolas y comienza la fiesta de la cosecha. Don Lucio está feliz con el resultado de su esfuerzo. Ni siquiera El Niño impedirá este año que coseche 10 quintales de maíz y seis quintales de frijol por cada cuerda de 40 x 40 metros cuadrados, una forma muy chapina de medir la tierra. El sembró diez cuerdas y tendrá alimento en su mesa para todo el año.