Misterio letal en muerte de cañeros
La Isla, Nicaragua.- Maudiel Martínez tiene 19 años y una tímida sonrisa, un enmarañado cabello negro y un cuerpo magro y musculoso forjado por años de trabajo en los cañaverales. Durante la mayor parte de su adolescencia, estaba saludable y fuerte y cortaba caña con su machete.
Ahora, Martínez padece una enfermedad mortal que está devastando a su comunidad (junto a veintenas de otras localidades en Centroamérica) y diezmando las filas de los trabajadores de la zafra. Dicho padecimiento mató a su padre y a su abuelo, y afecta a sus tres hermanos mayores.
“Esta enfermedad nos come los riñones por dentro. No queremos morir y sentimos aflicción porque ya sabemos que no tenemos esperanza”, comentó la mujer.
Un misterio letal
La enfermedad de Martínez es el punto neurálgico de un misterio letal, así como de un legado de descuidos por parte de la industria y de los Gobiernos, incluyendo a los Estados Unidos, que han puesto resistencia a peticiones de acción agresiva para darle prominencia al mal y encontrar un remedio.
Las naciones más ricas están más enfocadas en espolear la producción de biocombustibles en la industria cañera de la región y en mantener el alto flujo de azúcar hacia los consumidores estadounidenses, que en la difícil situación de quienes la cosechan.
Poco percibida en el resto del planeta, la insuficiencia renal crónica (IRC) está dando tajos a una de las poblaciones más pobres del mundo, a lo largo de una franja de la costa del Pacífico centroamericano que abarca seis países y casi 1.120 kilómetros (700 millas). Sus víctimas son trabajadores manuales, la mayoría de los cuales labora en la caña de azúcar.
2,800 muertos en cuatro años
Desde el 2005 hasta el 2009, la falla renal mató a más de 2.800 hombres en Centroamérica, de acuerdo con los datos más recientes de la Organización Mundial de la Salud, obtenidos por el Consorcio Internacional de Periodistas Investigativos (ICIJ, por sus siglas en inglés).
Solo en El Salvador y Nicaragua el número de hombres que ha muerto por enfermedad renal se ha multiplicado por cinco durante las dos últimas décadas. Ahora, más hombres fallecen por ese mal que por el VIH-sida, la diabetes y la leucemia combinadas.
“En el siglo XXI, nadie debería morir de enfermedad renal”, aseveró Ramón Trabanino, médico de El Salvador que ha estudiado la epidemia durante una década.
El fenómeno está abrumando los hospitales, agotando los presupuestos de salud y dejando una estela de viudas y huérfanos en comunidades rurales.
En Guanacaste hospitales se desbordan
En El Salvador, la IRC es la segunda causa principal de muerte para hombres. En Guanacaste, Costa Rica, el hospital de Liberia tuvo que poner en marcha un programa de diálisis en el hogar debido a que estaba tan abrumado con tantas víctimas de IRC que se empezó a quedar sin camas para tratar a pacientes con otras dolencias.
La muerte de hombres ha golpeado con fuerza algunas partes de la Nicaragua rural. De hecho, a la comunidad de Maudiel Martínez, llamada La Isla, ahora se le conoce como La Isla de las Viudas.
Un enigma, porque no hay diabetes ni hipertensión
En Estados Unidos, las causas principales de insuficiencia renal crónica son la diabetes y la hipertensión, pero la enfermedad –que causa una declinación progresiva en la función renal–por lo general es una condición manejable que se puede controlar con tratamiento. Los médicos comprenden sus causas y curas.
Pero en Centroamérica, los orígenes de la enfermedad son algo más que un enigma y el mal es letal con mayor frecuencia. Los trabajadores afectados en las plantaciones de caña de azúcar cerca del Pacífico, por lo general, no tienen ni diabetes ni hipertensión.
Algunos científicos sospechan que la exposición a una toxina desconocida, potencialmente en el trabajo, puede desencadenar la enfermedad. Los investigadores concuerdan en que la deshidratación y la tensión son probables factores coadyuvantes y hasta podrían estar causando la enfermedad.
A los trabajadores de la zafra, normalmente no se les paga por hora o por día, sino de acuerdo con la cantidad que cosechan. Debido a esto, a menudo laboran hasta el punto de severa deshidratación o colapso, dañando potencialmente sus riñones en cada turno.
Sasha Chavkin y Ronnie Greene
La Nación, Costa Rica