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Centroamérica con esclavas sexuales colombianas

John Saldarriaga
elcolombiano.com

Cuando Marina* contó los condones usados por ella en su primera jornada como esclava sexual se estremeció. Sus labios, en voz baja, pronunciaron la cifra: 57.

Había llegado a Frankfurt, Alemania, cuatro días antes y a ese país hacía doce días, con la idea de que se sacrificaría por su hijo. Esa es la justificación que muchas tienen en la cabeza -reflexiona al contar su experiencia-: pero por él, más bien debe una madre permanecer a su lado.

Ella es una de las 130 mujeres que salen cada año de Colombia enredadas en la cadena de la trata de personas, según el Departamento de Estado de Estados Unidos.

Esta actividad es un delito de lesa humanidad. Constituye violación de los derechos humanos y se caracteriza por el traslado, en el interior o fuera del país, de una persona, con fines de explotación que puede ser sexual, laboral, mendicidad ajena, entre otros, sin importar género, edad o lugar de origen de las víctimas.

Es el tercer negocio ilegal planetario -peleando el segundo puesto-, después de los tráficos de narcóticos y de armas.
Sin embargo, como reconocen Carlos Medina, jefe del Área de Justicia y Seguridad de Naciones Unidas; jueces de la Fiscalía que pidieron mantener su anonimato; Betty Pedraza, directora de la corporación Espacios de Mujer, y Carolina López Laverde, coordinadora del programa de trata de la Organización Internacional para las Migraciones, OIM, a este tema, los gobiernos no le invierten los mismos recursos ni le prestan la misma atención que a la contención de otros crímenes, aunque esta situación empieza a mejorar. En Antioquia y Medellín existen comités interinstitucionales que lo investigan, persiguen y previenen.

Y ya que mencionamos cifras, digamos que, según la ONU, este negocio mueve más de 32 billones de dólares al año en el planeta. Que Colombia es el tercer país en cuanto a sitios americanos de procedencia de víctimas, aunque riñe con República Dominicana por el segundo puesto; el primero es Brasil. Y que en nuestro país 81 personas, en promedio, son víctimas de trata interna y externa, si tenemos en cuenta que, según la Alta Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, la interna reporta 32 personas al año.

“Pero las cifras son inciertas -comenta Betty Pedraza-; los datos, poco actualizados. Siempre se ven acompañados de las expresiones: se cree, se calcula. Todo porque no es un tema muy visible”.

Y porque, a pesar de que hace 200 años se viene legislando en el mundo contra la esclavitud, “aún nos falta mucho en esta materia”, agrega Carlos Medina.

Es oportuno mencionar que muchos casos no se conocen o tardan en conocerse, porque la mayor parte de las víctimas no denuncia. En parte, debido a que les da miedo hacerlo. Los tratantes, como mafiosos que son, antes de contactar a una persona ya han investigado vida y milagros de ella: quiénes son los integrantes de su familia, a qué se dedican, cuáles son sus rutinas, dónde viven, y les advierten a los sometidos que si los delatan, los parientes pagarán por ello.

Betty Pedraza cuenta que una de las mujeres víctimas de esclavitud sexual que han estado en su corporación recibiendo tratamiento sicosocial, después de denunciar a sus victimarios fue repetidamente amenazada por ellos y pidió cuidado a las autoridades en el programa de Protección a Víctimas y Testigos, al cual, según las leyes, tiene derecho. Pero se desesperó de esperarlo y varios meses después optó por abandonar la ciudad, y tal vez el país, por su propia cuenta, antes de que fuera tarde.

En otras ocasiones, cuentan fiscales, las personas afectadas no denuncian porque no se consideran víctimas, del mismo modo en que los victimarios no se consideran criminales. Algunos delincuentes, cuando entregan un poco de dinero a sus explotadas, consideran que les están dando trabajo.

Volvamos a Marina. Ella fue llevada con engaños a Alemania. El engaño es un elemento constante en la trata de personas. Si bien no le ocultaron que iba a trabajar en prostitución, dejaron de advertirle que no le darían un peso y que esa plata sería para pagar la deuda.

¿La deuda? Sí. Interminable: gastos del pasaporte, la visa, los pasajes, la alimentación, la ropa… Todo se lo iban apuntando sus “dueños” en una libreta. Lo más duro eran las multas. Multa por demorarse más de la cuenta con un cliente, por ejemplo.

Al final del día, ella tenía que pagar 300 marcos por el uso del cuarto. Y esos tipos no tenían necesidad de reclamarle esa plata dos veces, ni estirar la mano ante ella más de dos segundos: de no hacerlo, vendría el castigo. Ellos -recuerda- tenían “a unos yugoslavos” afuera del local, listos para golpearla, en caso de que evadiera ese compromiso.

Estrategias
Avisos de prensa o de televisión en los cuales solicitan mujeres jóvenes y “bien presentadas” para “trabajar en hoteles de prestigio” o de “camareras de barco”, con buena remuneración, constituyen un método de los delincuentes para captar a sus víctimas. Otras veces, unos sujetos denominados “gallinazos” o “chulos” abordan a las personas en terminales de transporte o estaciones del metro.

Como la intención de los tratantes es que las víctimas estén lejos de casa y de los amigos, a Marta*, otra de las mujeres que revelan su experiencia, la llevaron a Japón. Prostituta desde niña en cantinas de Medellín, la desgracia vivida en ese país oriental fue la peor de su existencia.

“Las personas se dejan seducir por la idea de que alcanzarán una vida mejor. Un trabajo, una remuneración”, explica Carolina López Laverde.

En Tokio, nadie le decía nada. Fue pasando por tres modalidades de ejercicio de prostitución: dancing, teatro y calle. La primera, bailando desnuda en la barra de un grill, junto a muchas otras mujeres; la segunda, sentada en un escenario giratorio, con otras cuantas chicas, desnuda y con una luz directa sobre ella, al igual que las otras, ante la vista de un público; y la tercera, la conocida forma de ofrecimiento sexual de nuestras vías públicas. Las dos primeras terminan en relaciones sexuales con quienes lo soliciten. A ella, el primer día le correspondió teatro.

Durante el tiempo que estuvo en el país asiático, Marta se dio cuenta de una mujer a quien mataron por no consentir en prostituirse. Si a Marta y a otras chicas que habían ejercido ese oficio en Colombia les costaba adaptarse a esa nueva vida, mucho más -observa- tenía que significar para aquellas que lo más que habían tenido era sexo esporádico con amigos o novios.

La soledad, coinciden las dos muchachas, es terrible. Vigiladas a toda hora para que no establezcan contactos con nadie ni intenten comunicarse con sus familiares, están condenadas a rumiar solas su sufrimiento.

Mientras dura una tragedia, parece sin fin. Las que han escapado de las garras de los criminales, lo han conseguido porque se han arriesgado a contarle su drama a algún cliente que les parece “distinto”, “más sensible” que los demás, y este da razón a las autoridades. Estas efectúan una redada que puede terminar con su liberación.

En el caso de Marta, escapó de su destino porque cayó en una cárcel de Tokio y fue deportada a Colombia.

Trata interna
Medellín es una de las zonas del país de donde salen más chicas a la esclavitud sexual interna y externa. Y no solamente las víctimas son mujeres ni de manera exclusiva son explotadas en su sexualidad. Son captados hombres y mujeres de todas las edades. Algunos son destinados a la esclavitud laboral o a la mendicidad.

Actualmente, las autoridades colombianas intentan esclarecer si existe en el sur del país una red dedicada a la trata de personas con el propósito de extraerles órganos para trasplantes.

Lo cierto es que la más común de las tratas -un 80 por ciento- es la de mujeres entre los 18 y 37 años y con el propósito de esclavizarlas sexualmente.

En 2009, autoridades de Medellín dieron un golpe certero: el desmantelamiento de una banda dirigida por una abuela.
El operativo, denominado “Cándida Eréndira”, logró la liberación de 279 mujeres que ejercían la prostitución en diversos sitios del país. Algunas, por ejemplo, estaban en El Bagre, en prostíbulos sin baño, pero con una alberca inmunda.

Se sabe que la cabecilla de esta banda establecía concursos entre las muchachas, de cuál de ellas se acostaba con más hombres. El premio: una toalla y un brasier. La investigación todavía está en curso.
*Nombre cambiado.

PARA SABER MÁS
Nuevos lugares de destino

Los destinos más frecuentes eran, en los 90, países de Europa, como España e Italia; de Asia, como Japón e Indonesia. En los últimos años, según la ONU y la OIM, han surgido otros destinos: El Salvador, Guatemala, Honduras, Trinidad y Tobago, Ecuador y Argentina. “En estos -dice Carlos Medina- ha surgido y se ha fortalecido el narcotráfico” y los mafiosos tienen dinero para pagar estos servicios en calidad de clientes. Betty Pedraza cree que son lugares transitorios, antes de seguir a Europa y Asia. Esta mafia comparte eslabones con la del narco: falsificación de documentos, transportes, lavado de activos…

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