La soledad de Colombia
Bogotá.- Hace casi 33 años Gabriel García Márquez pronunció, al aceptar el Premio Nobel de Literatura, el discurso «La soledad de América Latina», una sensación que ahora embarga a su país tras el revés diplomático sufrido en la OEA en el debate sobre los derechos humanos en la crisis fronteriza con Venezuela.
Así lo reconoció la canciller María Ángela Holguín, quien en una entrevista de radio dijo sentirse «sola» porque «se violan los derechos humanos» de los colombianos deportados de Venezuela «y nada pasa», en alusión al rechazo por parte del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) a la celebración de una reunión de ministros de Exteriores propuesta por Colombia sobre el tema.
En aquel discurso memorable en Estocolmo, el 10 de diciembre de 1982, el nobel colombiano apeló al «espíritu clarificador» de los europeos para reclamar solidaridad ante la soledad de América Latina, un continente por entonces desgarrado por guerras civiles, dictaduras militares, miles de desaparecidos, exiliados y desterrados.
Hoy, más de tres décadas después, Colombia reclama la solidaridad de sus vecinos ante la deportación de al menos 1.100 de sus ciudadanos de Venezuela de manera sumaria, dejando atrás sus pocos enseres, situación que ha llevado a unas 10.000 más a abandonar precipitadamente ese país para no correr la misma suerte.
Las imágenes de gente pobre que a diario se ve forzada a salir de Venezuela por el fronterizo río Táchira solo por su nacionalidad, en el marco de una campaña del presidente Nicolás Maduro contra el contrabando y supuestos paramilitares, han dado la vuelta al mundo pero no han convencido a la totalidad de países con asiento en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Colombia se quedó a las puertas de exponer ante los cancilleres de la OEA la «grave crisis humanitaria» con «deportaciones arbitrarias y maltratos» a sus ciudadanos por parte de Venezuela en la frontera común porque necesitaba 18 votos y obtuvo 17.
El resultado no fue considerado por Holguín una derrota de la diplomacia colombiana sino del propio organismo multilateral porque se perdió la oportunidad de hacer un debate sobre los derechos humanos de los migrantes.
La discusión se planteaba más que pertinente porque el éxodo transfronterizo, forzado por la nacionalidad de las víctimas, habitual en los conflictos africanos, en los Balcanes o en Oriente Medio, es un fenómeno nuevo en América Latina, un subcontinente que se precia de ser una zona de paz.
Cinco países que rechazaron la iniciativa de Colombia (Venezuela, Ecuador, Haití, Nicaragua, Bolivia) y otros once que se abstuvieron: Granada, Panamá, República Dominicana, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Trinidad y Tobago, Antigua y Barbuda, Belice, Brasil y Argentina, no lo consideraron tan relevante.
Holguín no escondió su sorpresa por la abstención de Panamá, «un país, amigo, un país cercano, con el que tenemos la mejor relación» y cuyo voto favorable a la petición colombiana se daba por seguro.
No queda claro si es que la diplomacia venezolana fue más efectiva en las horas que precedieron a la votación en la OEA y convenció a Panamá de no apoyar a Colombia o si el país del istmo lo hizo «motu proprio» porque tiene la llave para la solución del problema fronterizo.
El presidente panameño, Juan Carlos Varela, propuso este martes a sus colegas de Colombia, Juan Manuel Santos, y de Venezuela, Nicolás Maduro, celebrar «cuanto antes» en su país una reunión para buscar soluciones a la crisis, idea sobre la cual aún no han contestado, al menos públicamente, los dos mandatarios.
La iniciativa panameña puede ser la alternativa a la inoperancia de los organismos internacionales, muchas veces denunciada por los propios Gobiernos que han perdido la fe en la capacidad de mediación de la OEA o de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
Esta última no logra concretar una fecha para reunir a sus cancilleres y tratar el problema de la frontera colombo-venezolana.
La canciller Holguín advirtió que Colombia va a evaluar «si sí se justifica y si sí vale la pena ir a la Unasur», quizás porque siente que en esta causa su país vive, como en la obra de García Márquez, una soledad que ojalá no sea de cien años.