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El río San Juan, maravilla de Latinoamérica

El Castillo, NicaraguaGacela por el mundo

Después de mis días de relax en el archipiélago de Solentiname, decidí explorar un destino un poco más activo y me dispuse a conocer el inmenso río San Juan.

Para ello me dirigí a El Castillo, un pequeño pueblo al que sólo se puede acceder en bote tras una travesía preciosa de 3 horas en las que la selva tropical se extiende en ambas orillas del río San Juan y los escasos claros sirven de embarcaderos improvisados. A pesar de que el bote que quería coger desde San Carlos estaba lleno, después de algo de espera y poner mi mejor cara de perrito abandonado, me hicieron un hueco en la proa sentada sobre una nevera portátil y viajé la mitad del camino en el asiento con las mejores vistas -sorprendentemente también el más cómodo-.

Eso sí, pasé el trayecto un poco preocupada por mi mochila, que acabó en el techo sin ninguna sujeción -yo la visualizaba en el fondo del río-. Tanto la mochila como yo llegamos de una pieza a nuestro destino y, además, el encargado, un simpático adolescente, no quiso cobrarme, ¿qué más se puede pedir? Ya estaba en mitad del río San Juan dispuesta a aprovechar todo lo que tiene que ofrecer esta remota zona de Nicaragua.

El río San Juan nace en el infinito Lago Nicaragua y tras 200 kilómetros desemboca en el océano Atlántico, dejando tras de sí un escenario de vegetación exuberante. Este caudaloso río separa Nicaragua de Costa Rica y es motivo de disputas constantes entre los dos países. La última de ellas durante mi estancia allí incluyó la movilización de jóvenes nicas afines al gobierno protestando a lo largo y ancho del río contra los “malvados” costarricenses. Incluso apareció por allí un hidroavión, que no me quedó muy claro si era parte de la protesta o llevaba a turistas despistados.

La turbulenta historia del río, sin embargo, no es reciente sino que data de unos cuantos siglos atrás. Los conquistadores españoles lo utilizaron como puerta de entrada en la zona y remontando este río llegaron, a través del lago Nicaragua, prácticamente hasta el Pacífico. No obstante, los españoles no fueron los únicos en descubrir esta rápida vía de comunicación interoceánica y, un par de siglos después, los piratas (es decir, los ingleses, que ya controlaban parte de la costa atlántica nicaragüense) surcaban con frecuencia el río para saquear tanto San Carlos como Granada, la principal ciudad del país y desde donde se enviaban a la Península los tesoros encontrados en las colonias latinoamericanas.

Con el fin de evitar estas incursiones indeseables, se construyó un fuerte a orillas del río, creando un pueblo que se conoce desde entonces como El Castillo. Y aquí es donde me alojé durante unos días para visitar la zona.

Varios siglos después el río San Juan a punto estuvo de convertirse en el motor económico de Nicaragua, cuando el país peleó para que Estados Unidos construyese aquí el canal para unir el océano Pacífico y el Atlántico. Por suerte o por desgracia, el proyecto se acabó llevando a cabo en Panamá. Según cuentan las malas lenguas, en la decisión tuvo mucho que ver un lobista panameño que envío a todos los senadores norteamericanos una carta en la que adjuntó un sello nicaragüense que reproducía uno de los múltiples volcanes del país. Ya no hicieron falta palabras. Y gracias a ello ahora podemos disfrutar del río San Juan en su estado natural. Casa en El Castillo, Nicaragua

Las 3 horas de trayecto por el río San Juan desde San Carlos hasta El Castillo se me hicieron cortas, pues el impresionante paisaje y el constante subir y bajar de gente local que parecía que vivían en mitad de la nada me tuvieron entretenida. Y así llegué hasta el tranquilo y diminuto pueblo de El Castillo.

El Castillo consta de unas 6 calles en total, de las cuales la más importante discurre paralela al río, lo que permite a las casas, hoteles y restaurantes aprovechar el agua inagotable del caudal con tan sólo tirar un cubo desde la terraza. Me sorprendió la cantidad de oferta turística del pueblo, sobre todo teniendo en cuenta que los visitantes se podían contar con los dedos de la mano (¿tal vez mi visita coincidió con la temporada baja?) Así, no me resultó complicado encontrar alojamiento ni lugares en los que degustar la cocina local. El plato más típico de El Castillo son los camarones de río gigantes, unas gambas inmensas que, en honor a la verdad, no me parecieron especialmente sabrosas.

Como ya habréis imaginado, en El Castillo no hay coches porque no hay carreteras y, por tanto, ningún sitio al que ir en vehículo. De esta manera, todo el transporte se realiza por vía fluvial. Esto dota al pueblo de un punto más de tranquilidad, si es que eso resulta posible. En otras palabras, el estrés no forma parte del vocabulario de los habitantes de este pueblo ribereño.

Por otro lado, el principal punto de interés turístico del pueblo es la fortaleza, cuyo nombre oficial es Castillo de la Inmaculada Concepción -telita con el nombre, ¿se puede ser más católico que los conquistadores españoles que hasta ponían nombres religiosos a sus fortalezas?- Este monumento domina el pueblo desde su privilegiada posición en lo alto de una loma. Ha sido extensivamente restaurado en los últimos años y en la actualidad una puede imaginarse defendiendo el río de piratas desde sus murallas o, en su defecto, disfrutar de las vistas.

No me llevó demasiado tiempo recorrer el pueblo, y eso que paseé por todos los rincones de la población, así que al día siguiente me apunté a una excursión por el río y la Reserva Biológica Indio-Maíz junto a dos mochileros alemanes. Para aprovechar el día quedamos al amanecer y cuando me levanté a la mañana siguiente creí que estaba todavía soñando porque una espesa niebla no permitía ver más allá de dos metros. La situación no mejoró al llegar al embarcadero. Aquello parecía sacado de una película de terror.

Ante nuestra sorpresa, el guía nos explicó que durante la época seca hace tanto calor que el río se evapora y genera esa niebla todas las madrugadas. De esta manera, comenzamos nuestro tour con unas vistas fantasmagóricas, que se fueron disipando a medida que avanzaba el día.

Desde El Castillo tardamos aproximadamente una hora en barca en llegar a la reserva biológica Indio-Maíz. Para entonces la niebla ya había desaparecido y pudimos disfrutar de un interesante paseo por esta zona de la selva tropical nicaragüense. La increíble vegetación de este bosque húmedo primario nos deparó varias agradables sorpresas: monos divirtiéndose en las ramas de los inmensos árboles, una tarántula que huyó despavorida a su guarida nada más vernos y hasta una ranita flecha.En El Castillo, Nicaragua

El anfibio conocido como rana flecha, rana venenosa de dardo o rana punta de flecha es endémico de Centro y Suramérica y su nombre proviene del uso que hacían los indígenas de su piel venenosa. Estas ranas sólo usan sus toxinas como medio de defensa y sus intensos colores ya indican de antemano a los depredadores de su peligrosidad, pero las tribus de la región encontraron una manera más eficaz de cazar utilizando su veneno en las puntas de sus flechas.

En todo caso, aunque en la foto el bicho parezca más o menos grande, es un ranita muy pequeña, apenas unos 4 centímetros -vamos del tamaño de la uña de un dedo-. Así no me extraña que no la hubiera podido ver nunca antes en mis correrías por otras selvas de la zona.

Tras el paseo por el bosque nos dispusimos a explorar uno de los afluentes del río San Juan, que resultó tan espectacular como éste pero a menor escala. Aquí vimos una tortuga súper-pancha tomando el sol y pájaros de todo tipo. Además, mis compañeros de tour se dieron un chapuzón en este río, pero yo me quedé en el bote disfrutando del paisaje.

El río San Juan me ha parecido una de las maravillas de Nicaragua, por no decir de toda Latinoamérica. Surcar sus aguas ha sido una experiencia increíble. Los paisajes de selva tropical rodeados de agua, sus animales escondidos en la frondosidad de la vegetación y la tranquila forma de vida en El Castillo me han encantado.

Sin embargo, todo lo bueno tiene su final y yo tenía otros muchos lugares que explorar en Nicaragua. De esta manera, una madrugada en mitad de la niebla tomé el primer bote del día de vuelta a la civilización -más bien a San Carlos-. A esas horas de la mañana pude comprobar todo el ajetreo de la hora punta en el río, con los botes llenos hasta arriba de trabajadores, que ríete tú del metro.

Una vez en San Carlos continué mi viaje por carretera hasta la poco visitada ciudad de Juigalpa, pero esa es otra historia…

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