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Desalmados del “Hit Parade”

Una de las tortuguitas sacrificadas para el video clip.

Una de las tortuguitas sacrificadas para el video clip.

Ironías de la vida, una de las bandas de música españolas más comprometidas públicamente con la justicia social y la defensa de la naturaleza es la responsable indirecta del ecocidio de 31 tortugas marinas en las costas de Centroamérica.

La prueba del delito está a un clic de distancia. Sólo tiene que acceder al videoclip de la canción «Hacia lo salvaje», uno de los más recientes éxitos de Amaral, para apreciar en primer plano a las víctimas de un caso de tráfico ilegal de especies protegidas, cuyo contrabando sirvió al beneficio económico de la productora audiovisual que realizó el vídeo y, en última instancia, del propio dúo zaragozano.

En agosto de 2011, el sencillo aupó a Amaral al primer lugar de ventas en iTunes en cuestión de horas, mientras que el álbum del mismo nombre les granjeó un disco de platino (60.000 copias vendidas) en apenas siete semanas.

En el videoclip se puede apreciar a un grupo de tortugas marinas recién salidas del cascarón que luchan contra las adversidades y los depredadores para cruzar la arena con sus débiles aletas y llegar al mar, un épico viaje por la supervivencia que sirve para ilustrar el bravo mensaje de Eva Amaral. “No tenéis ni idea de lo alto que puedo volar”, reza uno de los versos.

Por desgracia no puede estar refiriéndose a la tortuga que aparece en la imagen lanzándose al mar, pues ella, como sus otras 30 compañeras escogidas para realizar el vídeo, estaban condenadas a muerte desde el mismo momento en que fueron arrancadas de su hábitat natural en las costas del Pacífico de Guatemala y transportadas a las costas del Caribe hondureño para ser sometidas a una estrambótica filmación.

Uno de los miembros del rodaje de «Hacia lo salvaje» ha narrado en un artículo lleno de irritantes detalles esa expedición clandestina y las barbaridades que cometieron para poder ilustrar el videoclip de Amaral.

Según cuenta Andrés Zepeda en la revista Nómada de Guatemala, la idea fue del director del proyecto, el madrileño Cristian Pozo, alias Titán, un nombre reputado dentro de su segmento gracias a su creatividad y espíritu provocador.

La idea del productor era plasmar una “oda a la supervivencia en el contexto del implacable mundo animal, grabando para ello a una tortuguita en el momento de emprender su camino al mar”, cuenta Zepeda.

“Había que conseguir un acuario lo suficientemente grande para simular un océano. Nadie, hasta entonces, se había detenido a pensar que las tortugas marinas son especies protegidas y que no se consiguen así de fácil, mucho menos recién nacidas y en cautiverio”.

La primera opción fue recurrir a los cauces legales, comenzando por tiendas de mascotas. Luego se pensó en Costa Rica como el lugar ideal, opción descartada debido a los estrictos controles que ejerce ese país para proteger su biodiversidad.

Las tortugas recién nacidas fueron secuestradas de su hábitat y llevadas a otro extraño.

Las tortugas recién nacidas fueron secuestradas de su hábitat y llevadas a otro extraño.

Así que, sin pestañear, Titán y su equipo, formado también por el documentalista español Chema Rodríguez, recurrieron al mercado negro para poder rodar con las escurridizas tortugas marinas y ofrecerle al mundo esa “oda a la supervivencia” que ilustraría el tema de Amaral.

El plan inicial fue hacerse de manera clandestina con tres o cuatro tortugas recién salidas del cascarón, algo no especialmente difícil en los porosos bazares ilegales de Centroamérica. Y así fue como el equipo de rodaje terminó haciéndose con nada menos que 31 ejemplares de apenas unas horas de vida, parte de ellas entregadas por proveedores que creyeron que el objetivo del equipo era ponerlas en libertad.

“Las tortugas estaban condenadas a morirse desde el mismo momento en que fueron capturadas en vez de devolverse inmediatamente al mar, ya que al salir de sus huevos cuentan apenas con la reserva de energía suficiente para nadar durante dos días y dos noches seguidas hasta llegar a la Corriente del Golfo”, explica Zepeda.

Sin embargo, esa necesidad vital de las 31 tortugas chocaba por completo con el plan que el equipo de rodaje había preparado para ellas: diez días de producción y filmación para obtener los bellos planos que aparecen en el videoclip.

Las imágenes fueron rodadas en una piscina llena de agua de mar filtrada y también en las costas de Honduras, en el mar Caribe. Porque esa fue otra: debido a la época del año en que rodaron el vídeo (finales de agosto, hace tres años) las aguas del Pacífico centroamericano lucían turbias y sin apenas visibilidad, debido a las constantes lluvias y a los sedimentos. Era imposible sacar buenas tomas subacuáticas allí, así que cogieron a sus 31 tortugas y se desplazaron hacia el Caribe, a la isla hondureña de Roatán.

“Lo más delicado fue el traslado por tierra desde el Pacífico hasta el Caribe. Estábamos arriesgándolo todo: el peligro de ser descubiertos, la presumible detención, el castigo respectivo, el aborto de la misión encomendada. Queríamos hacer el viaje lo más rápido posible, pero intentando no pasar por la capital para evitar controles de la policía.

Salimos a las cuatro y media de la mañana”, cuenta Zepeda. “Ningún puesto de registro nos sorprendió en el camino. En el paso fronterizo la cosa fluyó sin dificultad, lo cual no es extraño si se tiene en cuenta la extrema porosidad migratoria fomentada por la corrupción y el narcotráfico.

A la hora de mostrar los documentos nos hicimos pasar como turistas de visita a las islas de la Bahía, enclaves de tranquilidad en el país más violento del mundo. Los agentes ni siquiera entraron a revisar el vehículo”. A salvo de la justicia y con sus 31 tortugas todavía vivas, se dispusieron a rodar todas las tomas necesarias con la colaboración de otros reptiles y un cangrejo como actores de reparto.

Titán y su equipo, formado también por el documentalista español Chema Rodríguez, recurrieron al mercado negro para poder rodar con las escurridizas tortugas marinas y ofrecerle al mundo esa ‘oda a la supervivencia’. “En su epopeya, la protagonista del video debía toparse con un sapo.

El Titán quería registrarlo estando quieto, pero el animal, por instinto, saltaba tratando de huir. En el minuto 3:38 del videoclip puede vérsele la irritación alrededor del ojo, efecto de los varios chancletazos que recibió hasta quedar debidamente azurumbado. Parecía como Stallone al final de Rocky IV”, narra Zepeda, quien reconoce: “Conforme pasaban los días iba haciéndoseme cada vez más fuerte la impresión de estar formando parte de un proyecto absurdo, inspirado en el apego a las apariencias y realizado al servicio de un mercado voraz, insensible, ciego, sin alma”.

Terminado el rodaje, las tortugas fueron liberadas en las inhóspitas aguas hondureñas. “Ninguna de las paslamas tenía posibilidades de sobrevivir en un hábitat ajeno, con temperatura, grado de pH y porcentaje de salinidad distintos. Expuestas durante tanto tiempo a la luz directa del sol, lo más probable era que a esas alturas estuvieran ya completamente ciegas. Además, su asombroso pero frágil sistema de geolocalización había sido alterado desde un principio. Seguramente las barracudas tardaron muy poco en merendárselas”, indica el miembro del equipo.

El vídeo se presentó y fascinó a Eva Amaral y Juan Aguirre, que en su web aseguran estar estupefactos por lo sucedido, y a los representantes del sello discográfico. También la prensa elogió la fuerza del mensaje del vídeo dirigido por el Titán.

Es de suponer que el dúo aragonés desconocía el ecocidio que implicaba ese vídeo, si es que siquiera se llegaron a preguntar cómo se las ingenió el equipo de rodaje para obtener tan detalladas y oportunas imágenes de un animal en peligro de extinción. La revista Rolling Stone calificó Hacia lo salvaje como “una de las canciones más épicas del rock”. El videoclip que la acompaña, sin duda, también merecería una buena retahíla de adjetivos.

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