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Hambre asoma en zonas cafetaleras

roya hambre* “Estamos en las manos de Dios”, dice campesino en una zona donde no encienden los fogones porque no hay nada que comer

«No hay trabajo, la roya acabó con todo el café. Estamos en las manos de Dios, tenemos que irnos para sobrevivir», lamentó Pablo Alvarado, un jornalero de Cusmapa, a 248 km de Managua, un pueblo cafetalero enclavado en las montañas del norte de Nicaragua.
Este hombre de 40 años, baja estatura, aspecto famélico y piel quemada por el sol, contó a la AFP que para sobrevivir junto a su familia de cinco personas emigró al poblado fronterizo Las Trojes, en Honduras.

«Pero me fue mal porque ahí también afectó la roya y donde no tocó (el hongo) el café estaba verde y me tuve que regresar», contó Alvarado.

La situación de este jornalero, que debió emigrar en busca de trabajo, no es la excepción en el departamento de Madriz y otras regiones cuya principal actividad es la producción de café, un sector que emplea a unos 300.000 obreros en temporada de corte.

La cosecha de café 2013-2014 se redujo en un 28% en relación con la del ciclo anterior y dejó sin empleo a unos 90.000 obreros que viven de esa actividad, según cifras oficiales y de gremios de trabajadores.

La fundación española Acción contra el Hambre alertó de una crisis social como efecto de los daños causados por la roya, que ha puesto en inseguridad alimentaria a las familias que han perdido su empleo.

Cusmapa y otras zonas como el Llanito, son comunidades en las que impera un agradable clima por su altura (1.200 metros) y el visitante se ve envuelto por el carácter amistoso y amable de su población.

Las inversiones hechas por alcaldías locales y organismos no gubernamentales han permitido mejoras en las viejas casas de adobe y en las condiciones de la carretera; incluso se han instalado paneles solares para proveer energía limpia y barata, pero el gran problema es que no hay empleos alternos a los que genera el café.

Drama humano

Una plaga de roya (Hemileia vastatrix), un hongo que destruye los cafetales, se ha extendido desde hace varios meses en Centroamérica, debido entre otros factores al cambio climático que favorece su propagación y al mal manejo de los cafetales, según la Organización Internacional del Café (OIC).

En toda la región, un 49% de las plantaciones se han perdido; han desaparecido 500.000 empleos y las pérdidas económicas llegan a 681 millones de dólares, según expertos reunidos recientemente en un foro en Costa Rica.

Las zonas más pobres han llevado la peor parte de la crisis, porque el combate de la plaga requiere de inversiones fuertes, que los campesinos de menos recursos no pueden hacer.

Esto ha traído como consecuencia que los pequeños finqueros hayan reducido sus actividades y en muchos casos abandonaran la actividad.

El desempleo ha generado un drama social por la separación de las familias, algunos de cuyos miembros tienen que alejarse en busca de oportunidades de trabajo, según contó la líder comunal Gloria Valladares, una abuela de 48 años.

El fogón apagado y las ollas volteadas son testigo de que no han almorzado en casa de Valladares pese a que pasa del mediodía, mientras su nieto come tortilla, un preparado de harina de maíz.

«No podemos decir que comemos los tres tiempos, si no miren el estado en que estamos (…) se debe a la falta de alimentación, no tenemos con qué pagar (la comida), tenemos que ser honestos», dijo la mujer, en cuyo cuerpo extremadamente delgado se reflejan las carencias alimenticias.

Su nieto de tres años y apenas 5,22 kilos de peso es un ejemplo triste de lo mismo.

En este poblado en que habitan más de 300 personas, 180 «van y vienen» en busca de trabajo en las montañas donde está el cultivo de café, pero no consiguen empleo.

Solo mujeres y niños

«Los hombres se tienen que ir y las mujeres nos quedamos ‘viudas», cuidando a los niños, dice Valladares en tono jocoso, pese al dramatismo de su situación.

Los jornaleros que se van «dejan sus casas solas, los animales abandonados y a los hijos a cargo de las abuelas o con vecinos para mientras regresan con dinero», explica la mujer.

El destino de los jornaleros es Honduras, El Salvador, Guatemala y, en el caso de las mujeres, algunas viajan a España para trabajar como empleadas domésticas.

«Cuando se van, a uno lo miran mal porque uno es pobre y anda buscando trabajo», observó la mujer, quien pidió ayuda «de emergencia» mediante la entrega de «alimentos por trabajo».

En la comunidad de La Chilca, Totogalpa, otro municipio de Madriz, la situación es semejante: varios hombres están fuera de la localidad en busca de trabajo.

«Yo estoy afligido, de aquí vivía yo, con esto mantenía a mi familia (…) la roya solo dejó las varillas (ramas), tengo que hacer de nuevo la finca», dijo Fidencio González, de la comunidad La Chilca.

«Mis hijos han hecho como cinco viajes y no han encontrado trabajo», comentó Mauro Gómez, un pequeño caficultor de la misma localidad, quien no obstante deposita su fe en que «la mano de Dios» le permita sobrevivir.

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