Maras y narcos tienen mucho de machismo
No son pocas las ONG centroamericanas que aseguran trabajar en la prevención, con jóvenes en riesgo, o en la rehabilitación, con pandilleros con historial delictivo. El Ceprev, con sede en Managua, es una de las pioneras, y su directora, Mónica Zalaquett, una de las voces más respetadas entre las convencidas de que, por más atrocidades que haya cometido, un marero puede rehabilitarse si se trabaja en serio en eso.“Los mareros pueden cambiar si se les da la oportunidad”, pregona Mónica Zalaquett. En un tema complejo como lo es el de la inseguridad, con Centroamérica señalada como la región más violenta del mundo, y con una opinión pública radicalizada, no cualquiera aboga abiertamente por los pandilleros, y ella no solo lo hace, sino que se atrinchera en esa defensa. “Estos jóvenes tienen unas historias de vida tan atroces que uno se pregunta: ¿cómo no han hecho peores cosas aún?”, dice en otro momento de la entrevista.
Zalaquett dirige una influyente organización no gubernamental nicaragüense llamada Centro de Prevención de la Violencia (Ceprev). El Ceprev a su vez forma parte de la Coalición Centroamericana para la Prevención de la Violencia Juvenil (CCPVJ), un conglomerado de organizaciones e instituciones de Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras que cuestionan las políticas de corte represivo impuestas en casi todos estos países, y que desarrollan de forma focalizada, con fondos provenientes en su mayoría de la cooperación internacional, modelos de prevención y reinserción que, simplificándolo mucho, ven al pandillero no solo como victimario, sino como víctima de una sociedad o de un sistema. En concreto, Zalaquett pone especial énfasis en culpar al sistema patriarcal (al machismo, dicho en palabras llanas) de buena parte de la violencia que afecta a Centroamérica, y casi viene a asegurar que si se extirpara el machismo, se reduciría de forma radical la violencia.
En esta entrevista se habla pues de machismo, de maras, de los distintos tipos de pandillas, de la violencia extrema que los jóvenes generan y sufren, y hasta de posibles soluciones. Pero antes de entrar de lleno, Sala Negra de El Faro creyó oportuno que Zalaquett explicara lo que bien podría llamarse la paradoja nica; es decir, por qué la nicaragüense es una sociedad menos violenta que la de sus vecinos del norte. Dicho con números, mientras que en 2010 en Nicaragua la tasa de homicidios fue de 13 por cada 100 mil habitantes, Guatemala reportó 41, en El Salvador ascendió a 65, y Honduras llegó a 77.
Son muchas y variadas las interpretaciones sobre el hecho de que Nicaragua sea menos violenta. ¿Cuál es la suya?
Hay varios aspectos: el primero es que los nicaragüenses entramos más tarde en la ola del narcotráfico regional. La guerra interna nos retrasó a la hora de sumergirnos en toda esta corriente del narcotráfico creciente en la región. Y, como consecuencia directa de esa situación, en los otros países se desarrolló antes la actividad delictiva vinculada al tráfico de drogas.
¿Qué otros elementos influyeron?
Otro factor importante es la revolución, porque se crearon redes sociales que no se encuentran tan claramente en el resto de la región. La revolución también trajo transformaciones en la mentalidad de la gente: se desarrolló un sentido de mayor solidaridad, como de involucrarse más en los problemas de los demás. Y la Policía Nacional de Nicaragua, que es consecuencia directa de la revolución, desde sus orígenes evitó convertirse en una fuerza eminentemente represiva, sino de servicio y vinculada a aspectos sociales. Aun cuando también esté recibiendo el impacto del narcotráfico y del crimen organizado, es una policía diferente a las demás, que entiende que la prevención es necesaria y que está dispuesta en ciertos casos a coordinar acciones y a recibir capacitaciones de parte de la sociedad civil.
¿Y qué papel tuvo en el país la denominada sociedad civil?
Las acciones de prevención las iniciamos mucho antes que en el resto de la región. El Ceprev se fundó en 1997, y no fuimos los únicos. En la década de los noventa surgieron iniciativas cuyo enfoque fue trabajar en las comunidades, y ese enfoque preventivo lo asumieron después la Policía Nacional y otras instituciones estatales. En todos estos años hemos hecho una enorme labor en las zonas más afectadas por la violencia, atacando aspectos cruciales con enfoques adecuados. Y eso es muy importante, porque no es solo hacer prevención, sino cómo y dónde lo hacés.
El dónde es, en efecto, muy importante…
Y también el cómo, porque hoy en día el concepto de prevención está de moda y es políticamente correcto, pero se sigue haciendo represión bajo el guante de la prevención.
¿Algún otro factor que a su juicio explique la paradoja nica?
La migración. Los nicaragüenses no se dirigieron de forma masiva hacia el área de Los Ángeles, sino que emigraron a Costa Rica, y los que se fueron a Estados Unidos optaron por ciudades como Miami. Por lo tanto, nuestros jóvenes apenas se involucraron con el movimiento de pandillas, que tiene su epicentro en Los Ángeles.
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Mónica Zalaquett nació en 1954 en Chile. Está casada, es madre por partida doble y reside en una casona con piscina en Las Colinas, una de las zonas más exclusivas de Managua. Los inicios, sin embargo, no fueron tan cómodos. Desde muy joven tuvo una intensa actividad política, ligada siempre a grupos de izquierda. Vivió en primera persona el golpe de Estado de Augusto Pinochet, y en 1974, como consecuencia de tener como pareja a un nicaragüense, se integró en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y luego abandonó su país de nacimiento. Estudió sicología, sociología y periodismo, y por ocho años trabajó en el legendario diario Barricada, el órgano oficial de expresión del FSLN, aunque en la actualidad es muy crítica con la actual versión del sandinismo, abanderada por Daniel Ortega. Ha escrito una novela ambientada en la guerra interna nicaragüense titulada Tu fantasma, Julián (Editorial Vanguardia. Managua, 1993), y es columnista habitual en El Nuevo Diario, el segundo periódico más influyente del país. En diciembre del año pasado publicó un artículo de opinión en el que pedía a los padres que en Navidad regalaran muñecas a sus hijos varones, como una forma eficaz de combatir el machismo desde la raíz.
En el ámbito de la violencia, ¿se puede hablar de dos centroaméricas, de Honduras para arriba y de Nicaragua para abajo?
No estoy tan de acuerdo con eso. Es cierto que hay diferencias, pero también hay aspectos comunes. Afortunadamente, Nicaragua, Costa Rica y Panamá están todavía a la zaga en cuanto a indicadores de violencia, pero vamos por el mismo camino.
Lo que Nicaragua bota es el mito de que pobreza y violencia van unidos de la mano.
Nicaragua es un país muy pobre, y no ha llegado a tasas de homicidios por cada 100 mil habitantes tan elevadas, pero creo que las causas de la violencia juvenil son muy parecidas en Nicaragua y en Honduras, aunque las expresiones sean menos graves en un país que en el otro. La raíz del problema es la misma, y con esto hay que tener mucho ojo, sobre todo los nicaragüenses, porque vamos empeorando.
Cabal, los 13 homicidios por cada 100 mil habitantes suenan a poco si la comparación es con Honduras o El Salvador, pero el promedio mundial es 8.
Es que somos una región que está pasando por una situación muy crítica. Las armas que se fabrican en Norteamérica bajan por aquí, y las drogas que se generan en Sudamérica suben por aquí. Somos el corredor de las drogas que suben y las armas que bajan.
Visto así, suena a que la violencia casi se nos impone desde fuera.
No. El narcotráfico y el tráfico de armas explican una parte, pero también están los problemas sociales, que no solo incluyen la pobreza. En toda la región hay problemas étnicos no resueltos que son generadores de violencia, también hay problemas de discriminación, de exclusión social, y un problema mucho más importante, como lo es el esquema patriarcal que caracteriza a las sociedades centroamericanas. Y todos esos problemas confluyen. Por ejemplo, la crisis económica actual ha generado desempleo, y esa desocupación no solo afecta los bolsillos, sino que afecta el sentido de masculinidad de los hombres.
Usted ve el machismo como el principal generador de violencia.
Es que en sociedades fuertemente machistas, muy empobrecidas y con mucha exclusión social, se ha agregado el hecho de que los hombres han perdido masivamente ingresos económicos y, por lo tanto, poder económico. Y eso en la familia tradicional equivale a tocarle los huevos al toro; o sea, perder poder económico frente a los cambios de género que han empujado a la mujer a la vida pública es un generador de violencia social. Mucho del movimiento de las maras, de las pandillas, y del narcotráfico incluso, tiene un componente de género clarísimo.
A ver, desarrólleme eso, por favor.
A las pandillas llega un joven que se siente discriminado, que no tiene un espacio en la sociedad, que vive violencia intrafamiliar… Ese joven encuentra en la violencia una manera de cobrar poder, una manera de mostrar fuerza en una sociedad que al hombre le está quitando todos sus medios tradicionales de mostrar poder. La sociedad es aún muy machista, y este es un aspecto que afecta a toda la región por parejo. Nosotros, como Ceprev, hemos considerado prioritario trabajar en esa línea.
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El Ceprev trabaja en 36 barrios, casi todos de Managua, si bien también tiene presencia en Tipitapa, un municipio ubicado en el extrarradio. Al día siguiente de la entrevista, asistiré a uno de sus talleres, en el que una treintena de jóvenes del barrio Arnoldo Alemán y del Anexo Villa Libertad -varones en su mayoría- serán testigos de una dinámica presentación en la que un grupo de sicólogas dramatizará sobre los distintos tipos de violencia y en la que se reflexionará sobre el machismo como su principal catalizador. Habrá jóvenes en riesgo y también pandilleros, pero tanto por sus participaciones como por las pláticas que mantendré con ellos quedará claro que las pandillas nicaragüenses poco o nada tienen que ver con las maras transnacionales que afectan a Guatemala, Honduras y El Salvador.
Se ha comprobado la presencia de la MS-13 y del Barrio 18 en Nicaragua. ¿Por qué estas pandillas no cuajan aquí
Yo creo que se debe a la labor fuerte de prevención que le mencionaba antes, a las redes sociales, a que las mismas comunidades están conscientes de que algo como las maras se tiene que evitar. Por mucha pobreza que haya, no está socialmente bien visto algo así, no se acepta su modus operandi, como eso de implantar un sistema de pago de renta.
Muchas ONG y organismos siguen teniendo un concepto romántico de las maras, como si fueran poco más que jóvenes traviesos…
Pues yo no estoy de acuerdo con usted cuando dice que ese concepto es romántico. Hay que entender el fenómeno social y el fenómeno cultural y el fenómeno intrafamiliar y el fenómeno de género. Cuando uno entiende todo eso, uno sabe que también los mareros tienen la posibilidad de cambiar. Mucha gente los ve como si fuera un sector desahuciado, como si no hubiera nada que hacer con ellos, como si el único camino fuera la represión. Aquí en Nicaragua, en El Salvador, en Guatemala o en donde sea, el cambio se da si se hace enfocado de la manera correcta, con buena fe y compromiso. Las maras han evolucionado y, por su propia dinámica interna, hoy no hay pandillero que cumpla los 18 años sin haber cometido gravísimos delitos. Hay miles de víctimas que también exigen justicia…
Yo sé cuál es el problema porque he estado en El Salvador y en Guatemala, en contacto directo con mareros. Entiendo el temor, pero también entiendo el problema de ellos, porque les he escuchado y los conozco. Y créame: los mareros pueden cambiar si se les da la oportunidad. Lo que pasa es que, como me decía una vez un marero en El Salvador, estos jóvenes no tienen posibilidad de funcionar ante el altísimo costo de la vida en una economía dolarizada y el feroz empuje hacia el consumismo que fomenta la publicidad. Entonces, un marero que quiere un BlackBerry va a robar para conseguirlo. Cada vez más esta sociedad de consumo empuja a la juventud, pero eso no se ve como violencia, ¿verdad? Pero si un joven roba para conseguir un celular o para invitar a su novia al cine, o cobran la renta para eso, entonces se hace un escándalo tremendo.
¿Con quiénes habla usted cuando visita El Salvador?
Hablo mucho con la gente, en los barrios, con los taxistas… Y la gente me dice que teme más la corrupción que a las maras. Me lo dicen en Guatemala, en El Salvador y en Honduras. A veces temen más a los policías que a los mismos mareros.
Permítame decirle que…
Yo sé que hay miedo hacia las maras y que hay un sentimiento de… de rechazo.
Mire, no sé con quiénes hablará, pero le garantizo que quienes más sufren a las maras son los residentes de las comunidades controladas por ellos.
Estoy de acuerdo, pero al mismo tiempo la gente nos dice que hay que trabajar con ellos, que hay que perder el miedo y empezar a trabajar con ellos. Hemos caído mucho en el juego de los gobiernos de estigmatizar a los jóvenes, independientemente de que muchos de ellos cometan delitos, y delitos atroces. Pero hay investigaciones realizadas por la UCA de El Salvador, gente seria, y ahí se refleja que la mayor cantidad de delitos no los cometen los mareros, y esos son informes con estadísticas y datos. De todas las atrocidades que se cometen habría que ver estadísticamente hasta qué punto son los mareros y hasta qué punto les atribuyen cuestiones que no han cometido.
La Policía salvadoreña atribuye a las maras más de la mitad de los asesinatos, y la Fuerza Armada eleva la cifra al 90%.
Yo no digo que sean santos o angelitos; yo digo que son jóvenes con problemas, y que la mayoría de ellos podría rehabilitarse si les perdiéramos el miedo y empezáramos a trabajar seriamente en eso.
En lo personal también creo que un joven de 15 años podría rehabilitarse, pero…
¡Y uno de 20! ¡Y uno de 25!
Pero usted ejemplificaba con alguien que roba un celular. ¿Qué hacer con un joven de 16 o 17 años que ha violado a mujeres y niñas y que ha asesinado?
Pues tiene que caer preso, y eso en toda la región. Nosotros no estamos a favor de la impunidad, sino a favor de una labor de prevención y de rehabilitación, también con los privados de libertad. Si usted los escuchara -y yo lo invito a que venga a un taller-, pásese dos días escuchándolos, y va a cambiar su manera de pensar, porque va a ver que quizá un joven violó, sí, pero escuchará lo que le hicieron a él también. Se dará cuenta de que estos jóvenes tienen unas historias de vida tan atroces que uno se pregunta: ¿cómo no han hecho peores cosas aún? O sea, uno más bien se sorprende de que todavía no sean peores de lo que son.
A ver, pero ¿cómo es una pandilla nicaragüense? Porque me cuesta como salvadoreño imaginar cosas peores que las que las maras me consta que cometen.
Todos los jóvenes de América Latina crecen bajo el siguiente mandato: si usted nace varón, se espera que demuestre su masculinidad, y eso es algo que se espera como sociedad. Si no lo hace, se expone a que lo consideramos un maricón, un hueco, un culero o un cochón… como se les llama en cada país. Si usted no es violento, no es hombre; si usted no tiene dinero, no es hombre. Aplique esos mandatos sociales en una sociedad donde el desempleo prevalece. Es de sentido común, amigo…
¿Sentido común? Pero las condiciones son parejas en la región, y el fenómeno cristaliza de diferente manera en Honduras que en Nicaragua…
Lo que le quiero decir es que no nos vamos a salvar mientras no cambiemos eso, y por eso como Ceprev trabajamos en esa línea, porque vemos que en Nicaragua aumenta año con año la violencia… Lo realmente importante no es que Nicaragua tenga menos violencia que sus vecinos del norte, sino que tenga más que los años anteriores.
Por eso creo interesante que nos esboce cómo son las pandillas nicaragüenses.
Pero yo le pregunto a usted, como periodista: ¿por qué le interesa lo secundario y no lo principal, que es lo que yo le estoy diciendo ahora? ¿Por qué busca el ángulo anecdótico a lo que es realmente esencial? A todos los periodistas les pasa lo mismo… siempre dejan de lado lo esencial.
Lo que usted cree que es lo esencial…
Bueno, mire, la pandilla en Nicaragua puede ser desde grupos grandes o grupos de cinco o seis chavalos que se reúnen para consumir droga, que luego trafican a pequeña escala… Todo esto a partir de su situación familiar, de exclusión social, de falta de referentes… Y luego llega alguien y les ofrece cosas mayores, cuestiones relacionadas ya con el crimen organizado.
Pero en Nicaragua las pandillas son locales, ¿no?
Por lo general, en un mismo barrio hay tres o cuatro pandillas que pelean entre sí.
¿Una misma pandilla puede operar en distintas ciudades?
No, eso aquí no se da, no tienden a extenderse.
No es lo mismo matar a alguien de un disparo que violar, torturar, matar y desmembrar. ¿Cómo son las expresiones de violencia en Nicaragua?
Aquí no ocurren asesinatos atroces con tanta frecuencia. En los 36 barrios en los que trabajamos hubo 52 muertos en todo 2010…
Me refiero más a la reacción de la sociedad cuando ocurre un asesinato atroz. ¿Hay repulsión social?
Sin duda que un asesinato en el que hay saña causa horror en Nicaragua, pero lo grave en todo este contexto de violencia es que los medios de comunicación lo legitiman, y mucho del rechazo social se apaga porque los medios nos exacerban y publicitan tantas atrocidades que la gente se anestesia y pierde la capacidad de reacción ante lo atroz.
¿Cuáles son los delitos más habituales en Nicaragua?
Yo diría, en general, que los relacionados con la violencia intrafamiliar, que abarca desde maltratos físicos y agresiones, hasta la violación, la tortura y el asesinato. En la familia ocurren las peores cosas, sin duda. La violencia es inherente al sistema autoritario que rige las relaciones familiares. La violencia y el miedo se ven como componentes necesarios del sistema patriarcal, y eso se extrapola de la familia a otros ámbitos. Al niño se le educa con miedo, la relación de pareja está basada en el miedo, las relaciones intrafamiliares son eminentemente violentas. Y dentro de la violencia intrafamiliar está también el abuso sexual, que podría considerarse el secreto mejor guardado. El abuso sexual es lo más impune de esta sociedad, y lo más legitimado.
¿Y qué me dice de los delitos que se cometen fuera del ámbito familiar?
Han aumentado mucho los robos con intimidación y los delitos relacionados con el tráfico de drogas.
Habiendo diferencias tan sustanciales, ¿cree realmente que la misma receta puede funcionar en Nicaragua que en los demás países?
Pues no es que crea que pueda funcionar; ya está funcionando. Muchas organizaciones centroamericanas trabajan con materiales didácticos que el Ceprev ha elaborado, materiales que hablan del autoritarismo, de la violencia intrafamiliar, de la violencia de género…
Bueno, y si llevan tantos años trabajando, casi 15 ya, ¿por qué la violencia aumenta en vez de disminuir?
¿Y cuánto más habría crecido si no existiéramos? O sea, nosotros somos un pie en el freno de un vehículo que va cuesta abajo. Nuestro trabajo sí rinde frutos, y le puedo asegurar que si este trabajo se sigue generalizando, cada vez tendremos menores niveles de violencia. Nosotros estamos incidiendo ya en los enfoques de política regionales. En la última reunión de la OEA (Organización de Estados Americanos) incorporamos el enfoque de masculinidad, también en la reunión del SICA (Sistema de Integración Centroamericana). Cada vez nos metemos más en las políticas de Estado.
El gravísimo problema de violencia en Centroamérica parece estar entrando al fin en la agenda mundial. ¿No es demasiado tarde?
Nunca es tarde. No es que yo esté alegre de que llamemos la atención mundial por nuestros índices de violencia, pero creo que sería una tremenda irresponsabilidad que la comunidad internacional se retire ahora, porque estamos en un momento crucial. Lo que sí creo es que los fondos deben ir para lo que verdaderamente sirve.
Visto como estamos hoy, ¿no cree que el dinero llegado en las últimas décadas para prevención se ha desperdiciado?
No es que se haya desperdiciado, algún efecto positivo habrá tenido, pero mucho menor que lo que se podría haber logrado si se hubieran destinado más recursos a aspectos sustanciales. Por eso es tan importante que los medios de comunicación se enfoquen y empiecen a tocar los temas que no se tocan. Este tema de la masculinidad es tabú. ¿Por qué es tabú si es un tema esencial? Y no estoy hablando como un problema de los hombres, porque las mujeres bien que contribuimos a fortalecer y a reproducir este esquema de pensamiento patriarcal.
Roberto Valencia
Tomado de El Faro