Narcotráfico, con años luz de ventaja
Julie López| La Opinión
“Mientras los criminales van por el ascensor, nosotros [las autoridades] vamos por las escaleras”. La frase, lapidaria y cierta, es de Francisco Dall’Anese, ex fiscal costarricense y ex jefe de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, de una entrevista de 2011, que hoy toca recordar de nuevo.
Decir que el narcotráfico lleva años luz de ventaja a las autoridades es hablar del descubrimiento de la rueda. Pero no deja de asombrar cómo los narcos colombianos lograron contactos con los estadounidenses para enviar coca vía marítima hacia Miami hace unas tres décadas. Luego, hicieron negocio con los narcos mexicanos, y usaron a Centroamérica como puente apoyados por el ahora defenestrado general panameño Manuel Antonio Noriega, entre otros personajes. Ni se diga de la capacidad de los narcos mexicanos para enviar droga a Europa vía Nigeria y el sur de Italia. Aclaro: esto no es admiración. Es estupor ante la incapacidad de las autoridades para tener una coordinación similar contra el narcotráfico. ¿Alguien lo entiende? Yo no.
Dall’Anese también dijo hace tres años que “el crimen organizado fue el primero en globalizarse”. Otra verdad. Y, al parecer (entre criminales y autoridades en Centroamérica), es el único que lo ha hecho.
Los países latinoamericanos organizan grandes congresos, apoteósicas cumbres presidenciales, magnas conferencias regionales, pero nada lleva a resultados destacables. Un ejemplo fue la conferencia del Sistema de Integración de Centro América (SICA) en junio de 2011, donde los compromisos adquiridos quedaron en papel. En esa ocasión, Manfredo Marroquín, director de la ONG guatemalteca Acción Ciudadana, dijo que la estrategia regional de seguridad acordada en esa cumbre equivalía a “construir las paredes y el techo de un edificio sin suelo”. ¿Cuál es el suelo? La estrategia de seguridad nacional de cada país: un suelo de arenas movedizas. Por algo el triángulo norte de Centroamérica tiene algunas de las tasas de homicidio más altas del continente.
Esto no es un argumento en favor de la despenalización. Sin embargo, toca reconocer que los criminales son más listos que las autoridades, y siguen ganando el pulso de la corrupción. Por eso, al menos a mí me da envidia la noticia de que esta semana se reunieron un grupo de fiscales de México y EE.UU. en la capital mexicana, para identificar los delitos más comunes en sus fronteras, y el perfil de los delincuentes. El objetivo: reducir la violencia en la frontera común con nueva tecnología y el intercambio de información, especialmente en casos de narcotráfico, lavado de dinero y trata de personas (que victimiza a muchos migrantes centroamericanos, y produce ganancias superiores a las del tráfico de drogas y armas).
El encuentro (aplaudible desde Canadá hasta el Cabo del Fuego) lo organizó la Procuradora General de Justicia de California, Kamala Harris. Según un reporte de Univisión, el 70 por ciento de las metanfetaminas que llegan a EE.UU. entran por California, también puerto principal de entrada para las víctimas de trata y centro favorito para el lavado de dinero. Si México y EE.UU. lo pueden hacer, ¿por qué no lo hacen Guatemala, Belice, Honduras y El Salvador y, de paso, se suman al esfuerzo mexicano y estadounidense? Otro misterio.
Está claro que si cada país carece de un plan coherente de seguridad, que sea política de Estado, no de gobierno (susceptible a perder apoyo con el cambio de autoridades después de cada elección), ningún plan regional—por muy bueno que sea—puede tener suelo firme.
Cada país mal vigila su propio patio, indiferente a los problemas de los vecinos. Es una posible explicación a por qué Venezuela, tan hundida en su crisis económica, política y de seguridad, es ignorada por sus vecinos latinoamericanos (cercanos y distantes), y hasta por la prensa. La crisis venezolana palideció entre otras noticias internacionales. Pero si no hay voluntad política para que los esfuerzos nacionales y regionales de seguridad sean más efectivos que los del crimen organizado, menos interés hay si la percepción es que los problemas de otro país no tienen repercusiones internacionales—aunque sí las tengan. Dos ejemplos: (1) parte de la droga que llega a Centroamérica sale de Venezuela, y (2) parte de las metanfetaminas que llegan a EE.UU. salen de Centroamérica.
Todo está conectado, pero las autoridades centroamericanas no lo registran, no les interesa, o no se han enterado que los ascensores existen, y siguen subiendo los escalones, y descubriendo la rueda.