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Colombia versus Nicaragua

Reserva seaflower, ahora en poder de Nicaragua.

Álvaro De la Espriella Arango
elheraldo.co

Tenemos la sensación íntima de que Colombia está haciendo el ridículo internacionalmente con su actitud desobligante posterior al fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre los límites con Nicaragua. Y parece ser que esa sensación que sentimos, ese pálpito, lo estamos compartiendo con eminentes juristas del país, algunos de ellos brillantes especialistas en Derecho Internacional.

Además, nos estamos convenciendo de que tratadistas de fondo como Alfonso López Michelsen, Diego Uribe Vargas, Julio Holguín o Rafael Nieto Navia no estarían o están obser­vando con buenos ojos la forma soberbia, arrogante y desafiante como está enfrentando el país la pérdida de 75.000 kilómetros de aguas territoriales. Podríamos pensar que en el fondo del telón la causa suprema de esta derrota jurídica y diplomática la tiene el país por su autosuficiencia sostenida e insoportable, en todos los aspectos de la vida, en donde nos creemos lo mejor del mundo, lo óptimo, la última palabra, lo máximo en todas las actuaciones, siempre poseedores de la verdad, mirando por encima del hombro a todo el mundo.

Y se nos olvida que siempre hay gente que sabe más que uno, que siempre tendremos entidades, gobiernos, instituciones, personas que son mejores que nosotros. Pero no, cuando asumimos una posición en determinada dirección, y nos sucede todos los días en todos los niveles, ya creemos que estamos por encima de todo y de todos. Los demás son una caravana de imbéciles, pero los mejores, los más inteligentes, somos los colombianos.

Si nosotros firmamos el Pacto de Bogotá recién muerto Gaitán en 1948, aquí en nuestra capital, ¿cómo vamos a desconocer la soberanía y la competencia de la Corte Internacional? Si lo firmamos es porque aceptábamos esa competencia y su jurisdicción. Pero no podemos ahora salir con la actitud absurda de que obedecemos el fallo si nos favorece o lo desconocemos si nos perjudica.

¿Cuál es entonces y dónde está nuestra tradición legalista de siglos que tantos orgullos nos ha deparado? Cuando estuvimos en el cuerpo diplomático nos llenaba de satisfacción en varios países observar el respeto y la aceptación que Colombia tenía y tiene internacionalmente en cuanto al Derecho Internacional tanto público como privado. El caso de Haya de la Torre y su asilo en Perú, en nuestra Embajada, fue un ejemplo para imitar en América Latina, que elevó nuestro pedestal jurídico, como decía el internacionalista español Francisco Suárez “hacia alturas donde no lo podrá derribar ni la ignomi­nia ni la ignorancia”.

El error garrafal fue acudir a la Corte Internacional. Se hizo, sí, de buena fe, pero no había necesidad. Mientras teníamos el control de la situación podíamos manejarla, pero depositándola en el escritorio ajeno teníamos automáticamente que someternos al acatamiento. Por eso resulta sorprendente y absurdo observar personalidades del país invitando a desobedecer esta sentencia, e inclusive algunos a invitar a una acción bélica. ¡Qué barbaridad!

Cuando la revista Semana tituló su edición hace algunas semanas como “Dolor de Patria” tenía toda la razón. Ahora la sugerencia sensata de muchos, a la cual nos adherimos, es que el Gobierno voltee los ojos hacia las islas, a las que ha ignorado históricamente y solo las tenía para el contrabando de turno o las vacaciones pertinentes. Un respaldo a la inversión social poderoso en nuestras queridas islas y empezar a buscar con inteligencia convenios con Nicaragua, que no son ningunos monstruos infernales, es la mejor de las sugerencias.

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