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Influencia de la geopolítica estadounidense en la Teología de la Liberación

teologiaJuan Pablo Somiedo
Religión Digital

*A Jimmy Carter se le señalaba como el responsable de minar la influencia de los Estados Unidos de América en el hemisferio, desestabilizando gobiernos amigos como el de Somoza en Nicaragua y facilitando la influencia cubana y soviética.

Parece una especie de ironía histórica que fuera el presidente Ronald Reagan (protestante) y no el católico John F. Kennedy, y el Papa Juan Pablo II, quienes el 10 de enero de 1984 acordaran que Estados Unidos tuviera representación en Roma a través de un embajador.

Ronald Reagan llegó a la presidencia resuelto a mejorar las relaciones de los EE.UU con Latinoamérica y a restaurar la predominancia norteamericana en el hemisferio occidental después de la administración de Jimmy Carter, al que se señalaba como el responsable de minar la influencia de los Estados Unidos de América en el hemisferio, desestabilizando gobiernos amigos como el de Somoza en Nicaragua y facilitando la influencia cubana y soviética.

Esto concentró la mayoría de sus preocupaciones en temas de política exterior durante el primer año de su mandato. Pero la administración Reagan se topó con problemas y escollos derivados, en gran parte, de sus propias políticas y para finales de 1982 las relaciones con Latinoamérica eran tan problemáticas como siempre.

Pero el recorrido de la Teología de la Liberación había comenzado mucho antes. A finales de la década de los 1960. El Concilio Vaticano II y Medellín habían sido claros en su apuesta por la opción comprometida de los pobres y su causa. Los sectores conservadores americanos pronto comprendieron lo que esto podía significar en Latinoamérica.

Por paradójico que parezca, la primera crítica a la Teología de la Liberación no procedió del Vaticano, sino del Informe Rockefeller en 1969, un año después de la gira del vicepresidente de Nixon por Latinoamérica. En él se afirmaba que la Iglesia ya no era un aliado seguro para los EEU.U y la garantía de la estabilidad social en el continente y que ésta se había convertido en un centro peligroso de revolución potencial. También se aconsejaba contrarrestar la influencia de la Iglesia católica con la de otro tipo de iglesias o sectas protestantes más afines con los intereses de los EE.UU en el continente.

Una década después, en mayo de 1980, se confeccionarían los documentos secretos de Santa Fe, los cuales se convertirían de facto en la base de la doctrina ético-religiosa de la administración Reagan para el continente latinoamericano.

Este documento llevaba el sugerente título: «Una nueva política interamericana para la década de 1980». Fue escrito por cinco autores, tres de los cuales (Roger Fontaine, el general Gordon Sumner y Lewis Tambs) entraron a formar parte de la Administración Reagan. En él se planteaba volver a la doctrina Monroe. Se advertía que la Tercera Guerra Mundial ya había comenzado, que Latinoamérica era los «ijares vulnerables» de los Estados Unidos y que la región entera corría el riesgo de caer ante los avances soviético-cubanos. El documento llegaba a aconsejar incluso una «guerra de liberación nacional» contra Fidel Castro.

Con relación al tema religioso aconsejaba «combatir por todos los medios a la Teología de la Liberación y controlar los medios de comunicación de masas para contrarrestar la mala imagen de los EE.UU en la región». De igual forma se afirmaba que los teólogos de la liberación usaban esta teología como arma política contra la propiedad privada y el capitalismo productivo.

Así las cosas, se crea en abril de 1981 el «Instituto de Democracia y Religión» para integrar a todas las iglesias evangélicas y financiar su predicación en el continente. De igual forma, se apoya económicamente a los arzobispos más conservadores como el caso de Miguel Obando y Bravo, arzobispo de Managua.

Poco tiempo después, el 7 de Junio de 1982, Reagan se reunía con Juan Pablo II en el Vaticano. Al mismo tiempo, el cardenal Agostino Casaroli y el arzobispo Achille Silvestrini hacían lo propio con el secretario de Estado Alexander Haig y el juez William Clark, consejero de Seguridad Nacional de Reagan. Juan Pablo II estaba convencido que para preservar la influencia de la Iglesia Católica en Latinoamérica, socavada por Washington, sólo cabía la opción de buscar un compromiso con la Casa Blanca.

Desde esta fecha, el Vaticano actuó de acuerdo con los Estados Unidos privilegiando el fortalecimiento de la Iglesia. Como sucediera en épocas históricas anteriores esto terminaría por revelar la divergencia entre la Iglesia entendida en su vertiente pastoral y evangélica y la Iglesia en su vertiente política. La falta de alineación de ambas vertientes y las tensiones generadas terminarían por hacer romper la cuerda por el sitio más débil.

Un año después, en 1983, a su llegada al aeropuerto de Managua, en una imagen que ha quedado para la historia, el Papa Juan Pablo II, recientemente canonizado como santo, escenificó la que iba a ser su línea rectora para Latinoamérica. Después de descender por las escaleras del avión recriminó públicamente la conducta del sacerdote Ernesto Cardenal, ministro del gobierno de Nicaragua.

Sus acciones no se quedaron ahí. En 1987 legitimó al dictador Augusto Pinochet y unos años más tarde hizo lo mismo en Cuba con Fidel Castro. El objetivo era siempre el mismo, esto es, crear una relación de fuerza políticamente favorable a los intereses de la Iglesia. Tuvo sus frutos. La iglesia chilena consiguió espacio para seguir trabajando a favor de los perseguidos mediante la Vicaría de la Solidaridad y en Cuba volvió a tener la posibilidad de abrir un seminario.

En la línea de Juan Pablo II, la Santa Sede actuó configurando una tenaza alrededor de los ideólogos y curas y de la Teología de la Liberación. El propio Juan Pablo II pidió a la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el entonces cardenal Ratzinger y futuro papa Benedicto XVI, un extenso estudio sobre este movimiento que se tradujo en dos textos: la Instrucción Libertatis Nuntius (Instrucciones sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación) en 1984 y la Libertatis Conscientia (Instrucción sobre Libertad Cristiana y Liberación) en 1986, que, aunque dirigidos en un primer momento a sistematizar este movimiento dentro de la Iglesia, expresan las serias reservas de la Santa Sede hacia la Teología de la Liberación.¬¬¬

Si bien no llegó a enterrarla definitivamente, Juan Pablo II sí logró frenar el avance y la expansión de la Teología de la Liberación, que él interpretó como alineada con el comunismo. Mientras tanto, los hombres de Iglesia que la defendían fueron marginados y olvidados a su suerte. En el período entre los años 1964 y 1985 más de cien religiosos y religiosas fueron asesinados. Y el derramamiento de sangre no había terminado, como tristemente demostraron los asesinatos de los jesuitas en la UCA de El Salvador. La firma del acuerdo entre el gobierno y el FMLN, llevada a cabo en 1992, supuso para El Salvador el inicio de ese proceso de paz con el que habían soñado tanto Monseñor Romero como los jesuitas de la UCA.

(Extracto de un artículo publicado por la revista de Geopolítica de la Universidad Complutense).

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