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Repensar la vivienda tras la pandemia

af*El confinamiento ha demostrado que la vivienda es un ser vivo, rico, maleable: de su buena salud depende en gran medida la de la sociedad que construimos.

María Teresa Cuerdo Vilches*

Con la crisis sanitaria de la COVID-19, la vivienda se ha convertido en refugio seguro y único espacio de convivencia, trabajo, ocio y desarrollo de actividades ordinarias y extraordinarias para todos los miembros del hogar. Pero la experiencia no está resultando igual de agradable para todos.

Esta pandemia ha reabierto viejos debates, como las características mínimas de las viviendas. También ha generado otros, como la explotación de zonas comunes, el aprovechamiento de espacios infrautilizados, la adecuación a nuevas exigencias de aislamiento social e higiene o el derecho universal a internet.

Habitabilidad básica

Existen viviendas que no cumplen unos requisitos mínimos para el normal desempeño de la vida diaria: higiene, seguridad, salubridad, accesibilidad, suministros seguros y estables y confort. Estas viviendas pueden, además, estar siendo ocupadas de forma irregular o inestable.

Según la OMS, la habitabilidad de las viviendas condiciona la inequidad sanitaria. La carencia de unas condiciones de habitabilidad básica conlleva la aparición y agravamiento de problemas de salud, especialmente en colectivos vulnerables. Estos grupos son más proclives a vivir menos y con peor calidad de vida. El lugar que habitan es uno de los aspectos clave. Urge, pues, regular y garantizar viviendas dignas para todos.

La adaptación de la vivienda ha cobrado interés en los últimos meses. El aislamiento de alguien positivo o sospechoso por COVID-19, la alternancia de tareas en los espacios disponibles o la puesta en valor de espacios infrautilizados evidencian la necesidad de viviendas flexibles ante situaciones fortuitas y cambiantes. La entrada, zona de tránsito, cobra sentido para el ritual de desinfección, higiene y cambio de ropa. Pero sin duda los espacios estrella han sido aquellos de contacto con el exterior, altamente demandados. Además, se han convertido en canal de contacto y reivindicación sociales, con un increíble uso de la imaginación.

Otro indicador de resiliencia ha sido el acceso a internet de los hogares. Las clases, el teletrabajo y el control sanitario online han medido la capacidad de las familias para adaptarse al cambio, generando estrés y ansiedad en muchos casos, afectando también a la salud.

Confort y calidad ambiental interior

Muchas viviendas carecen de aislamiento térmico y al ruido exterior, pues son previas a la existencia de normas técnicas específicas.

Además, cuando pasamos mucho tiempo en casa, las personas somos potenciales fuentes emisoras de ruido constante. Garantizar el aislamiento acústico asegura el pleno disfrute de la vivienda, especialmente en confinamiento.

La falta de aislamiento térmico en paramentos y huecos provoca déficit de confort. Contrarrestarlo requiere un alto consumo energético. Si los equipos disponibles son ineficientes, el consumo es aún mayor. Además, en los hogares donde los recursos económicos son escasos, existe el dilema de pagar facturas energéticas o cubrir las necesidades más básicas. Esto genera o agrava situaciones de pobreza energética.

Otra cuestión importante es la calidad del aire interior de los edificios. Diversos estudios advierten de su impacto en la salud y la OMS ha declarado la mala calidad del aire en los ambientes interiores como décimo factor de riesgo evitable.

Los efectos perjudiciales se deben a las altas concentraciones de gases, partículas y compuestos nocivos (CO₂, compuestos orgánicos volátiles, partículas en suspensión, radón, formaldehídos y otros). Si no ventilamos convenientemente, bien abriendo ventanas o mediante sistemas híbridos o mecánicos, estas sustancias nos afectarán aún más por sobreexposición.

Relación con el entorno

Las epidemias están ligadas a la evolución de las ciudades: a lo largo de los siglos se han ido implementando criterios de diseño urbano para mejorar su salubridad, higiene y seguridad.

Si bien la aplicación de estos principios pueden suponer un auténtico reto en los centros de las grandes metrópolis europeas (algunas con una configuración histórica muy determinada), conviene considerarlos, así como en operaciones de ampliación y en el nuevo planeamiento, para salvaguardar la salud de sus habitantes. Algunos de ellos son:

El estudio del soleamiento y vientos predominantes previo al trazado del viario.
La accesibilidad y transitabilidad de los espacios urbanos para su disfrute, limpieza y mantenimiento.
El uso estratégico de arbolado y jardines para sombreamiento, refresco y limpieza del aire, que disminuye la temperatura y mejora las vistas desde la vivienda.
La gestión de espacios comunes. Este factor ha suscitado últimamente interés en las comunidades vecinales: cómo regular su uso y disfrute, evitando contagios. Aquí pueden surgir interesantes propuestas, como los sistemas de compartimentación móviles o inteligentes.
La peatonalización y el transporte limpio y unipersonal (bicicletas). Favorecen el distanciamiento social, disminuyen las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por tráfico rodado y la contaminación.
Un servicio público de transporte más accesible, con mayor frecuencia de paso descongestiona las vías rodadas y disminuye así las emisiones contaminantes. Estas se han relacionado con la propagación vírica.
Las soluciones de energía renovable colectivas (tanto de generación eléctrica como térmica) con suministros estables, también disminuyen la emisión de GEI. Son una alternativa al uso de energía fósil (carbón, gasóleo o incluso gas natural) en las instalaciones de agua caliente sanitaria y calefacción.

Esta crisis sanitaria ha reavivado el debate sobre la vivienda, núcleo de actividad humana durante el confinamiento. Solucionar las cuestiones planteadas requiere una coordinación necesaria, fluida y eficiente, entre los actores implicados (administraciones, científicos, expertos en salud pública, arquitectos, urbanistas, sociólogos, paneles sectoriales, comunidades de vecinos, asociaciones, profesionales de la propiedad, etc). Estas respuestas deben ser realistas y efectivas.

El confinamiento ha demostrado que la vivienda es un ser vivo, rico, maleable. De su buena salud depende en gran medida la de la sociedad en la que vivimos.

María Teresa Cuerdo Vilches, Dra. Arquitecta. Personal de investigación, Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja (IETcc – CSIC). Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

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