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Con 86 años, cura sigue combatiendo la pobreza

Francisco Oliva, sacerdote y periodista español.

Francisco Oliva, sacerdote y periodista español.

* Llegó a nuestro país un mes antes de que estallara la revolución sandinista. «En Nicaragua pasé siete años muy buenos. Nunca un gobierno me trató mejor. Querían que me quedase, pero yo les decía que era paraguayo, y que volvería a Paraguay», afirma.

Francisco Oliva, mantiene, con 86 años, el mismo compromiso social que cuando estuvo perseguido por la dictadura de Alfredo Stroessner, ahora desde el Bañado Sur, un barrio de Asunción donde estableció su cuartel general.

Aunque vino al mundo en Sevilla, el Pa’i Oliva, como le conocen los paraguayos por la denominación de los sacerdotes en guaraní, asegura que «volvió a nacer» en 1964, cuando pisó Paraguay por primera vez, según informa Efe.

«El país cambió mi pensamiento social y político. Hasta entonces, yo había vivido en España una religión separada de la realidad. En Paraguay me di cuenta de que, para que una fe sea auténtica, tiene que comprometerse con el entorno», explicó Oliva en una entrevista con Efe.

A raíz de esta «iluminación», el jesuita se volcó en «ayudar a pensar a los jóvenes», a través de las emisoras de radio que fundó en la Universidad Católica de Asunción.

«Los medios de comunicación tienen un papel importantísimo en los avances sociales, pero siguen en manos de quienes no quieren cambios», declaró.

En los años 60, la resistencia al cambio en Paraguay estaba encarnada por Stroessner (1954-1989), quien no vio con buenos ojos la labor de un predicador como Oliva, que buscaba despertar la conciencia crítica.

«La policía me detuvo un mes después de que obtuviera la nacionalidad paraguaya. Me gritaban que era «el Lenin de los campesinos», cuando yo nunca había trabajado con ellos», recuerda.

Seis policías le acompañaron en una canoa que cruzó el río Paraguay hasta llegar a Clorinda, en el lado argentino de la frontera, donde las autoridades locales le salvaron de convertirse en «un desaparecido más».

Viajó a Buenos Aires, donde trabajó nueve años con refugiados políticos y económicos de la región.

En 1976, en plena dictadura en Argentina, fue acusado de ser un enlace de los comunistas soviéticos, pero volvió a esquivar la muerte cuando los militares fueron a buscarle a su casa y la encontraron vacía.

Se encontraba de viaje en Londres. Desde allí se trasladó a Ecuador y luego a Nicaragua, un mes antes de que estallara la revolución sandinista, en 1979.

«En Nicaragua pasé siete años muy buenos. Nunca un gobierno me trató mejor. Querían que me quedase, pero yo les decía que era paraguayo, y que volvería a Paraguay», afirma Oliva.

En los 27 años que pasó exiliado del país guaraní, asegura que siempre quiso regresar, aunque no pudo hacerlo hasta 1996, después de 11 años trabajando en Huelva (España).

«Cuando volví a Paraguay, me recibieron como a un héroe, casi como un tipo de museo. Era muy aburrido. Así que decidí ir a vivir al Bañado», relata.

Allí predica en varias capillas, mantiene una escuela de formación secundaria, una radio comunitaria y un comedor para personas con discapacidad.

Además ha fundado una cooperativa para madres solteras que trabajan en una peluquería y un restaurante en el barrio.

«No basta con llegar y tocar una campana para que la gente vaya a misa. La pobreza hace que la gente no se acerque a la iglesia. Hay que luchar para cambiar las cosas. El cristianismo es revolución y compromiso con lo real», sentencia.

Denuncia que la zona de los Bañados, un cinturón de barrios humildes a orillas del río Paraguay, fue una de las más afectadas por las inundaciones que anegaron Asunción a mediados de 2014, pero las autoridades reaccionaron «tarde, mal y con intereses partidistas».

Además la amenaza del desalojo pende sobre el Bañado, según Oliva, por un plan municipal que pretende instalar un barrio residencial.

«Quieren mandar a la gente del Bañado fuera de Asunción, a ciudades como Areguá o Capiatá. Pero la gente trabaja acá, en el vertedero de basuras de Cateura, o camina una hora todos los días para recolectar residuos en el centro de Asunción. No queremos irnos», sentencia.

Pese a ello, Oliva insiste en que es un optimista y confía en el futuro.

«En Paraguay hay que barrer con una escoba muy grande y sacar fuera a mucha gente que está en el poder. Pero también tenemos que preparar a quienes les van a sustituir», concluye.

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