Los indignados de Brasil
Rubén Aguilar Valenzuela
El detonador de las protestas de los cientos de miles de brasileños que han salido a la calle fue el aumento del precio del transporte público, pero eso no explica la extensión e intensidad de las protestas. Las verdaderas razones que incendiaron el ánimo social de los indignados del país más grande de América Latina están en otro lado.
Una encuesta hecha entre los manifestantes por el diario Folha de Sao Paulo revela que 84% de éstos no pertenece a ningún partido, que 81% se enteró de las protestas por Facebook, que 77% tiene estudios superiores terminados, que 71% es la primera vez que participa en una manifestación y que 53% tiene menos de 25 años.
La dinámica de 10 años de éxito económico que permitió la reducción de la pobreza y el ascenso de millones de brasileños a las clases medias se ha detenido. En los últimos tres años cayó de manera estrepitosa el crecimiento de la economía con las consecuencias que eso trae sobre el gasto público, el mercado del trabajo y las condiciones de vida de la población.
A lo anterior, en un momento de crisis económica, hay que añadir que el gobierno tiene que hacer gastos enormes, con recursos que se ve obligado a sustraer de otros rubros de la administración pública, para responder a sus compromisos de organizar la Copa del Mundo (2014) y la Olimpiada (2016).
Eso da reconocimiento y prestigio al país, pero no deriva en un beneficio directo a la ciudadanía. La presidenta Dilma Rousseff propone también como elementos para explicar el descontento ciudadano; la corrupción, el mal uso de los recursos públicos y la deficiente calidad de los servicios que ofrece el gobierno de manera particular las escuelas, los hospitales y el transporte.
El analista político brasileño Andrés Barros plantea que “el clima de insatisfacción en el país es muy grande y no se producen 12 manifestaciones simultáneas en el país a no ser que exista un catalizador”. ¿Qué explica el malestar y descontento social?
Las expectativas de ascenso social se han visto frustradas, sobre todo entre los más jóvenes, y los brasileños se ven ahora imposibilitados de mantener el aumento del consumo, al que se habían acostumbrado, en razón del escaso crecimiento del país, de los gastos extraordinarios del gobierno y del aumento sostenido de la inflación.
La reacción del gobierno y del Partido de los Trabajadores (PT), que ya lleva en el poder 10 años, ha sido de perplejidad. Hay académicos y políticos de la oposición que desde hace tres años han estado advirtiendo que el exitoso modelo brasileño ya había topado y urgían cambios.
En Sao Paulo, en abril de este año, tuve la oportunidad de presentar un libro en la Fundación Fernando Henrique Cardoso que daba cuenta de esta realidad.
Las manifestaciones hablan de la vitalidad de la sociedad brasileña, como lo plantea la presidenta Rousseff, pero también de la existencia de una crisis que pone de manifiesto que llegó a su fin el modelo económico proteccionista con el que Brasil ha venido operando y se hace necesario hacer cambios profundos, para seguir adelante. Los brasileños con seguridad terminarán por hacer caso a la realidad.