La otra Managua, la agreste, salvaje, el grito de una selva que se va extinguiendo
Del Edificio Pellas a Tiscapa, la ciudad va cediendo paso al bosque. Los puntos urbanos no logran hacer contacto y grandes manchones de verde separan casas y edificios. No hay referencias de urbanizaciones aglomeradas, siempre más allá esta la naturaleza, enhiesta, altiva, indicando el límite entre el hombre y el mundo tal cual estaba armado.
Santo Domingo, Pilares del Doral, Ticuantepe, Tipitapa, Veracruz, muestran claramente cómo es posible cohabitar naturaleza y hombre, con la diferencia que nosotros ponemos guardias en la entrada y en el bosque no existen ni guardias ni quién lo defienda.
Este domingo, que ya de por sí era inusual, donde el silencio había embargado la casa dejando las paredes asombradas, Xóchitl y los chicos habían salido todo el día para dejarme trabajar en los proyectos, iba a terminar inusual también.
Luego de un almuerzo de pastas con carne de cangrejo, el cuerpo viejo me llevó a la cama, para disfrutar una siesta silenciosa. El ruido del aire acondicionado me arrullaba tiernamente, y sin saber cuánto pasó ni como, el teléfono gritó desde la esquina, y a duras penas atiné a tomarlo.
Era un amigo que precisaba lo ayudara, porque un cocodrilo había aparecido en una finca. Preparé la caja para animales salvajes, y nos embarcamos en una nueva aventura.
De Altamira a Las Brisas fue un solo tirón. Dejamos atrás Mc Donald y los supermercados, y en plena cuesta nos salimos de la carretera. Luego de pasar unos bodegones, entramos por un portón enrejado, y un apretado muro de diversos palos nos hizo virar bruscamente. El follaje era denso y sobrecogedor, más en el camino, cuando los ojos de decenas de venados nos rodearon preguntándonos por qué interrumpíamos su sueño.
Al llegar a una caseta, vimos a cuatro peones esperándonos con expectativa. Nos mostraron el lagarto, un bello ejemplar de cuajipal (Cayman cocodrilus) de no más de un metro, lo tomamos y lo aseguramos rápidamente, yendo enseguida para mi clínica a brindarle los primeros auxilios.
Así es Managua. Una ciudad donde aparecen aún osos perezosos en los jardines, iguanas en los palos, garrobos en los muros, boas en los cuartos. Donde pocos de estos animales tienen suerte de aparecer en casas de seres responsables y conscientes de una biodiversidad cada vez más amenazada, llamando enseguida para que alguien los rescate, pero la mayoría son inmolados, culpa de la ignorancia y la miseria, del sadismo y el hambre.
Cada vez más, el afán urbanístico, la locura de la construcción desordenada, sin lógica alguna y lejana a cualquier plan de urbanización, nos va robando el bosque. Meditemos, pensemos. El bosque está vivo, respetémoslo, cuidémoslo, mañana ya no lo tendremos si seguimos en ese afán de construir destruyendo.
Amo a Managua, la ciudad aldea, la ciudad capital de este mi país adoptivo, Nicaragua, la ciudad que nunca deja de sorprenderme.
*Presidente Fundación A.Mar.Te.
Doctor en Medicina y Tecnologías Veterinarias.