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Con el fantasma de Pablo Escobar

Pablo Escobar Gaviria.

General Óscar Naranjo

* Ex jefe de la Policía de Colombia, miembro de la International Drug Enforcement Association, filial de la DEA estadounidense

Atados a un pasado de violencia y de corrupción que hemos enfrentado contra viento y marea, es triste decir que el fantasma del ‘patrón del mal’ nos sigue persiguiendo 20 años después de su muerte. Pensar que Pablo Escobar es referente en el mundo cada vez que se habla de Colombia es una tragedia que seguimos heredando a las nuevas generaciones y que habla de una herida producida por la historia criminal que no hemos terminado de curar.

Cuando el 2 de diciembre de 1993, después de una campaña institucional desesperada que avanzó bajo la presión del clamor público y la determinación política del gobierno del presidente César Gaviria y su ministro de Defensa, Rafael Pardo, se produjo la muerte del capo del cartel de Medellín, siempre pensamos que se sepultaría la posibilidad de que la mafia combinada con el terrorismo impusiera su poder.

Sin embargo, durante estos últimos 20 años asistimos a combinaciones de expresiones narcotraficantes, paramilitares y terroristas que nos llevaron en el año 2002 a padecer el pico de violencia más alto de nuestra historia y que terminó arrebatándoles ese año la vida a cerca de 30 mil colombianos; tendencia que, por fortuna, se revirtió y nos permite decir hoy que nuestra tasa de homicidios es la más baja de las tres últimas décadas.

El balance, cuando se revisan dos décadas tratando de superar la página del narcoterrorismo, es agridulce, entre el éxito y el fracaso. Fue un éxito haber demostrado que por poderosa que sea una organización criminal nunca se impondrá sobre el Estado. Fue un éxito haber contado con el valor de una prensa libre que elevó su voz para denunciar y exigir resultados. También fue una lección de éxito haber enfrentado con entereza la reforma policial para señalar que el único camino para asegurar el cumplimiento de la ley es que las instituciones obedezcan a principios de integridad y transparencia y reconozcan sus debilidades y las visibilicen para corregirse.

Desde la otra orilla aparecen también fracasos que tienen que ver con nuestra incapacidad para derrotar las economías criminales, que son la base de motivación y regeneración de las estructuras de delincuencia organizada, pues la verdad es que muy a pesar de las miles de capturas de narcotraficantes, su capacidad para reciclarse y mutar a nuevas formas de organización, tiene origen en las rentas ilegales.

Son un fracaso, igualmente, la política y las acciones contra la corrupción, pues muy a pesar de los avances que han reducido la capacidad perturbadora armada de la mafia, su habilidad para corromper a los funcionarios públicos sigue siendo una constante, y es un fracaso que, registrándose un descenso formidable de los cultivos ilícitos, los antiguos territorios cocaleros y sus comunidades continúen padeciendo la violencia y la intimidación de las llamadas “bandas criminales”. Así como es un fracaso que a más de 20 años de haber tolerado la incursión de un narcotraficante como Pablo Escobar en la política, hoy, políticos como ‘Kiko’ Gómez crean que es posible acceder y gobernar en promiscuidad con la delincuencia.

Frente a tantas tareas pendientes para superar la marca que nos ha dejado el narcotráfico, celebramos que esfuerzos valerosos como los que lidera la periodista Jineth Bedoya rescaten no solo la memoria sino también la verdad y nos sirvan para exaltar el ejemplo de líderes como Luis Carlos Galán y el heroísmo de colombianos ejemplares y anónimos que se convirtieron en modelos de vida para seguir, como los generales Jaime Ramírez Gómez y Valdemar Franklin Quintero. Derrotar el monstruo del narcotráfico y vencer el fantasma de Pablo Escobar sigue siendo una tarea pendiente.

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