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¿Se acuerda de Rubén Darío?

Rubén Darío con amigos, poco antes de su muerte.

Rubén Darío con amigos, poco antes de su muerte.

Carmen Delia Aranda | Las Palmas de Gran Canaria

Su voz poética -poblada de cisnes, musas, faunos, centauros y mariposas- voló hacia el azul zinc hace ya un siglo. En concreto, el 6 de febrero se cumple el centenario de la muerte de Rubén Darío (Metapa-1867 – León, 1916, Nicaragua), un escritor cuya huella revisitaron sus sucesores para enfilar hacia la modernidad.

¿Hasta qué punto su obra marcó un hito? ¿Su herencia debe reivindicarse? ¿Ha perdido su vigencia?

Estas son algunas de las cuestiones que cabe formularse estos días, en los que su nombre volverá a resonar en los ámbitos académicos y literarios a colación de la efeméride.

El periodista y diplomático tuvo una vida muy complicada, pero ni su alcoholismo ni sus tormentosas relaciones sentimentales, ni la fatalidad que le persiguió a lo largo de su periplo errante le impidieron dejar un vasto legado y divulgar las letras latinoamericanas en Europa, sobre todo en España y en París.

El mundo fantasioso y cargado de oropeles, que exhibió en sus versos dulces, engolados y casi cursis, abrió nuevas vías a la poesía; el uso lúdico de la palabra como elemento simbólico. «Rubén Darío fue una especie de catalizador de la poesía moderna francesa, mezcló el parnasianismo y el simbolismo», indica el investigador, poeta y doctor en Literatura Hispánica, Oswaldo Guerra, que subraya su papel como innovador de las letras hispanas y lo define como un «maestro y estilista del lenguaje».

«Desde mi punto de vista, sin la obra de Darío y el modernismo, la poesía no habría sido lo que es. Hay un antes y un después de Rubén Darío. Consiguió darle un tono más brillante, más estético, su objetivo era darle una vuelta a todo para que esa poesía de tono prosaico sonara de verdad a poesía a través de los símbolos», explica Guerra en una conversación telefónica.

En el mismo sentido se pronuncia la doctora y profesora de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Ángeles Mateo del Pino, que considera que Darío revolucionó «la poesía latinoamericana y universal» a través de la innovadora y original estética modernista. En esta línea, recuerda que Octavio Paz, en su papel de crítico literario, subrayó que con el poeta nicaragüense, por primera vez, se le dio carta de naturaleza a la literatura latinoamericana.

«El lugar de Darío es central, inclusive si se cree, como yo creo, que es el menos actual de los grandes modernistas. No es una influencia viva sino un término de referencia: un punto de partida o de llegada, un límite que hay que alcanzar o traspasar. Ser o no ser como él: de ambas maneras Darío está presente en el espíritu de los poetas contemporáneos. Es el fundador», decía Octavio Paz en el ensayo El caracol y la sirena, recogido en el prólogo de la Antología de Rubén Darío (Colección Austral, 1994).

Rubén Darío fue el adalid del modernismo, un estilo que revolucionó la poesía y que, a diferencia de otros avances estilísticos en este campo, tuvo su origen en América Latina para extenderse, en primer lugar, por España. Así lo cree Ángeles Mateo del Pino, encargada, junto a Alicia Llarena, de transmitir el legado del poeta nicaragüense a los alumnos de Filología Española de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

«La literatura latinoamericana solo era una rama en el tronco común de la literatura española. Con el modernismo, se convirtió en otro tronco», dice la experta que asegura que, aunque Darío fue su cabeza visible, otros autores prefiguraron el estilo mucho antes de la publicación de su libro germinal Azul… (1988). Es el caso de José Martí, Julián del Casal o José Asunción Silva.

No obstante, Mateo entiende que el verdadero modernismo ya quedó definido en su obra Prosas profanas, de 1886, que bebía directamente de la estética romanticista. «El propio Darío dijo en una epístola: ¿Y quién no es romántico?», apunta la experta.

A esa estela romántica, Darío le insufla barroquismo en las formas, además de elementos de la tradición española y del Siglo de Oro, abunda la profesora. «Góngora ya jugaba con la proliferación del exceso y el ornato. Pero Darío adereza esto con la cultura popular para crear un movimiento rico y prolongado en el tiempo», abunda. De hecho, Mateo sostiene que el modernismo se extendió temporalmente de distinta forma en cada país. Así, en Paraguay su mayor exponente fue la canaria Josefina Pla (Isla de Lobos, 1903, Paraguay, 199), sobre todo en su obra El precio de los sueños (1934).

En España el movimiento contó con grandes exponentes como Ramón del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, Manuel Machado y Francisco Villaespesa, entre otros. Sin embargo, en aquella época, la corriente más arrolladora en el país fue la de la Generación del 98: «pensadores e intelectuales preocupados y ocupados en España, que pertenecen a la misma época y contexto, pero que tienen formas de posicionarse ante la poesía con registros discursivos y formales muy distintos», indica Mateo.

En Canarias, siempre permeable a las corrientes transoceánicas, cultivaron la estética modernista autores como Saulo Torón, Alonso Quesada y, principalmente, Tomás Morales.

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