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Redentores de América Latina

Octavio Paz, escritor mexicano.

William Chislett: «La historia de América Latina de los últimos 150 años ha sido una lucha entre el ideal democrático y el mesianismo político».

La historia de América Latina de los últimos 150 años ha sido, entre otras cosas y simplificando, una lucha entre el ideal democrático y el mesianismo político, entre el liberalismo y la revolución. Hoy, la mayoría de los países tienen democracias de distintos grados, pero el mesianismo no ha desaparecido.

En su nuevo y original libro, Redeemers: Ideas and Power in Latin America (“Redentores: Ideas y Poder en América Latina), publicado por Harper Collins, el gran historiador mexicano, Enrique Krauze, explica, en una prosa nítida y luminosa, el desarrollo de las ideas políticas de varios revolucionarios, pensadores, poetas y novelistas influyentes de los siglos XIX y XX, propagados con una “seriedad teológica o casi rozándola”, contando sus vidas.

Los 12 figuras representativas son los cubanos José Marti y Fidel Castro, los argentinos Eva Perón y Che Guevara, los pensadores José Vasconcelos de México y José Carlos Mariátegui de Perú, los escritores José Enrique Rodó, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Octavio Paz y, por último, el obispo mexicano Samuel Ruiz, Subcomandante Marcos y Hugo Chávez, presidente de Venezuela.

Krauze, quien escribió un magnífico libro sobre México titulado “Biografía del Poder”, divide su nuevo libro en seis secciones con los siguientes títulos: profetas (Martí, Rodó, Vasconcelos y Mariátegui); un hombre en su siglo (Paz); iconos populares (Perón y Guevara); la política y la novela (García Márquez y Vargas Llosa); religión y rebelión (Ruiz y Marcos) y el caudillo posmoderno (Chávez).

El capítulo más largo y fascinante está dedicado a Paz (1914-98), alguien que Krauze conoció a la perfección por haber trabajado con él durante más de 20 años, principalmente en la revista Vuelta fundada por Paz en 1976. Lamento no haber conocido a Krauze durante mi estancia en México cuando residí como corresponsal del Financial Times (1978-84).

Según el ensayista americano Ralph Waldo Emerson (1803-82) “toda historia es biografía”, y esta tesis esta brillantemente ilustrada por Krauze en la vida de Paz cuyo libro más conocido sobre el alma de México, con el curioso título de “El Laberinto de la Soledad” (los mexicanos no están generalmente asociados con la soledad), resulta ser, hasta cierto punto, un reflejo de su propio laberinto de soledad.

El padre de Paz, simpatizante de la Revolución Mexicana (1910-20) y cercano a Emiliano Zapata (su padre, al abuelo de Paz, luchó en contra del dictador Porfirio Díaz) conoció poco a su hijo durante su niñez y murió arrollado por un tren (fue tan desmembrado que sus restos fueron llevados a su casa en un bolso). Luego, en una escuela, a Paz se le consideraba extranjero debido a sus ojos azules, por lo que se sintió marginado.

Paz participó en la Guerra Civil Española en el lado Republicano como un “agitador poético” (asistió al congreso de intelectuales en Valencia en 1937) y esta experiencia le marcó y dio comienzo a su desencanto con los dogmas de la izquierda, aunque su fe en el marxismo duró hasta finales de los 60 cuando empezó a adherirse a la democracia liberal, aunque nunca por completo. Pasó el resto de su vida “purgándose” de su “pecado” de haber creído en un dios falso (el comunismo). A raíz de un discurso en Frankfurt en 1984, cuando criticó la revolución sandinista en Nicaragua por haber instalado una dictadura inspirada en Cuba después de derrocar el régimen de General Somoza, manifestantes en México DF quemaron efigies de Ronald Reagan y de Paz al grito de “Reagan rapaz, tu amigo es Octavio Paz”.

Vargas Llosa tuvo una niñez infeliz y sigue siendo, en sus palabras, un infeliz. Cuando tenía 10 años apareció su padre, fallecido hasta entonces por el relato de su familia. Era un tipo autoritario y violento y maltrató a su hijo y a su esposa. Muchos años más tarde, en 1979, con su padre muerto, Vargas Llosa, algo reconciliado con él, huyó del sitio donde la familia había instalado el velatorio al verlo en el ataúd.

Krauze titula su ensayo sobre Vargas Llosa “el parricidio creativo”. “La Dictadura ha sido un tema central no solo en la historia de América Latina sino también en su literatura”, escribe. “La causa principal de tanta miseria en América Latina es el ’padre cruel’ de un país entero, el dictador prototipo, el déspota, que de formas diferentes ha reducido a menudo la historia de esos países en una mera biografía de poder.” Al escribir su novela “La fiesta del chivo” sobre Rafael Trujillo, el dictador de la República Dominicana, Vargas Llosa se enfrentó no solo con uno de los problemas de la región (algo mucho más del pasado que el presente), sino con su propia historia personal.

Krauze, con razón, admira a Vargas Llosa más que a Gabriel García Márquez, ambos laureados con el Premio Nobel de Literatura, por ser intelectualmente honesto consigo mismo. García Márquez “ha colaborado fervientemente con la opresión y la dictadura” y sigue siendo cercano a Castro, el único dictador de América Latina. Ambos escritores empezaron sus carreras como admiradores de la revolución cubana, pero Vargas Llosa dejó de serlo hace muchos años e incluso se presentó a las elecciones presidenciales de Perú en 1990 por un partido de centro derecha. Odia todo tipo de autoritarismo. El “juicio moral” de García Márquez, cuando se escriban los libros de Historia, no será tan generoso como el juicio estético.

Mientras tanto, los redentores (hoy Chávez más que nadie) no van a desaparecer por completo hasta que América Latina sea menos pobre y menos desigual.

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