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El Proyecto Mexicano de Tierra Física en una Nicaragua en guerra

Don José Trinidad Gutiérrez Rendón.

Don José Trinidad Gutiérrez Rendón.

Roberto Gutiérrez Turrubiartes | El Sol de México

La de don Trini es una historia triste, también indignante, pero en vez de derrotarlo o deprimirlo por la forma en que lo usó a principios de 1980 la entonces Dirección General de Telégrafos Nacionales, de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes del Gobierno mexicano, lo animó a mantener una lucha permanente que aún hoy, a sus 84 años, todavía libra, pero sin suerte, para que le sean reconocidos sus servicios prestados en el extranjero a un país en guerra.

De esa Historia quiere dejar constancia para que se conozca la forma vergonzosa en que él y un grupo de celadores y técnicos mexicanos fueron sacados del país y llevados a Nicaragua cuando triunfó la Revolución Sandinista, para desarrollar el Proyecto Mexicano de Tierra Física, sin que a la fecha, 34 años después de esa aventura, se les haya otorgado siquiera un reconocimiento a su trabajo, mucho menos una compensación económica.

José Trinidad Gutiérrez Rendón dice:

–”Provengo de una familia de siete hermanos, cuatro de ellos trabajamos en Telégrafos: Pedro Gutiérrez Rendón, quien llegó a técnico en Líneas de Telecomunicación; José Ascensión, Celador; Miguel, que fue telegrafista, y yo”.

–”Vivíamos en San Diego de la Unión, Guanajuato, de donde en 1936 tuvimos que salir de noche sin que nadie nos viera.

–”Mi padre era jornalero y trabajaba en el campo de las 5:00 de la mañana a las 5:00 de la tarde; nosotros éramos muy chicos, y nos llevaba para que le ayudáramos a echar la semilla, desmontar o arrear la yunta. La pobreza nos consumía, comíamos frijoles con nopales o quelites, ¿la sopa?, ni la conocíamos.

–”Recuerdo que en la milpa, cuando mi padre se detenía por cansancio, el capataz le picaba con una vara que tenía una puntilla de metal, así que teníamos que seguir caminando de sol a sol. Entonces había muchos peones en la labor, todos hijos de los labriegos. Recuerdo que un día de la bodega del capataz se le perdió un sombrero nuevo. Le dijeron que se lo había robado un niño, así que nos formó a todos para pegarnos con una vara sin bajarse del caballo”.

–”A mí me dio mucho coraje, pero me formé; veía con temor y asombro cómo golpeaba uno a uno a los demás niños, pero nadie decía nada, lloraban, eso sí. Desde su caballo intentó alcanzarme con la vara pero no me dejé, sujeté con todas mis fuerzas la vara y no la solté, la arranqué de su mano y corrí con ella hasta mi casa”.

–”Esa noche mi papá me dijo que al día siguiente no fuera yo a la milpa, pero como el capataz me buscaba para desquitar en mí su coraje mi papá tampoco regresó, y preocupado por las amenazas que ya se habían extendido a toda la familia escribió una carta al presidente Lázaro Cárdenas para pedirle ayuda y nos librara de la furia de aquel hombre.

–”Ante el riesgo que corríamos un día mi papá nos levantó de noche, nos dijo que nos iríamos caminando, con las pocas cosas que teníamos, a San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, a donde llegamos dos días después.

El telégrafo

Era el año 1940, y como éramos altos y fuertes nos dijeron que en el Telégrafo necesitaban celadores para realizar tendidos de líneas, por lo que mi hermano Ascensión y yo nos dimos de alta. A él lo mandaron a la División de Irapuato, a mí a la de San Luis Potosí; yo tenía 15 años, y ahí aprendimos el oficio de celadores de Telégrafos.

El trabajo consistía en detectar las líneas dañadas entre pueblo y pueblo, nos subíamos a los postes y las reconectábamos, además de darles mantenimiento. Con el tiempo aprendimos todo lo relativo a la cuestión técnica, desde tender líneas por todo el país hasta instalar nuevas oficinas de Telégrafos.

Para 1960 cuando el entonces presidente Adolfo López Mateos se nos dio el nombramiento de “técnicos”, y a mí el de motorista, para manejar un armón que ayudaba a supervisar las líneas telegráficas que corrían paralelas al ferrocarril. Lamentablemente el nombramiento de Técnicos, en vez de Celadores, nunca se nos hizo efectivo ni se nos pagó ese salario justo decretado por el Presidente. Tampoco se nos dio esa categoría por envidias de los superintendentes y jefes de líneas.

En aquellos tiempos el telégrafo era muy importante porque se usaba como un medio de comunicación económico, debido a que no era muy usual el teléfono. Esa era entonces la base de las comunicaciones entre pueblos y personas. Creo que fue el antecedente de lo que es hoy el internet.

También para el Gobierno era un instrumento necesario para seguir de cerca la situación en que estaba la seguridad interna del país; las líneas telegráficas cubrían la mayor parte de la República, lo que permitía una comunicación instantánea entre las ciudades informando cuanto estaba, así fuera en los lugares más escondidos.

Antes de que fuera enviado a Nicaragua ya tenía experiencia en líneas telegráficas, hasta había sido comisionado a los servicios de varias giras presidenciales, desde Adolfo Ruiz Cortines, cuando me enviaron junto con los telegrafistas a transmitir la inauguración de la presa La Amistad, en Ciudad Acuña.

En esas comisiones no fue todo color de rosa, pues en una visita del presidente Gustavo Díaz Ordaz a San Luis Potosí, de regreso a México, cuando salía de la estación el tren presidencial, se le atravesó al convoy un motorista, y estuvo a punto de ocurrir una tragedia; el maquinista lo alcanzó a ver y paró el tren intempestivamente ocasionando gran revuelo.

El Estado Mayor Presidencial buscó al responsable, que escapó. En las investigaciones me confundieron con él y me acusaron, por lo que elementos de la Procuraduría General de la República me buscaron en la oficina de Telégrafos y me detuvieron. Bien jaloneado les mostré un oficio por el que se comprobaba que ese día me habían mandado comisionado a Chihuahua, por lo que me soltaron con un “Usted dispense”.

Mi trabajo era componer líneas telegráficas que no funcionaban y restablecer a cualquier costo la comunicación, por lo que me enviaron también a zonas afectadas por huracanes como el “Biula”, que pegó en Matamoros en los años 60; el “Hilda” de 1955 en Tampico, y otro en Mazatlán en 1957.

Entonces celadores y técnicos de telégrafos éramos los “bomberos de la comunicación”. Por eso nos mandaron a Nicaragua al triunfo de la Revolución Sandinista.

w Proyecto Mexicano de Tierra Física

La primera vez que nos dijeron que iríamos a Nicaragua fue un 10 de enero de 1980, coincidentemente dos años después de que había sido asesinado Joaquín Chamorro Cardenal, ex director del periódico La Prensa, de Nicaragua, asesinato que detonó la Revolución.

Nos citaron a varios celadores y técnicos a la Dirección General para comunicarnos que saldríamos. Nunca nos hablaron de proyectos ni de nada, nos pidieron que guardáramos discreción sobre el viaje hasta que la Secretaría de Gobernación (Segob) autorizara la salida.

Yo pregunté cuánto nos iban a pagar, en qué condiciones saldríamos. Nos dijeron que nos darían 20 dólares diarios para comida y hospedaje. Claro, se nos hizo poco porque sabíamos que allá la vida era cara.

Así pasaron varias semanas, hicimos trámites para el pasaporte. Pero se nos pidió que mintiéramos diciendo a la Secretaría de Relaciones Exteriores (SER) que íbamos a Nicaragua como turistas, nunca que como trabajadores mexicanos íbamos a desarrollar un proyecto. El 17 de febrero nos llamaron para decirnos que saldríamos al día siguiente, 18 de febrero de 1980.

Como no sabíamos nada, ni cuánto tiempo estaríamos fuera de México, le dije a mi dama Socorrito que íbamos a hacer un trabajo fuera, que yo me comunicaría con ella después.

En casa ella se quedó sola con los niños; su familia era de Veracruz, pero al casarse se vino a vivir conmigo a San Luis Potosí. Mis hijos estaban muy chicos. Le dejé la mayor parte del dinero que nos habían dado, y la promesa de que enviaría más. Esa separación fue muy dura porque nos fuimos más de un año, y no había mucha comunicación a México. Pero ya no podíamos echarnos para atrás.

Llegamos al Aeropuerto Internacional de Managua “César Augusto Sandino”, y de ahí nos llevaron a comer.

Trinidad Gutiérrez Rendón recuerda que el costo de la vida en Nicaragua era muy caro, “los 20 dólares que nos daban para comer y vestir no ajustaban para nada, la moneda nicaragüense estaba muy devaluada y los precios andaban por las nubes, principalmente la comida.

En Nicaragua nos encontramos con técnicos cubanos que trabajaban en un proyecto similar de tierra física, pero nosotros, celadores y técnicos mexicanos, los superamos porque mientras ellos terminaron un proyecto nosotros hicimos tres.

Iban muy despacio, y de eso se dio cuenta el Gobierno Sandinista encabezado por Daniel Ortega, quien nos ofreció a los mexicanos que nos quedáramos allá a trabajar.

En Nicaragua hicimos toda la reconstrucción de las comunicaciones, como parar postería y tender líneas denominadas circuitos telegráficos y telefónicos que, a diferencia de los que se usan en México solo para el Telégrafo, allá se usaban lo mismo para enlazar oficinas telegráficas que telefónicas.

* En Somotillo casi nos linchan

Recuerdo cómo en el proyecto de Somotillo, hasta San Pedro del Norte, hubo muchos problemas porque en un tramo nos introducimos a la propiedad de un periodista de La Prensa, de la familia Chamorro.

Casi nos linchan cuando uno de los dueños arengó a los vecinos en contra de nosotros diciéndoles que queríamos invadir Nicaragua y que estábamos afectando la propiedad privada.

“Ante el peligro que corrían mis compañeros yo me les enfrenté, les dije que era un proyecto para comunicar a los pueblos de Nicaragua afectados por la guerra. Pero aun así la gente estaba enardecida y casi nos matan con machetes, por lo que tuvimos que abandonar el lugar.

Como nos habían advertido que cuando hubiera problemas habláramos al puesto militar más cercano, enviamos un propio que se presentó a un grupo de soldados comandado por un militar mexicano asignado en la ciudad de Ocotal, capital de Nueva Segovia.

“Este comandante nos comentó que él y muchos soldados mexicanos también estaban ahí enviados por el Gobierno de México, y que nos apoyaría para obtener permiso a los dueños de la finca propiedad de los dueños del periódico La Prensa”.

Al día siguientes, acompañados de la partida militar salimos muy temprano y nos presentamos en la casa de uno de los dueños de la finca, quien nos pidió disculpas, no sin antes echarme la indirecta de que todos los mexicanos teníamos fama de seguir el precepto de Benito Juárez de “El Respeto al Derecho Ajeno es la Paz”, pero que en este caso no se había cumplido.

Al principio la gente nos recibía mal porque decía que éramos invasores, pero cuando veían lo que hacíamos cambiaban, y en muchas pláticas que sostenía con ellos nos invitaban a comer y platicábamos de todo lo que vendría después de la guerra.

Yo les explicaba que sólo estábamos ahí para ayudar a nuestros hermanos nicaragüenses a reconstruir su país, sin otro propósito.

Me hice amigo de muchos guerrilleros sandinistas que, por cierto, decían que su próximo combate sería en México para resolver los problemas sociales que había, y que todo era por la hermandad de los pueblos de América.

Casi al final del proyecto el grupo lo integraban en su mayoría trabajadores nicaragüenses a los que enseñamos, pues la mayor parte de los técnicos mexicanos se habían regresado, unos se enfermaron, otros murieron, entre ellos uno muy joven que se regresó por un cáncer de riñón, quien murió a los 24 años.

La cocinera de Somoza

José Trinidad Gutiérrez Rendón recuerda que el Gobierno sandinista, a través del Ministerio de Telecomunicaciones y Correos (Telcor), les asignó una cocinera que había sido ama de llaves de Anastasio Somoza.

“Se llamaba María Peralta, y platicaba que había dejado de servir a la familia Somoza en su casa de Managua, cuando le avisaron que a su sobrino, que formaba parte de la guerrilla sandinista, lo habían detenido y torturado cortándole los “güevos”.

Desde entonces María Peralta se había unido a la guerrilla sandinista, y posteriormente le dieron trabajo en Telcor asignándola a las cuadrillas de reconstrucción nacional con el grupo mexicano.

Muy lúcido a sus 84 años don Trini dice:

“A estas alturas nombres y fechas se agolpan en mi mente. Pero aún recuerdo que cuando estábamos en Ocotal vimos que la gente salía a las calles a festejar gritando que había muerto Somoza, la gente nos abrazaba y nos besaba, nos dieron comida y “guaro”, que no tomé por la cruel cruda que ocasionaba.

Era septiembre de 1980 hubo un mitin de alegría porque decían que un bazucazo había terminado con la vida del dictador y que Nicaragua era libre por siempre.

Cuando concluyó el Proyecto Mexicano de Tierra Física, como se le denominó en Nicaragua, el ministro de Telcor quería ofrecerles una fiesta de despedida, pero ya no hubo tiempo.

Un comprobante para mi dama

A mí me decían que pidiera lo que quisiera, pero lo único que solicité fue un comprobante por escrito de que habíamos desempeñado ese trabajo en Nicaragua, pues el Gobierno de México nunca nos dio nada, ni una orden por escrito para salir del país, ni mucho menos una gratificación, por lo que regresamos a casa con las manos vacías, pero con la satisfacción de haber cumplido. “Nuestra recompensa en ese entonces fue volver a ver a nuestras familias”.

Les dije que quería una constancia, porque si al llegar a México me enteraba que mi esposa Socorrito me había demandado por abandono de hogar, tendría con qué comprobarle que me ausenté por ayudar a mis hermanos nicaragüenses.

Don Trini recuerda que los funcionarios del Ministerio de Telégrafos y Correos (Telcor) se rieron, y le prometieron que tendría su diploma de reconocimiento antes de regresar a México, “de nosotros depende que tengas tu comprobante”.

José Trinidad fue el único del grupo que lo recibió, nos lo muestra orgulloso, y dice:

Ahora entiendo que la intención de la Dirección de Telégrafos Nacionales era que no hubiera ninguna huella de nuestro paso por ese país.

Cuando regresamos a México nos recibió el entonces director de Telégrafos, Oscar Orrantia Hernández, quien, igual que otros directores como Juan Legaspi Flores, me ofreció reconocer mis servicios prestados al Departamento de Líneas desde los tiempos de los huracanes.

El señor Orrantia me prometió compactar mis salarios para mejorar mi ingreso, pero no lo hizo. Murió en la cárcel acusado de fraude.

Confiesa: No sé si será mala suerte, pero a Orrantia lo metieron a la cárcel y salió muerto. Lo cierto es que aún espero que me reconozcan en mi pensión con un pago justo, pues me jubilaron con una cantidad menor de la que yo ganaba, y el Gobierno no me la quiere reconocer pese a que tengo muchos años peleando.

Hoy reitera el llamado que ha hecho durante muchos años: que Telégrafos Nacionales, hoy Telecomunicaciones de México (Telecom) le pague una compensación por servicios prestados en un país en guerra, y que el Gobierno de México les dé un reconocimiento público y una disculpa pública por haberlos enviado a escondidas a Nicaragua. – See more at: http://www.oem.com.mx/elsoldesanluis/notas/n3340731.htm#sthash.dcHLjjCF.dpuf

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