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Dictadoras

Portada del libro de Rosa Montero.

Portada del libro de Rosa Montero.

* Un libro sobre tipos que concentraron el poder en sus manos y en los de sus mujeres, pedófilos todos, crueles en extremo y a veces peligrosos poca cosa como Franco, de quien Rosa Montero asegura que sin su mujer Carmen, no hubiera llegado a ser dictador

Si Nicaragua quedara en Europa y Anastasio Somoza Debayle hubiera nacido en ese continente, quizás la Dinorah Sampson habría alcanzado en el libro de Rosa Montero: «Dictadoras. Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia».

Sampson, más que la esposa de Somoza, Hope Portocarrero, quitaba y ponía ministros, otorgaba grados militares o hundía carreras castrenses. También otorgaba favores a los amigos y castigaba a aquellos que no le caían tan bien. Hummmm…

Es un libro que recién llegó a algunas librerías de América Latina, aunque se puede conseguir en versión e-book. Su autora, española, lo lanzó en 2013 y sería bueno que los importadores de libros de nuestro país, escasos por cierto, lo trajeran.

Montero se ocupa de la forma en que cuatro despiadados dictadores europeos se relacionaron con sus mujeres. Stalin, Hitler, Mussolini y Franco. Fueron la escuela para los posteriores dictadores de América Latina que los copiaron casi en todo.

Cuando presentó el libro en diciembre pasado, Montero aclaró que era un “volcado” del programa de televisión que había rodado tres años atrás junto al productor argentino Eliseo Álvarez.

«Me pareció una gran idea, ya que no solo era hablar sobre sus esposas sino sobre las mujeres que les rodearon, madres, hermanas, amantes, y de cómo trataba esa dictadura a la mujer», comentó la autora durante una entrevista con EFE.

El estudio de estas mujeres permite ver «de una manera perfecta y distinta lo que es una dictadura. Hay una continuidad perfecta en cómo tratan a las mujeres y en sus dictaduras. Mussolini decía cosas como que el pueblo y las mujeres están hechos para ser violados, y era literal pues él era un violador».

Dinorah Sampson y Somoza Debayle.

Dinorah Sampson y Somoza Debayle.

Al enfrentarse a las mujeres de los cuatro dictadores europeos, Montero parte de la base de que «Franco es de otra liga completamente distinta. Los otros son tremendamente mujeriegos, incluso Hitler que tenía problemas sexuales. Cultivaban además la mitificación de la mujer hacia ellos, como uno de los registros con los que podían imponer su fuerza socialmente».

Estos «psicópatas» utilizaban a la mujer como si fueran «fans enloquecidas de un cantante». Hitler, por ejemplo, ocultó a Eva Braun para no decepcionar a sus fans.

Stalin, Hitler y Mussolinni tuvieron muchas enamoradas personales, fueron muy mujeriegos y, en realidad, no prestaron ninguna atención a las mujeres, las utilizaban para sus fines: «Fueron unos psicópatas incapaces de ver al otro».

Otra condición de los tres dictadores, según Rosa Montero, «es que son medio pedófilos. Les encantan las niñas pequeñas», como demuestra el hecho de que Stalin tuvo hijos con una niña de trece años, mientras que Hitler y Mussolini tuvieron relaciones con menores.

«Fíjate si serán perversos que a todos ellos les han perseguidos mujeres que se han suicidado o se han intentado suicidar, lo que refleja el tipo de relación que establecían con ellas», declaró la autora.

Frente a los anteriores se sitúa Franco, un hombre «absolutamente cero mujeriego, un meapilas. A diferencia de los otros, no va de hombre carismático sino de invisible, de que no le vean. Es un hombre que fue maltratado por su padre de pequeño, que había hecho el ridículo en la escuela, que todo el mundo se reía de él con su voz aflautada. Era un renacuajo».

También, al contrario de los demás, su mujer tuvo una importancia capital en la vida de Franco y en la dictadura. «Yo creo, y Paul Preston avanza la teoría, que tal vez sin la existencia de Carmen Franco no hubiera llegado a ser dictador. Ella impulsó su ambición como para vengarse de todos los oprobios recibidos».

Otro de los aspectos interesantes que se revela en las páginas de «Dictadoras» es el que se refiere a las madres de los protagonistas. «Stalin tenía una madre imponente; Franco estaba completamente entregado a su madre, una madre doliente, y la de Hitler era la típica madre mimosa».

En Mussolini es menos evidente, «pero son gente que no han tenido una madurez normal. Son narcisos incapaces de reconocer al otro como otra persona con derechos, y eso creo que viene de una etapa en la que no han terminado de crecer; en cierta manera, esa mitomanía materna tuvo la culpa».

Entre estas mujeres, Rosa Montero considera especialmente interesante «y trágica» a Nadia, la segunda esposa de Stalin.

«Hija de comunistas, a la que conoció pequeñísima, enseguida la hizo su amante. Era inteligente, muy pura en sus ideales y la única que realmente se intentó enfrentar a Stalin en momentos en que nadie le criticaba. Finalmente, se suicidó en un día en que como otros muchos lo más seguro es que él la había pegado».

De Stalin dice que” era un tipo feroz que vivía en tiempos feroces, un capo de matones, alguien que se caracterizaba por la ausencia de límites morales y por una tremenda rigidez mental. Por desgracia, en épocas de crisis la gente se siente atraída por personalidades como éstas, que ofrecen respuestas simples a problemas complejos”.

Rosa Montero considera también fascinante la figura de Margherita Sarfatti, notable intelectual amante de Mussolini, de origen judío «y eminencia gris del fascismo, que, cuando el Duce implantó las leyes antisemitas, tuvo que salir del país».

Frente a estas mujeres, la autora sitúa a Carmen Polo, «mujer tremenda que la única cosa agradable que hizo fue enfrentarse a Millán Astray para defender a Unamuno».

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