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“Animálculos” en el esperma

Antonie Van Leeuwenhoek.

Antonie Van Leeuwenhoek.

Javier Jiménez |xataka.com

¿Y si te dijera que hay pequeños animales en nuestro esperma? Más que pequeños, diría: diminutos. Animales microscópicos que se mueven dentro de ese líquido blanquecino; que tienen las cabezas ovaladas y las colas más largas que haya visto nunca; y que, y en esto me puedo equivocar, creo que tienen algo que ver con la fecundación.

Parece una obviedad, ¿verdad? Pero no siempre lo fue. El mundo a escala humana está lleno de certezas que desaparecen con sólo mirar un poco más de cerca. ¿Imagináis la sorpresa de la primera persona que vio un espermatozoide, la primera que descubrió que nuestra boca era un nido de bacterias o la primera que descubrió que el agua limpia estaba llena de criaturas vivas? Por suerte, no hay que imaginarlo, Antonie Van Leeuwenhoek nos dejó escritas muchas cartas.

En realidad, y pese a que es una confusión habitual, Antonie Van Leeuwenhoek no fue el primero que observó un espermatozoide, fue la primera persona que los reconoció. Algo casi más importante que el simple descubrimiento.

En 1677, un estudiante de medicina llamado Johan Ham le comentó que había visto unos pequeños ‘animálculos’ en el semen. Ham pensaba que esos pequeños animales eran fruto de la putrefacción del líquido seminal. Leeuwenhoek, al contrario, supuso que se trataba de un componente habitual del semen y realizó la primera descripción detallada de los espermatozoides.

No sólo eso. En aquella época, los expertos creían que la fecundación ocurría gracias a ciertos vapores que emanaban del esperma. Él fue la primera persona que propuso que los espermatozoides entraban dentro de los óvulos. Aunque, lamentablemente, nunca pudo observar el proceso.

El nacimiento de la microbiología

Leeuwenhoek, que es conocido como el padre de la microbiología, observó muchas cosas a lo largo de su vida. Descubrió, por ejemplo, los protozoos, las bacterias y las levaduras que vivían en el agua. Y comprobó, no sé si con algo de preocupación, que esos bichos estaban allí independientemente de si observaba agua potable, agua de lluvia o agua de un canal.

Sus observaciones, descritas y dibujadas en numerosas cartas dirigidas (casi siempre) a la Royal Society de Londres, nos dieron las primeras imágenes sobre las vacuolas de las células, la estructura de los metales o los patrones invisibles de los músculos y otras fibras del cuerpo. De hecho, aunque ya entramos en el terreno de la especulación, muchos están convencidos de que fue el primer europeo que se preparó un café.

Más allá de lo que ven los ojos

Y eso que Leeuwenhoek fue un científico autodidacta que fabricaba sus propias lentes. Con alguna del medio millar que llegó a realizar a lo largo de su vida logró hasta doscientos aumentos. Conocemos tan bien sus diseños que, con un poco de maña, podemos construir uno de sus ‘microscopios’ en nuestra propia casa.

Durante el siglo XVII, Holanda era un país fascinado por la luz. Ya fuera en la ciencia (como pionera en el estudio de la óptica) o en el arte (con Rembrandt o el mismo Vermeer, que se inspiró en Leeuwenhoek para alguna de sus obras), Países Bajos se convirtieron en el «Silicon Valley» de una Europa que amaba la luz. El pobre Spinoza pulía lentes para vivir.

Entre gigantes como Kepler, Descartes, Hobbes, Newton, Galileo o el pobre Spinoza no es raro que artesanos como Janssen, Lippershey, Hooke o Leeuwenhoek hayan quedado algo olvidados. Por eso nunca está de más que ajustemos nuestros zooms para mirar a los verdaderos protagonistas de la exploración de lo infinitamente grande y de lo muy muy pequeño. Aunque sea por un doodle de Google.

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