Curar enfermedades no es buen negocio
La industria farmacéutica no parece ver con buenos ojos los avances de la biomedicina. Sanar no es rentable. Lo ha dicho el banco Goldman Sachs a su cartera de inversores. Enviaron una nota en que advertían de los riesgos de la medicina moderna para la industria farmacéutica al resultar cada vez más efectiva.
La CNBC (Consumer News and Business Channel), prestigioso canal estadounidense especializado en economía, finanzas e inversiones, con delegaciones en todo el mundo, amaneció el 11 de abril de 2018 con una de esas noticias que ponen los pelos de punta. Tae Kim, el periodista que firmaba la nota, hablaba de un informe que Goldman Sachs había enviado a sus inversores el día anterior, cuyo contenido se había filtrado a la prensa.
La circular se titulaba: La revolución del genoma. En ella, los analistas de Goldman Sachs tocaban un tema cuanto menos polémico, al sugerir que los nuevos avances en biomedicina son demasiado efectivos, curan de forma definitiva y, por lo tanto, no son buenos para el negocio de la industria farmacéutica.
CUESTIÓN DE VALORES
«La posibilidad de ofrecer ‘remedios definitivos’ es uno de los aspectos más atractivos de la terapia génica, la terapia celular genéticamente modificada y la edición de genes […] Sin embargo, estos tratamientos proporcionan una perspectiva muy diferente con respecto a los ingresos recurrentes en comparación con los que hasta ahora venían ofreciendo los tratamientos terapéuticos crónicos».
Eran las palabras de la analista de Goldman Sachs, Salveen Jaswal Richter, especialista en el sector de biotecnología, en la nota enviada a sus clientes. A continuación, Richter ponía sobre la mesa uno de los grandes dilemas de la industria farmacéutica, al sugerir que los beneficios que obtienen los pacientes al serles administrados los fármacos que desarrolla esa industria, no tienen por qué materializarse en valores de mercado.
«Si bien la propuesta tiene un enorme valor para los pacientes y la sociedad, podría representar un desafío para los desarrolladores de medicina genómica que busquen un flujo de ingresos sostenido», argumentaba Richter con cierta retórica. Obviamente, a nadie se le escapó que la analista estaba aludiendo a uno de los grandes problemas que afronta la industria farmacéutica: curar enfermedades que hasta la fecha eran crónicas o incurables es un objetivo muy noble, pero el hecho de erradicar dichas patologías sería desastroso en términos estrictamente financieros. Para ilustrar su advertencia con un ejemplo, Richter citó el caso del laboratorio Gilead Sciences (GILD), cuyo innovador tratamiento contra la hepatitis C ha logrado tasas de éxito de hasta el 90%.
Las ventas de la compañía por ese medicamento alcanzaron en 2015 los 12,5 billones de dólares, en tanto que las previsiones para 2018 anuncian una caída que las situaría en menos de 4 billones de dólares, un descenso en los beneficios del 68%.
«GILD es un buen ejemplo, pues el éxito de su patente para el tratamiento de la hepatitis C ha agotado gradualmente el grupo disponible de pacientes tratables. En el caso de las enfermedades infecciosas, curar a los pacientes existentes disminuye el número de pacientes portadores capaces de transmitir el virus a pacientes nuevos, por lo que el grupo de clientes potenciales también disminuye […] Cuando la incidencia es estable (por ejemplo, en el cáncer), el potencial de curación supone un menor riesgo para la sostenibilidad del negocio», continuaba explicando la analista.
MERCADOS MASIVOS
El informe también da algunos consejos financieros a las compañías de biotecnología. En primer lugar, centrarse en los mercados masivos, es decir, en enfermedades con gran incidencia como la hemofilia, que según estimaciones de Goldman Sachs tiene un mercado en torno a los 10 billones de dólares, creciendo a un ritmo del 7% anual.
En segundo lugar, fijarse en desórdenes con alta incidencia, tales como la atrofia muscular espinal, que afecta a las células (neuronas) de la espina dorsal, impactando en la capacidad para caminar, comer o respirar. Y en tercer lugar, innovar constantemente y ampliar el portafolio de tratamientos: «El ritmo de innovación también jugará un papel importante, ya que los futuros programas pueden compensar la trayectoria decreciente de ingresos de los activos anteriores».
Es decir, centrarse en aquellos tratamientos que supongan un verdadero negocio, y olvidarse de las patologías raras o minoritarias, o de aquellas cuya cura pueda llevar a su erradicación y, por lo tanto, a una desaparición de ese mercado de clientes. Si el virólogo Jonas Salk, descubridor de la vacuna contra la polio –quien renunció a patentarla, gracias a lo cual estamos a punto de erradicar la enfermedad de la faz de la tierra–, levantara la cabeza, volvería a morirse para no ver a dónde está llegando la humanidad.
AL SERVICIO DEL CAPITAL
El tirón de orejas de Goldman Sachs a la industria farmacéutica y, en particular, su advertencia en relación con el éxito de la biomedicina, llamó la atención debido al tono frío, calculador, empleado en la circular filtrada.
No obstante, en un mundo en el que las grandes corporaciones tienen un producto interior bruto que supera ampliamente al de cualquier país del planeta, y donde el libre mercado obliga a una competencia feroz y a patentar hasta lo impatentable, éticamente hablando, muy pocos se sorprenden ante informes como este.
La industria privada no es una ONG, es un negocio que invierte cantidades astronómicas en investigación médica porque se trata de un mercado extremadamente beneficioso, mientras que la iniciativa pública está cada día más arrinconada, lastrada por los recortes en investigación y salud que imponen la mayoría de Gobiernos a través de presupuestos pensados para no contrariar los intereses de grandes multinacionales y corporaciones, siempre ávidas de beneficios en términos económicos. Pero en el campo de la industria médica lo que está en juego es nuestra salud, y ha quedado sobradamente demostrado que cuando lo que importan son los beneficios, la salud general queda en un segundo plano.
¿Deberían regirse las empresas farmacéuticas por criterios distintos que el resto de industrias? Sería aconsejable, pero la realidad nos dice que no es así y que en el futuro seguirán rigiéndose por parámetros estrictamente capitalistas.
Podemos soñar con una era Open Source, pero el informe Goldman Sachs revela que la legalidad vigente ampara prácticas que están lejos de cumplir las exigencias morales en un campo tan delicado como el de la salud pública.
LA ENFERMEDAD COMO NEGOCIO
Según informa El Economista, publicación líder en noticias de economía, las industrias que más dinero mueven en el mundo son las drogas, la prostitución, el armamento, el petróleo, la pornografía, la banca y las farmacéuticas. Con respecto a esta última, dice: «Se calcula que, a nivel mundial, el sector farmacéutico puede tener un valor superior a los 700.000 millones de dólares. Sin embargo, no es nada fácil mantener este estatus. Las grandes farmacéuticas están constantemente creando nuevos medicamentos para combatir el daño que les hacen los vencimientos de patentes».
De manera que si a la presión de luchar por ser los primeros en hacerse con la patente y sacar el máximo beneficio posible antes de que la misma expire, añadimos la amenaza de una potencial disminución de los beneficios al estar innovando en terapias biomédicas que funcionan por encima de las previsiones y, como consecuencia, reducirán de forma significativa el número de enfermos/clientes, se abre un panorama tan incierto como polémico.
La doctora Marcia Angell entró a formar parte del consejo editorial de la prestigiosa revista médica New England Journal of Medicine en 1979, convirtiéndose en redactora jefe de la misma dos décadas después.
Actualmente trabaja en la facultad de Salud Global y Medicina Social de la Universidad de Harvard, donde sus principales temas de interés son: bioética, política sanitaria e interacciones de las leyes con la medicina. Marcia Angell es una de las voces más autorizadas y mundialmente reconocidas en la crítica de la industria farmacéutica, hasta el punto de que en el año 1997 la revista Time la incluyó en su lista de los americanos más influyentes.
Su libro La verdad sobre la industria farmacéutica. Cómo nos engaña y qué hacer al respecto, pone al descubierto los entresijos de un negocio que, entre otras cosas y según la doctora Angell, dirige el sentido de la opinión pública gracias a costosísimas campañas de publicidad y ejerce una enorme presión sobre los organismos estatales que han de regularla (en el caso de EE UU, la Food and Drug Administration).