Migrante nica alcanza el “sueño tico”
«No me lo esperaba, no lo vi venir». Así reaccionó Carlos Alberto Martínez, asombrado, al ver que el astronauta Franklin Chang le dedicaba un artículo de opinión en La Nación, donde exaltó su esfuerzo y dedicación para graduarse en Informática Empresarial en la Universidad de Costa Rica (UCR).
Martínez, oriundo de Naidame en Granada, un municipio ubicado a 25 kilómetros de Managua, Nicaragua, llegó a nuestro país en 1995, acompañado solamente por su padre y dejando a siete hermanos y su madre del otro lado de la frontera. Era un chiquillo de apenas siete años, un inmigrante sin documentos, que entró a la escuela América de Upala.
«Yo no tenía documentos, era inmigrante. Recibí el apoyo de los maestros que estaban en ese momento y por dicha las personas que estaban ahí me acogieron muy bien», recordó entre risas.
Carlos es el tercero de ocho hermanos y terminó la secundaria en el Liceo de Brasilia de Upala a finales del 2005. En ese momento tenía que buscar un rumbo para su vida. Eso lo llevó a realizar los exámenes de admisión de la UCR, Universidad Nacional (UNA)y el Instituto Tecnológico de Costa Rica (ITCR).
«A mí me gustaba mucho la informática empresarial asistida por computadora de la UNA en Heredia, pero en ese año migración no estaba renovando las cédulas de residencia y me dijeron que no podía iniciar los trámites de ingreso», recordó con pesar.
Al no poder empezar a estudiar y necesitado de dinero, siguió en Upala trabajando en cosechas de piña, naranja, frijoles y maíz. Posteriormente, envió su currículum a varios establecimientos de Liberia, desde estaciones de servicio hasta tiendas. Recibió el llamado de la estación de servicio en abril de 2006 y comenzó su trabajo como pistero.
«Es un trabajo digno, lo que hacía era básicamente dispensar combustible y atención al cliente. Era interesante, pero estresante pues hay todo tipo de clientes desde los muy amables hasta los enojados. Aprendí mucho ahí», explicó Martínez.
Con un salario de ¢125.000 en el 2006, Carlos «sentía que estaba ganando plata», tenía horarios que en ocasiones eran desde las 9 p. m. hasta las 5 a. m.
Pero el 20 octubre de ese año, su vida daría un vuelco, pues cuando se enteró que Ad Astra Rocket estaba buscando personal, no dudó en buscar una oportunidad. Sin embargo, la posibilidad de trabajar con el astronauta Franklin Chang ni siquiera le pasó por la mente.
«Don Ronald (Chang) pasó por aquí y dijo que estaban buscando un asistente de técnico, alguien que le ayudará a los ingenieros. A mí no me dieron la información, pero yo pregunté y llamé, fui a la entrevista y dos días después estaba trabajando en Ad Astra Rocket», dijo Carlos.
El puesto de asistente técnico consistía en barrer los pisos y mantener el orden en la parte técnica, además de brindarles apoyo a los ingenieros del laboratorio.
Martínez no se quedó solo con su nuevo puesto y mejor salario, sino que logró empezar sus estudios en Informática Empresarial en la Universidad de Costa Rica. Ese sueño, que se había truncado en el 2006, revivió en el 2007 en la sede de Liberia. Ocho años después, el sueño se cumplió en realidad y Carlos Morales recibió su título este miércoles 14 de octubre.
Durante todos estos años, este joven nicaragüense aprovechó el tiempo y sacó cursos en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) en mecánica, lo que le permitió pasar a ser el encargado del taller de mecánica de precisión en Ad Astra Rocket. Para el 2013, con sus estudios universitarios avanzados, llegó al Departamento de Tecnología de Información (TI).
Carlos desconocía las intenciones de Chang de publicar sobre su trayectoria en la empresa. El jueves, no había podido verlo para agradecerle por el gesto.
«Me tomó por sorpresa, pues yo no cuento muchas cosas, solo sabían (de la graduación) personas de mi trabajo y allegados muy cercanos. No sabía que él iba a hacer eso, muchas cosas fueron una sorpresa para mí. No lo vi venir y sé lo que está diciendo y que alguien como él diga esas cosas es fuerte», contó con una risa nerviosa.
Según dice, Chang es una persona muy humilde y trata a todos los trabajadores del laboratorio por igual.
«Él es muy respetuoso, en la mayoría de los proyectos se involucra y conversa con uno. Ahora que estoy encargado de la parte de TI te escribe al chat. Cuando nos escribe un correo nos ponemos todos orgullosos», relató.
«Que haya escrito ese artículo en La Nación es muy importante para mí y no se me va a olvidar. El hecho de que él piense así, te motiva a querer hacer las cosas bien», concluyó.
Carlos Martínez, ahora con 27 años, espera seguir sus estudios el próximo año, ya sea una licenciatura o una maestría, son cosas que aún no ha definido. Mientras tanto, ha tratado incorporarle el hábito de estudiar a sus hermanos menores, que emigraron años después a Costa Rica.
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La publicación del astronauta tico Franklin Chang, es la siguiente:
Hoy se gradúa Carlitos
Franklin Chang
Poco después de la inauguración de nuestro laboratorio en Liberia, en julio del 2006, discutí con mi hermano Rónald la importancia de iniciar el reclutamiento de jóvenes en la comunidad de Liberia, para darle vida a lo que me llevó a poner a Ad Astra en el corazón de Guanacaste: desarrollar un polo tecnológico de primer orden en esa bella provincia y moverla mucho más allá del turismo.
Había materia gris en abundancia, pero debíamos entrenarla, y esa era parte de nuestra misión.
Pusimos manos a la obra, nos acercamos en varias ocasiones a jóvenes trabajadores en comercios y, de manera informal, sin que se percataran, los entrevistábamos en busca no solo del talento, sino de valores, actitud, personalidad y deseos de superación.
Les daríamos trabajo en nuestro laboratorio y los entrenaríamos en el mundo de los negocios, la investigación y la ciencia. Fuera del deslumbre de un trabajo en una empresa aeroespacial, la oferta no era ninguna panacea financiera.
El sueldo inicial no sería mayor del que ya tenían, y requería esfuerzo y estudio; sin embargo, el que tomara el reto con valentía encontraría un horizonte sin límites.
A mediados de setiembre del 2006, en la gasolinera Emesa, en el cruce de Liberia, Rónald habló con unos cuantos. Uno le preguntó que cuánto pagaban; otro quería saber cuántos días de vacaciones tendría; otro, si era muy largo llegar a Ad Astra y si el trabajo era muy duro.
Pero uno de ellos, un joven delgado de escasos 18 años, con ojos pícaros y una amable sonrisa, solo quiso saber a qué hora tenía que estar, y prometió llegar a una entrevista al día siguiente.
Su nombre era Carlos Alberto Martínez Castillo, oriundo de Nicaragua e hijo de una familia de agricultores humilde y trabajadora.
Había emigrado con su familia a Costa Rica a los cinco años y completó sus estudios en el Liceo de Brasilia, cerca de Santa Cecilia de Upala, y ahora laboraba como pistero en la gasolinera de Liberia.
Su salario apenas le alcanzaba para alquilar un cuarto en la ciudad, pero lo que le faltaba en dinero le sobraba en carácter.
Único entre los cuatro muchachos que Rónald sondeó, Carlitos llegó a Ad Astra bien plantado al día siguiente, 10 minutos antes de su cita.
La entrevista fue corta; había sacado buenas notas y tenía buenas bases en matemáticas, pero, más que todo, su actitud positiva y ética de trabajo eran evidentes. Concluyó su cita ese día en Ad Astra con un contrato de trabajo como asistente técnico en el taller de la empresa.
Nueve años después, Carlitos se gradúa hoy de la Universidad de Costa Rica con su bachillerato en Informática Empresarial y un futuro brillante.
Su multifacética carrera en Ad Astra, la cual continúa, lo entrenó como técnico en metalmecánica, aprendió el inglés y, en el 2009, sus destrezas en diseño y manufactura lo llevaron a incorporarse a nuestro equipo en Houston, en la fabricación de un magneto interino para el motor de plasma.
Últimamente tomó las riendas de la división de informática en nuestra operación en Liberia. Carlitos es un ejemplo del tipo de jóvenes que siempre buscamos. Supo aprovechar la oportunidad de estudiar que la empresa le facilitó. Su logro es tanto testimonio de la fortaleza de sus valores y esfuerzo personal como de la validez de la misión que emprendimos hace ya casi una década.
En estos nueve años, hemos conocido a muchas y muchos “Carlitos”. Nuestros programas de pasantías nos han traído jóvenes de todos los rincones del país (y también del extranjero), desde las comunidades indígenas hasta las grandes ciudades, desde las familias más humildes a las más privilegiadas.
En el universo empresarial, invertir en la juventud es buen negocio. Hoy felicitamos a Carlos Martínez por su logro personal, y esperamos que por ese sendero vengan de camino otros valientes diciendo también ¡sí se puede!
Fuente: La Nación.