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Políticos en Centroamérica: el mismo mono con distinta camiseta

 

El escritor Horacio Castellanos Moya.

Horacio Castellanos Moya nació en Tegucigalpa (Honduras) el 21 de noviembre de 1957, pero transcurrió su infancia y juventud en El Salvador, país donde considera tener sus raíces. En San Salvador realizó estudios primarios y secundarios en el Colegio de los maristas y estudios de literatura en la Universidad de El Salvador.

 

En 1979, Castellanos Moya se traslada a Montreal, Canadá, donde residió durante un año. A partir de allí inicia un largo período fuera de su país: residencias relativamente cortas en Guatemala, Honduras y Costa Rica, y casi diez años de exilio en México. Luego de la firma de los Acuerdos de Paz (1992) en El Salvador, que pusieron fin a un conflicto armado que se prolongó durante más de diez años, Horacio Castellanos Moya retorna al país y participa en un proyecto periodístico (el lanzamiento del semanario Primera Plana) que duró apenas unos años.

En 1999 decide alejarse nuevamente del país luego de haber recibido amenazas de muerte a raíz de la publicación de la novela El asco (1997), una crítica mordaz y humorística a todo lo que muchos consideraban los “valores esenciales del ser salvadoreño”. Desde entonces, Castellanos Moya ha participado de distintos proyectos literarios y residido en diversas ciudades que lo han acogido como escritor refugiado, la más reciente Pittsburgh (EUA), donde participó en el programa Cities of Asylum.

La producción literaria de Horacio Castellanos Moya es abundante y ha recibido numerosas muestras de reconocimiento. Su primera novela, La diáspora (1988), ganó el Premio Nacional de Novela de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, y La diabla en el espejo (2000) fue finalista del Premio Internacional Rómulo Gallegos. Ha publicado además las novelas Baile con serpientes (1996), El asco (1997), El arma en el hombre (2001), Donde no estén ustedes (2004), Insensatez (2004), Desmoronamiento (2006) y Tirana memoria (2008).

Es además autor de varios libros de cuentos, ensayos y poesía. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido incluido en numerosas antologías en Europa, Estados Unidos y América Latina. Horacio Castellanos Moya refleja en su obra, con un estilo seguro y una técnica depurada, la realidad violenta de su país y la polarización de las sociedades centroamericanas actuales.

-Horacio: luego de unos años de residencia en Pittsburgh -donde muchos pensaron que te quedarías- te encuentras ahora en Tokio, Japón. ¿Cuáles son tus planes allí?

-En efecto, estuve casi tres años en Pittsburgh y ahora me he trasladado a Tokio. Estoy sumergido en la obra de Kenzaburo Oé y espero escribir un ensayo sobre la misma, con énfasis en el tema de violencia y curación. Veremos qué sale. Fui invitado por la Fundación Japón y la Universidad de Tokio.

-Una vez dijiste que “la literatura surge más de la frustración, del fracaso, de la tragedia, que de la felicidad y del éxito. Una literatura que se basa en la felicidad y el éxito no es creadora”. Teniendo en cuenta el hecho de que te has convertido en un autor cada vez más establecido, con un creciente reconocimiento en los ámbitos académicos, con traducciones, contratos con editoriales prestigiosas, etc., ¿cómo afecta esto tu proceso creativo?

-Últimamente me ha ido muy mal: demasiado ruido. La aplicación de los valores de la cultura del éxito y la celebridad a la literatura es mortal para el escritor. Nadie está a salvo. El excremento se filtra por todas partes. Y pronto se instala en tu mente y ya no sirves para un carajo.

-Cuando en 1997 publicaste la novela El asco provocó fuertes reacciones: críticas, acusaciones, amenazas. Doce años después, El asco circula sin problemas en El Salvador. ¿Significa esto que la sociedad salvadoreña ha madurado; que puede distanciarse y reflexionar críticamente sobre sí misma?

-El asco siempre circuló sin problemas en El Salvador. Hubo amenazas y acusaciones contra el autor, pero el libro estuvo disponible y que yo sepa no hubo atentados contra él. No te sabría decir si la sociedad salvadoreña ha madurado. Tengo cinco años de no visitar El Salvador, y doce años de no vivir ahí, por lo que mis opiniones son viejas. Pero mi impresión es que a esa sociedad la literatura no le importa nada.

-¿Por qué es el tema del patriotismo (o la carencia del mismo) un tema tan candente en América Latina?

-El patriotismo es una estupidez generalizada en todo el planeta, no sólo en América Latina. Creo que el ser humano, entre más diminuto es espiritualmente y más miserable es su cotidianidad, busca aferrarse a valores que lo exalten, que le hagan sentir que es importante, más importante que los otros, más importante que los que son diferentes. Y de ahí al ejercicio de la violencia hay apenas un palmo.

-Pensando que ya no vives en El Salvador desde hace muchos años, ¿cómo afecta la distancia tu mirada de salvadoreño?

-Mi mirada se ha enfriado. Tendría que regresar pronto, si no quiero extinguirme. Pero quizás eso sea inevitable: extinguirse.

-Muchos investigadores te han ubicado en la llamada “estética del cinismo”. ¿Te sientes representante de esa estética o perteneciente a una generación cínica o desencantada?

-Yo pertenezco a la generación que protagonizó la guerra civil, una generación que no se fue a la guerra por cinismo sino precisamente por lo contrario, por la creencia en la posibilidad del cambio, por la voluntad de hacer ese cambio. Después de la guerra algunos de nosotros escribimos novelas con protagonistas desencantados ante la nueva sociedad. Pero hacer una generalización a partir de ello es convertir la parte en el todo.

-Definiendo a la estética del cinismo, dice Mauricio Aguilar Ciciliano, entre otras cosas, que tu narrativa nos da “una visión telúrica del ambiente urbano masificado y solitario a la vez, donde la única salvación posible es la huida”. ¿Qué piensas de esta reflexión? ¿Es la huida la única salvación posible?

-El éxodo masivo de centroamericanos hacia Estados Unidos es una muestra más de que la realidad rebasa a veces a la literatura. Si los salvadoreños, los mexicanos, los guatemaltecos, los hondureños nos desplazamos en masa hacia Estados Unidos es porque no toleramos nuestras realidades nacionales, porque nuestras realidades nacionales no nos ofrecen nada que valga la pena, porque la nación ha perdido su sentido de ser (darle sobrevivencia y protección al nacional). De ahí la huida masiva, porque no hay otra salida. Mi literatura es apenas una pequeña expresión de ello.

-Javier Fernández de Burgos, del blog “El Boomeran(g)” (12/09/2008) ha ubicado tu última novela Tirana memoria en la corriente de novelas sobre dictadores, junto con escritores como Miguel Ángel Asturias o Mario Vargas Llosa, adivinando detrás de la figura de “El Brujo” a Maximiliano Hernández Martínez. ¿Estás de acuerdo?

-Es una soberana tontería, escrita con mala leche además.

-Algunos te han tildado de provocador, pero tú sueles negarlo. ¿Eres un provocador? ¿No tiene la provocación un valor en sí (provocar una reacción, iniciar un debate)?

-Yo no me defino como un provocador. Yo no me defino. Me cuesta entenderme, contengo muchos entes contradictorios. Ahora soy una cosa y enseguida lo contrario. Algunos de mis personajes no aceptan ni se adecuan a las convenciones sociales y mentales vigentes, por eso su forma de ver el mundo resulta provocadora, quizá hasta subversiva. Me parece que eso tiene un valor en sí: el cuestionamiento de las formas imperantes de conducta, tanto mentales como emocionales, sociales como políticas. Ese es uno de los ámbitos más ricos de la literatura.

-Muchos de tus libros han sido escritos, como tú mismo cuentas, de manera compulsiva: un trabajo concentrado durante un período corto y febril (tú has dicho inclusive que algunos libros fueron escritos a mano, en un cuaderno). Otros, al parecer, son producto de un trabajo más lento y sistemático. ¿De qué dependen estas distintas formas de encarar la escritura?

-Dependen en buena medida de las condiciones externas. Me parece que adecuo mis fuerzas a las condiciones externas. No es lo mismo escribir en una situación límite, sin ninguna certeza de sobrevivencia en cuanto al futuro inmediato, que escribir cuando uno cuenta con un ingreso asegurado para un periodo de escritura definido. Por supuesto que también hay elementos internos, de energías vitales, que inciden en esto, pero tales elementos forman parte del misterio de la escritura que, aunque suena a lugar común, en verdad existe y se paga un precio por intentar develarlo.

-¿Cuál es tu relación con el espacio virtual de creación? En la actualidad, muchas personas, sobre todo jóvenes, descubren a sus escritores a través de blogs, Twitter, Facebook y demás espacios sociales por Internet. Muchos libros se bajan de la red, las editoriales digitales son cada vez más. ¿Qué piensas acerca de este fenómeno?

-Yo llegué tarde a esa fiesta y con unas canas de más. Las jóvenes parejas ya están formadas y bailan con entusiasmo. Y las pocas chicas sueltas que quedan me huyen como si yo fuese su papá.

-Yo no me refería a Internet como espacio propicio para conseguir una cita o una pareja, sino más bien a las posibilidades que da para la publicación digital, en muchos casos más accesible que las formas tradicionales de edición. Apuntaba además a la oportunidad de llegar a un nuevo tipo de lector (sobre todo jóvenes). ¿Cuál es tu relación con estos medios?

-A eso mismo me refería yo: llegué tarde y con canas de más. Es decir, carezco de entusiasmo y de una opinión interesante al respecto.

-Muchos amigos te caracterizan como un lector infatigable y actualizado. ¿Qué estás leyendo en este momento?

-Como ya te dije: Oé y lo que me cae en las manos de literatura japonesa. Y también los Major Works de Kukai, una biografía de Keats de Robert Gittings que compré a un dólar en una librería de viejo de Shimokitazawa y, a cuentagotas, los Escritos a lápiz de Robert Walser, para darme ánimos.

-Actualmente somos testigos de cambios en varios países de Centroamérica. En El Salvador, por ejemplo, Mauricio Funes y el FMLN ganaron las elecciones, acabando con veinte años de gobierno de Arena. En Honduras tenemos un golpe de estado y un presidente depuesto que incita a la lucha. ¿Cómo ves el futuro de El Salvador en particular y de Centroamérica en general?

-La política centroamericana es un juego sórdido. En esencia nada cambia, sólo la forma en que las élites se divierten peleando. Lo social y lo económico se mantienen inalterables: el hambre, el crimen, la miseria, el desempleo, la carencia de salud y educación, la absoluta falta de oportunidades. No importa quién suba o quién baje. Para la calidad de vida de la población se trata del mismo mono con distinta camiseta.

[Enviado por Comcosur].
* Letralia

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