El poeta de Nicaragua Ernesto Cardenal
* Recordándolo en aquella Feria del Libro y Biblioteca en Gotemburgo Suecia
Ernesto Joaniquina Hidalgo
La feria del Libro y Biblioteca en la ciudad portuaria de Gotemburgo llegó a su vigésima novena feria este año, evento realizado con un desplazamiento enorme de expositores feriales del libro a nivel mundial y cuenta en sus días de feria con panelistas de la cultura y escritores invitados de renombre que van exponiendo sus libros, asimismo, es un evento que concentra una enorme difusión periodística para todo el mundo. En esta misma feria, en este oasis cultural enclavado en Escandinavia, conocí a este bardo de sentimientos nobles un lustro atrás, el teólogo Ernesto Cardenal más allá de sus ilusiones y quimeras, más allá de la lucha revolucionaria contra el somocismo junto a sus hermanos sandinistas, mucho más allá de haber sido Ministro de Cultura de Nicaragua en el periodo revolucionario de Daniel Ortega, era un hombre sencillo y parco como todo monje trapense, íntegro y humano.
Estaba allí el poeta, en el espacio de conferencias destinado a la poesía, con un jubón caribeño de un impoluto blanco, afín a su barba y cana cabellera que acicalaba su negro bonete, hombre de escasa estatura pero de enormes dimensiones humanas y de un amor desenfrenado hacia su Nicaragua que le cantó desde siempre con esos versos encendidos como los volcanes activos de su tierra, que al igual que sus inspiraciones siguen bullendo desde sus recónditas entrañas. Desde esa mismísima tierra, nacen sus poesías con esa exaltación elevada del amor al compromiso por la justicia y la opción por los pobres con ese influjo de la mística del cristianismo de aquel monje Merton que Ernesto Cardenal había conocido en aquel monasterio de Gethsemany en Kentucky en la década de los cincuenta, del siglo pasado. Así el bardo revolucionario devela el verbo amar y nos dedicaba en ese encuentro de literatos uno de sus primeros versos.
EPIGRAMA
Al perderte yo a ti,
tú y yo hemos perdido:
yo, porque tú eras
lo que yo más amaba,
y tú, porque yo era
el que te amaba más.
Pero de nosotros dos,
tú pierdes más que yo:
porque yo podré
amar a otras
como te amaba a ti,
pero a ti nadie te amará
como te amaba yo.
Muchachas que algún día
leaís emocionadas estos versos
Y soñéis con un poeta
Sabed que yo los hice
para una como vosotras
y que fue en vano.
A escasa distancia del brocal de la palestra donde se hallaba Ernesto Cardenal percibimos su imagen, sencillo y sugestivo como esas acacias silvestres que adornan en la frondosidad de su Nicaragua, estaba ahí presente frente al público y de ese resuello que se le percibía, salió una voz estentórea como de aquel mítico guerrero de la Ilíada, tomó un fragmento de su poesía y con ese dejo singular de los hijos de Sandino justificó su opción por los desheredados y pobres de la tierra.
A primera vista parecería como si el tiempo se hubiera suspendido, pese a verse algo cansado por los años encima, su imagen irradiaba las pletóricas luchas por la liberación junto a su pueblo como cuando festejaba ese 19 de julio de 1979 la victoria de la revolución en las calles de Managua, pero denotamos también en su presencia que mucha agua había corrido bajo el puente de su historia y la historia de Nicaragua, estos relatos los transcribe en sus memorias “Vida Perdida” 1999, “Las ínsulas extrañas” 2002 y “La revolución perdida” 2004.
Pese a su alejamiento del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 1994 producto del verticalismo en su dirección política, Cardenal revela y nos ilustra ese pasaje histórico de los Sandinistas con esta alegoría: “cuando se descubrió un contrabando de 186 loras que iba a salir de Nicaragua rumbo a Estados Unidos, en el transcurso de la travesía habían perecido 47 loras en las jaulas, al frustrarse este negocio, a las demás sobrevivientes las devolvieron al lugar donde las habían tomado. Cuando el camión se iba acercando a las montañas, las loras comenzaron a agitarse en las jaulas, a batir sus alas, a quererse salir, sintiendo ellas que llegaban a su lugar y cuando las soltaron, todas se fueron como flechas hacia las montañas, pues yo siento que así nos ha pasado a nosotros, decía Cardenal, que las cuarenta y siete loras habían muerto, también nosotros, los que quedamos vivos, hemos recuperado nuestra tierra, nuestras montañas, como esas loras, que estaban siendo condenadas (…)”.
Ernesto Cardenal, sigue siendo el sacerdote católico que abraza la teología de la liberación junto a Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Frei Betto o el jesuita asesinado Ignacio Illacuría en El Salvador, o la historia del sacerdote colombiano Camilo Torres que cae en combate y deja su frase:”Si Jesús viviera, sería guerrillero” y tantos otros sacerdotes diseminados por nuestra América morena que luchan o resisten como Cristo en el madero por la defensa de los derechos humanos y la perenne búsqueda de la justicia y la libertad junto a su pueblo, una utopía que se desplaza en la misma medida que los poemas de Ernesto Cardenal.
Estos seres religiosos muchas veces incomprendidos, condenados y relegados al silencio no sólo por el Vaticano, sino también por el sectarismo de la izquierda, ese mal que nos une en las dictaduras y nos repele en las democracias, sectarismos que acaban con los poetas como Roque Dalton o se enfrascan en cercenar la inspiración creadora de este ruiseñor de pequeña estatura, pero de enormes trinos que le canta a su Nicaragua con un gorjeo rebelde y poético.
Este encuentro con Ernesto Cardenal en ese evento literario, un lustro atrás, fue toda una fuente de insaciable inspiración, reafirmando una vez más que un mundo nuevo y humano es posible con la fuerza del amor, un certero sentimiento de justicia social y libertad de los pueblos, donde la poesía ya tiene su lugar elegido.