Rubén Darío, las crónicas de un «curioso voraz»
El libro Rubén Darío. Viajes de un cosmopolita extremo, prólogo y selección de la ensayista Graciela Montaldo, es el relato de una mirada; la de un hombre-enciclopedia que en su tránsito por el mundo ve, asocia, analiza y cuenta con una prosa repujada, sensual y sonora, un tránsito que incluye desde dato erudito a la minucia de una receta de cocina.
Estas crónicas (Fondo de Cultura Económica) escritas para medios latinoamericanos entre 1888 y 1918 y que parten del monólogo para buscar un interlocutor próximo «e involucrarlo en su experiencia», según la compiladora, acercan un retrato del Darío viajero y también del hombre político, mordaz, gozador contradictorio.
Montaldo, profesora en Columbia University, especialista en culturas latinoamericanas modernas, autora entre otros libros de Zonas ciegas y Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina, mantuvo este dialogo con Télam.
Telam: Usted ve en Darío un «interlocutor absoluto» y «curioso voraz». ¿Fue un flâneur, un viajero que enlazó saber y aventura?
Graciela Montaldo: Me gustaría considerar el cosmopolitismo, el viaje, la flânerie en el marco de los cambios que se estaban produciendo en el mundo. Darío es el ejemplo perfecto del escritor «moderno» que surge en el cambio de siglo, el. No es un artista confinado a su biblioteca sino que se instala en el mundo, en el espacio público. Su literatura está llena de referencias culturales, su poesía es completamente «libresca» pero él es el poeta que saca su biblioteca a la calle.
T: ¿Qué define su mirada como viajero?
M: Darío mira «todo»; lo nuevo lo atraía. Lo que define su mirada de viajero es el interés en descubrir las nuevas experiencias de la vida moderna. Algunos viajeros de la época ven solamente lo exótico, otros solamente lo igual, él coloca su mirada en la mitad; ve un mundo (específicamente el europeo) cruzado por nuevas prácticas y, especialmente, por las nuevas experiencias de la cultura masiva.
Le interesan los nuevos bailes, los espectáculos, los cambios urbanos, la vida en el espacio público, la moda. Cualquier novedad le pareció digna de la escritura, desde la ópera a los espectáculos de circo.
T: Darío fue precoz en todo, empieza a viajar a los 15 años…
M: Fue un curioso abierto a la novedad, interesado en ir más allá del provincialismo al que estaba condenado en Nicaragua. Sintió que su tradición era el universo, que todo le pertenecía. En ese sentido, la precocidad de su escritura y la de sus viajes le crearon las condiciones para desarrollarse temprano en el mundo moderno. Y le posibilitaron conexiones muy estrechas con políticos, artistas e intelectuales.
T: ¿Influyeron en su obra poética sus traslados continuos?
M: Darío era un cosmopolita antes de salir de Nicaragua, pues era cosmopolita su deseo de conocer el mundo, experimentar la inestabilidad de la vida moderna en las grandes ciudades que comenzaban a ser espacios de novedades técnicas, visuales, sociales. Experimentó esa pasión viajera leyendo todo lo que se le ponía a mano, para conocer otras culturas, en la lengua que empezaba a ser universal, la de la modernidad.
Apenas tuvo oportunidad, comenzaron los desplazamientos por América Central, Sudamérica, Estados Unidos y Europa. Escribió casi toda su obra en medio de esos desplazamientos, por lo tanto, no se la puede separar de los viajes.
T: El lenguaje del escritor nicaragüense es brillante, holgado, plástico; ¿cómo caracterizaría su particular estilo de cronista?
-M: La crítica y las lecturas de todo el siglo XX canonizaron a Darío como poeta y trazaron una línea divisoria con el resto de su producción, dándole un lugar secundario a su obra periodística. Sin embargo, dos tercios de su obra total está compuesta por crónicas que escribió a pedido de diferentes periódicos, especialmente para La Nación de Argentina.
Es inevitable pensar que su escritura poética no puede separarse de la periodística. Más que el estilo quisiera caracterizar esa nueva condición de la escritura moderna: Darío se inscribe al mismo tiempo en la tradición letrada, libresca, y en la nueva escritura de los medios que empiezan a ser masivos; reconoce temprano que la novedad cultural pasa por la cultura masiva; lejos de rechazarla la reconoce como un problema para los artistas y de ese problema deriva la novedad de su escritura.
T: Darío es crítico sobre la banalidad del mundo burgués, la iglesia y sobre todo el avance expansionista de Estados Unidos…
M: Admirador de Europa (especialmente de Francia) cuando llega a Nueva York se deslumbra, es la ciudad más moderna que conoce. Allí reconoce los síntomas más problemáticos de la modernidad: el poder del dinero, la mercantilización de todos los aspectos de la experiencia. Y esa otra modernidad, la del dinero, le disgusta.
T: Hay en las crónicas un ojo alerta a la presencia femenina, un erotismo latente, aunque sobre el tema se muestra contradictorio…
M: Las mujeres constituyen uno de los grandes problemas del cambio de siglo, porque es el momento de su emancipación. Su cambio de lugar social y político despierta ansiedades, terrores y respuestas de todo tipo. Sus «contradicciones» al respecto son las mismas de buena parte de la sociedad. Se ve la emancipación de la mujer como un avance moderno y también como la evidente pérdida del poder y la hegemonía masculina.